Acabamos de alcanzar la escalofriante cifra de más de diez mil muertos por Covid-19. Desde hace unos días, somos el país con la mayor cantidad de fallecidos por millón de habitantes en todo el planeta, los campeones mundiales de la muerte. A estas horas, hay más de 300 pacientes aguardando una cama en terapia intensiva. Toda esta información nos asalta a diario desde los periódicos, las radios, la televisión y las redes sociales. Y, sin embargo, hay un pelotón de canallas organizando multitudinarios mítines en busca de capturar o mantenerse en el poder, dejando bien en claro que la vida de sus electores les importa nada.
Si la campaña electoral solo se pudiera hacer en un estanque infestado de tiburones, estos hijos de la patria no dudarían en organizar un festival gastronómico para los escualos con tal de que alguno de los electores sobreviva para otorgarle su voto el día de los comicios. No hay una segunda lectura posible; quien arriesga la vida de la gente a la que supuestamente pretende servir y proteger con el único propósito de acceder a un cargo es un cínico, un hipócrita y un potencial asesino.
Lo dijo claramente la doctora Adriana Amarilla, directora de Promoción de la Salud. “Quienes organizan estos actos políticos están matando gente”. Lamentablemente, la Fiscalía –tan eficiente a la hora de imputar a quienes se manifiestan en contra del Gobierno y del partido que lo sostiene– no movió un dedo. A la fecha deberíamos tener ya cuanto menos una docena de estos vándalos bajo una investigación de oficio. Pero no, el Ministerio Público tiene otras prioridades.
Mientras, a la barbarie proselitista se suman los negacionistas públicos y otros más peligrosos, los anónimos, esos que hacen campaña contra la inmunización desde las redes sociales e incluso desde el púlpito. Felizmente, la Iglesia Católica tomó partido por la ciencia, con el Papa a la cabeza. Pero hay otros grupos religiosos de enorme influencia en el país que alientan las teorías de conspiración y meten miedo. Todo esto se condimenta con la montaña de noticias falsas o tergiversadas que atosigan los grupos del WhatsApp.
Invito cordialmente a todos los negacionistas y a los pastores que andan por ahí sembrando dudas en sus feligreses que recorran, junto con los precandidatos responsables de los últimos mítines políticos, las unidades de terapia intensiva del Hospital Nacional, el de Enfermedades Respiratorias o el del IPS. Que lo hagan a cara descubierta, sin ningún barbijo, ya que el virus es solo un invento de la prensa… y que luego caven una fosa. Evítennos el esfuerzo de tener que hacerlo nosotros cuando los reclame la parca.
Incluso podrían registrarse en un listado especial de negacionistas dejando constancia, bajo declaración jurada, que, de caer víctimas de esta enfermedad “que no existe”, no pretenderán ocupar una cama ni un respirador ni ser socorridos por la medicina perpetrada por esa práctica demoniaca que llaman ciencia.
Propongo que sumemos a esta lista a cada uno de los precandidatos a intendente y concejales que vienen juntando potenciales electores como si estuviéramos en carnaval y no existiera una pandemia. Debo colegir ante su temeraria actitud que tampoco creen que exista el malhadado bicho, y que la gente se anda muriendo por pura sugestión.
También existe la posibilidad de que sepan que el virus es real, pero tomaron la precaución de inmunizarse en Miami. O sea que en realidad no corren riesgos, salvo perder potenciales electores en las salas de UTI unas semanas después de cada mitin.
Hemos sido exageradamente benevolentes con estos colaboradores de la pandemia. Les dejamos hacer y hoy el mundo contempla sorprendido la legión de incautos que se tragaron sus patrañas. Cuando lo único que puede impedir una muerte es una vacuna, quienes procuran evitar su aplicación cometen asesinato en grado de tentativa. Es hora de que la Fiscalía empiece a tomarlos en serio.