Mariano Damián Montero
Escritor e investigador
“Si (como afirma el griego en el Crátilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”.
(Del poema El Gólem, de Jorge Luis Borges, 1964)
En el diálogo Crátilo o de la propiedad de los nombres, de Platón, Hermógenes, sostenía que un nombre no era otra cosa que “pacto y consenso”, y Crátilo estaba convencido de que cada cosa posee un nombre que tiene una relación natural con lo que designa.
La polémica entre Crátilo y Hermógenes se refería al nombre de las cosas. En el caso que nos ocupa, sería la relación entre la palabra “escuela” y el edificio donde un conjunto de niñas y niños aprenden. Pero como ese edificio llamado escuela también tiene otro nombre que la diferencia del resto, nosotros proponemos situar la polémica Crátilo-Hermógenes, en este otro nivel. Como lo hizo Borges en el caso del río Nilo.
Hace unos meses atrás, el reconocido investigador (especialista en historia de la educación), David Velázquez Seiferheld, compartió en redes sociales un texto en donde se preguntaba qué evocamos cuando denominamos a una escuela o colegio. Su pregunta se debía al hecho de verificar que, de un relevamiento de nombres de escuelas y colegios de Asunción, prácticamente la mitad tenían relación con lo religioso, y la cantidad con nombres de militares o batallas equiparaba a los que llevaban nombres de educadores.
Entre estos últimos casos de escuelas que poseen el nombre de militares, nos preguntamos reivindicando a Hermógenes: ¿cuál es la relación natural entre la educación y lo militar?, ¿cómo explicaría Crátilo esta unión?, más aún, ¿cómo explicar que la relación sea unidireccional? Porque existen muchas escuelas con nombres de militares, pero… ¿cuántas unidades o batallones militares llevan el nombre de algún docente?
LA PROPIEDAD DE LOS NOMBRES
Ponerle el nombre de un militar a un establecimiento educativo, es como bautizar a un batallón militar con el nombre de un humanista pacifista. No conozco ninguna unidad castrense que lleve el nombre de Rafael Barrett, por ejemplo.
Pero este problema sobre la propiedad de los nombres, se agudiza aún más si el nombre del militar representa todo lo contrario de lo que enseñan a los alumnos/as en los contenidos. ¿Cómo enseñarle al alumnado sobre la existencia de tres poderes republicanos, si el hombre que le da nombre a la escuela fue un fiel representante de un régimen que los sometió?, ¿cómo rogarles a los chicos/as que no sean violentos entre ellos, si el hombre que le da nombre a la escuela fue uno de los peores psicópatas, torturadores y asesinos que conoció el Paraguay?, ¿cómo hacerles entender que el narcotráfico es un mal endémico, si el hombre que le da nombre a la escuela fue uno de los mayores traficantes del país?
Bueno, resulta que en el Paraguay existe uno de estos absurdos, que no deberían existir: una escuela con el nombre de un militar. Pero no de cualquiera. Nos referimos al general Patricio Colman Martínez.
Retomando la reflexión de Crátilo sobre los nombres, en este caso, el nombre de la Escuela Básica No.421 (Colonia Curupayty, Eusebio Ayala), definitivamente, no está en relación con lo que designa. La Escuela Básica N 421, desde 1971 lleva el nombre de uno de los peores asesinos y torturadores que conoció el Paraguay del siglo XX: “Gral. de División Patricio Colmán Martínez”.
IMAGEN DE UN REPRESOR
El investigador británico Andrew Nickson, lo califica de “psicópata”. Para Federico Tatter, referente paraguayo de derechos humanos, Colmán fue “una especie de psicópata, quizá el más alto psicópata que haya conocido el Paraguay en el siglo XX”.
Algunos, como Rogelio Goiburú, le atribuyen esa irracionalidad a un plomo que le quedó alojado en la cabeza, producto de la Guerra del Chaco. En esa contienda, también aterrorizó a las tropas bolivianas practicando la muerte ritual con machete.
En 1957, el político liberal Luis Alberto Kallsen denunció en Buenos Aires cómo los expertos en torturas de La Técnica, se horrorizaban por los métodos usados por Colmán. El escritor guaireño Catalo Bogado narra en uno de sus cuentos que, siendo niño, en la represión a las guerrillas de 1960, fue testigo de cómo Colmán abrió el abdomen a machetazos a un detenido esposado, en la localidad de Charará, hoy Eugenio Garay.
A este apretado currículum, habría que agregar, con relación a la educación y lo militar, que era un hombre que a duras penas sabía leer y escribir, y que su grado de general fue otorgado en violación del estatuto militar.
En 1971, no fue la mayoría de la comunidad de la Colonia Curupayty la que decidió bautizar con el nombre de un asesino y torturador a esta escuela, sino un pequeño grupo de seguidores de la dictadura. Ellos fueron: José Lino Mequert (secretario general de la cooperadora), Agustín Castillo (presidente de la cooperadora), Américo Vargas (comisario), y Silvino Quiñónez López (profesor). Y en la reinauguración de 1971, con el nuevo nombre, estuvo presente el intendente Francisco Ortiz Téllez, quien años después, ejerciendo como cónsul paraguayo en Posadas, sería el responsable de cientos de violaciones a los derechos humanos en el marco del Operativo Cóndor.
En Pozo Colorado, Villa Hayes, también existe una escuela, la 1911 “Gral. de Div. Patricio Colman Martínez”, en la unión de la ruta PY09 y la PY05, y Alicia Victoria Alfonso de Cattebeke es la supervisora.
Entonces, y recapitulando, muchas sociedades que sufrieron largos periodos de gobiernos dictatoriales (como España, Brasil y el mismo Paraguay) tienen problemas similares con respecto a resabios que permanecen en las nomenclaturas, una vez recuperada la democracia. Nombres incómodos que nadie tiene la iniciativa de cambiar y permanecen en una época que ya no es la suya. En este caso, el hecho de que la Escuela 421 siga manteniendo su nombre actual, sin duda, es un insulto a los vecinos de la Colonia Curupayty, muchos de los cuales tienen padres y abuelos que sufrieron los abusos de Colmán en los años sesenta.
Crátilo, de haber vivido en la actualidad del Paraguay, seguramente reelaboraría toda su teoría, ya que la Escuela Básica 421 hace trizas su concepción acerca de los nombres y le da la razón a Hermógenes, pues el nombre que lleva de un asesino, fue producto de un “pacto y consenso” surgido en los años de la dictadura stronista, y que la eterna transición democrática que vivimos no tuvo ni ganas ni interés en revisarlo para alcanzar un nuevo “pacto y consenso” que lleve a cambiarle el nombre y otorgarle otro que sí refleje un tiempo democrático.
¿O será que, en realidad tiene razón Crátilo, porque la verdadera democracia todavía no llegó al Paraguay?
(*) Mariano Damián Montero es profesor de Historia en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y documentalista. Tras varios años de investigación publicó el libro Agapito Valiente, Stroessner kyhyjeha (Arandurã, 2019).