Aquel histórico año también se estrenaba La historia oficial, película con la cual el cine argentino toma lo ocurrido en la dictadura como uno de sus temas principales y que continuará con una serie de grandes producciones de las cuales esta que nos toca comentar es una toma de posta poderosa.
Todos los detalles han sido muy cuidados, desde la reconstrucción de época, la caracterización de los personajes históricos (varios de ellos aún vivos), el ritmo narrativo y un guion impecable. Un director y escritor como Santiago Mitre, que ya estuvo como guionista de multipremiadas películas y que como director tuvo triunfos tímidos, ahora da un salto cualitativo enorme.
Su actor protagonista es Ricardo Darín, un nombre que hace ya bastante años es casi como garantía de calidad para el cine argentino. El resto del elenco, productores y técnicos, mantiene el mismo nivel. Así que estamos ante una producción que nada tiene que envidiar a las que llegan del primer mundo, pero que toca muy de cerca a nuestras sociedades tercermundistas, tan marcadas por dictaduras militares que por muchos años las aplastaron. La calidad cinematográfica es óptima, y esto permite que su sensibilísimo tema nos llegue profundamente.
De este modo, somos espectadores de los entretelones de un juicio histórico que tuvo como protagonistas a héroes civiles que se jugaron por lograr justicia en un año en el que los integrantes de la infame Junta Militar todavía era temible, pues hacía dos años nada más gobernaban a la Argentina y aún mantenían sus cargos y jerarquías. El protagonista, Julio César Strassera, es el fiscal general que debe probar la culpabilidad de Videla, Massera, Galtieri y otros tantos poderosos comandantes de las Fuerzas Armadas argentinas.
HECHO HISTÓRICO. Todos sabemos el desenlace de aquel proceso que marcó la historia argentina, pero los pormenores que la cinta nos cuenta –siempre en dramatizaciones apabullantes, otras casi con un tono documental–, hacen que los héroes civiles conformados por los testigos que se animaron a dar testimonio, sumados al equipo de jóvenes que ayudaron al fiscal a conseguir las pruebas, se lleven toda nuestra admiración.
Somos testigos también nosotros de cómo una sociedad vivió y debatió sucesos que estaban frescos en la memoria, y de cómo una generación de jóvenes abogados lucharon para lograr justicia para las víctimas.
Para los paraguayos, nada de lo que se narra en Argentina 1985 les puede ser ajeno. Estamos ante un cine que remueve la memoria, pero también nos da urgencia de justicia, nos conmueve porque el tema lo conocemos muy bien y no podemos negarlo. Nuestra dictadura militar colaboró con la de Argentina y muchas de sus atrocidades las llevó a cabo en forma similar. Ir a verla es casi un deber político y educativo, además de estético, porque es un cine de primer nivel que nunca acabaremos de envidiar a nuestros vecinos.