El asesinado no rehuía ni compañías ni exposiciones públicas.
El diputado Gomes estaba convencido de que tenía el control completo de las instituciones públicas que debían investigarlo o detenerlo. Se sentía muy seguro de que el allanamiento le habrá significado a él y a la familia una irrupción violenta.
Muerto de un disparo de un agente policial quien junto con sus demás compañeros están apartados de funciones e investigados y una serie de conjeturas en consecuencia acerca de quién se encuentra por detrás del hecho.
Lo cierto y concreto es que los antecedentes de Gomes y de varios de sus compañeros legisladores apestan desde hace tiempo.
Sus colegas diputados declararon tres días de duelo y condenaron las acciones del ministro del interior, el comandante de la policía y la Fiscalía pidiendo la cabeza de sus titulares. El Ejecutivo de viaje –cuando no– consideró apresurado el pedido y agradeció a los senadores que le hayan bajado la temperatura al problema.
Los diputados temen por sus vidas nada más. Les importa muy poco a muchos estar sentados con gente que apesta y que conocen muy bien sus antecedentes. Tienen miedo de que alguna bala les alcance o algún allanamiento acabe por exponerlos públicamente.
No les importa el clima de violencia e inseguridad de la gente. Lo que les molesta es que su investidura valga tan poco y que pueden ser avasallados en su domicilio.
Muchos de los que alzaron su voz en ese sentido les importó nada el atropello al local del PLRA y el asesinato en manos de un policía del joven Quintana. Les interesa seguir con los negocios de siempre y que tenga impunidad e inmunidad absolutas.
Por eso y nada más que por eso, pegaron el grito en el cielo. Apesta el nivel de condescendencia y solidaridad con los involucrados en hechos criminales.
El Gobierno se encuentra en una disyuntiva. O enfrenta a los criminales y significativamente corruptos o seguirán repitiéndose hechos de esta naturaleza. No pueden seguir simulando que no saben en que están metidos muchos de sus miembros y solo les confunde profundamente que maten a uno de ellos los mismos policías que están a sus órdenes.
La política paraguaya apesta y no sirve taparse las narices para creer que lo que vivimos no huele mal.
No sirve de nada promocionar un país para que vengan los inversores si no son capaces de separar la paja del trigo y acometer la tarea de una vez y para siempre alcanzar el nivel de Estado de derecho que nos convenza que vivimos en democracia. Hasta ahora han venido simulando una normalidad que solo existe en la imaginación de ellos.
Estuve una semana en Taiwán y en los atiborrados mercados nocturnos los olores son singulares, pero la estrella es el “tofu apestoso” así lo llaman en chino.
Un queso de soja que se macera con el tiempo y adquiere un olor pestilente que concentra los peores efluvios y combinaciones humanas o animales. Es una prueba el comerlo con los palitos de ocasión que los lugareños disfrutan como los extranjeros acometen la imposible tarea de llevarse a la boca. No alcanza con taparse la nariz porque el aroma penetrante lo inunda todo. El país se parece un tanto al tofu apestoso chino. No se puede simular algo que no existe.
El Paraguay de los sinvergüenzas apesta de verdad y para acabar con esto tiene que haber voluntad para digerir algo mejor que nos debemos todos los paraguayos porque esto ni tapándose las narices podemos soportar.