China: el modelo que fracaso
Hace veinticinco años, la globalización liberal daba la bienvenida a China al sistema económico global que, según economistas, traería mejores empleos y mayor prosperidad a los estadounidenses. Y, sobre todo, acarrearía mayor prosperidad para la clase media china que impulsaría, a su vez, reformas democráticas. Nada de eso ocurrió. Estados Unidos se ha quedado atrás de China. Desde semiconductores hasta baterías y aviones o drones, China ha superado a EEUU. Peor, el totalitarismo capitalista chino se ha digitalizado. El déficit comercial estadounidense ha aumentado y muchas empresas trasladaron su producción a China u otros países con mano de obra barata. Mientras tanto, la industria manufacturera de EEUU permanece estancada desde los inicios de los años 2000 y sus trabajadores han perdido productividad los últimos veinte años.
La nostalgia por la base industrial
El uso de aranceles como herramienta política no es nuevo en EEUU. Durante gran parte de su historia, el país impuso los aranceles más altos del mundo, que financiaban al gobierno federal. La primera ley del Congreso en 1789, impulsada por Hamilton y presentada por Madison, estableció aranceles similares a los actuales. Incluso Reagan apoyó el proteccionismo contra Japón, que obligó a la apertura de fábricas de Toyota en Kentucky y otros lugares. Este renovado proteccionismo capitalista busca un comercio “equitativo”, algo impensable para un orden liberal-globalista. EEUU intenta recuperar su base industrial ante déficits fiscales y comerciales crecientes. La reindustrialización se plantea ahora como un tema político, de seguridad nacional, buscando recomponer comunidades diezmadas por la dislocación industrial. El proteccionismo no es solo economía. Es el deseo, nostálgico tal vez, de recuperar la base industrial de un sistema que, al decir de un sindicalista, no produce ya ni antibióticos en suelo americano.
Guerra de liberales contra liberales
Relevante, aunque paradójico, es el hecho que Trump proclamó como “liberación” el día en que estableció aranceles, y entre sus aliados se hallaban antiguos sindicalistas, los teamsters, antaño fieles al Partido Demócrata. Para los viejos liberales-libertarios del Partido Republicano, fieles al dogma no sólo del mercado libre, sino del libre comercio, esto fue un escándalo. Y la realidad bursátil fue crítica de este hecho político: La reacción de las bolsas de Wall Street y alrededor del mundo fue brutal. Un desplome similar a 2020 o 2008 y que está lejos de estabilizarse.
Pero la lucha se ha desatado entre los propios trumpistas: Elon Musk –con grandes intereses en China– y algunos asesores de la administración. ¿Se reduce el libre mercado al libre comercio? ¿Puede una nación prosperar si sus trabajadores no pueden sustentar a sus familias? Debate que denota, al mismo tiempo, una ruptura profunda al interior del liberalismo. El mismo secretario de Estado actual, Marco Rubio –nada sospechoso de trumpismo entonces– había publicado en 2019 un libro sobre la necesidad de un nuevo capitalismo liberal que no sacrifique las empresas nacionales en el altar del comercio global más barato.
El nacionalismo es liberal
En resumen: Esta guerra comercial revela una crisis en el globalismo comercialista. Que una paz universal, fundada en la expansión de la democracia liberal, aparece insostenible. La hegemonía de un Estado –EEUU– que imponga su forma política y su economía abierta, asistido por instituciones internacionales, está mostrando su limitación ante nuevos actores que, dentro del sistema, construyen otro. Esto lo había entrevisto un enemigo de Trump, Mitt Romney, en su campaña contra Obama, 2008. Seguimos el libre comercio –expresaba– pero ¿qué hacemos con China? Por supuesto, muchos economistas arguyen que los aranceles sostienen, de modo artificial, industrias caducas.
Ciertamente, pero volvamos a Arendt: El ser humano no es un animal económico. Es político. Más allá de los exabruptos grandilocuentes de Trump, la geopolítica y economía, está mostrando, en estos inicios de la posmodernidad, un retorno al realismo político: Cada nación-estado busca su propio bien. ¿Es esto nacionalismo? Posiblemente. Un nacionalismo que aparece hoy como alternativa –desordenada, caótica– a un globalismo indiferente a los valores locales. Se debe recordar, sin embargo, que los Estados liberales han sido, en su raíz, Estados-nación. Sin embargo, cuando liberalismo y nacionalismo, se divorcian y colisionan, la guerra suele ser su fruto. El porvenir del mundo, así, permanece incierto. Ningún sistema político basta: Solo Dios puede dar sentido, paz y plenitud al destino humano.