La frase no es del todo certera, pues Horacio Cartes tuvo momentos peores. En 1989 estaba preso, luego de haber permanecido prófugo los cuatro años anteriores.
Aunque, pensándolo bien, aquellos meses que pasó en Tacumbú eran menos angustiantes que la situación de hoy. Es que, si bien estaba encerrado, tenía la plena seguridad de que muy pronto las cosas cambiarían. Ahora está en libertad, pero con la ominosa posibilidad de que las cosas cambien.
No todos parecen dimensionar lo que acaba de ocurrir. Luego de esta bomba de efecto retardado, ya nada será igual. Por lo tanto, si queremos analizar sus consecuencias en la política paraguaya, lo primero que hay que hacer es despejar el follaje intrascendente. Hay que olvidar las sandeces con las que reaccionaron algunos: el embajador es solo un mensajero, no se trata de una iniciativa personal, su opción sexual no tiene nada que ver, ni la medida responde a la dichosa Agenda 2030. Hay que dejar para después la evidente intromisión de los Estados Unidos en la política interna paraguaya.
El dato duro es que Horacio Cartes ha sido señalado como significativamente corrupto.
Esta brutal designación no proviene de una comisión vecinal, de un periodista exaltado o de una fuente poco confiable. Nada menos que el Departamento de Estado anuncia que ya no podrá entrar a los Estados Unidos por obstruir “una investigación internacional sobre crimen transnacional” y por tener “participación con organizaciones terroristas extranjeras”.
Empecemos por lo obvio. Cartes ha sufrido un daño reputacional. Después de esto, nadie hablará del ex presidente del mismo modo. El intocable fue tocado. El hombre ante quien temblaban los fiscales, al que respetaban los jueces como algo cercano al temor a Dios, resultó no ser invulnerable. Está herido de gravedad por un juez sin nombre, en un juicio sin presunción de inocencia ni derecho a la defensa. Pero vayamos a lo nuestro, aquí se aplica lo de Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
El primer efecto a evaluar es el político. Cartes es candidato a la presidencia de su partido. No faltará quien afirme que la honestidad nunca tuvo buena cotización en el mercado de valores de la ANR. Los colorados lo votarán igual, dicen, y tienen razón en parte. Siempre supieron –y nunca les importó– que este magnate empresarial se convirtiera en líder merced a sus difusos negocios como cambista y fabricante de cigarrillos con nexos cuestionables con lavadores de dinero y narcotraficantes.
Solo que las consecuencias políticas están muy vinculadas al segundo aspecto a examinar: el económico. Este es un tema muy técnico, pero que puede resumirse así: la designación como “significativamente corrupto” por un órgano oficial norteamericano puede generar interdicciones legales a muchas de sus empresas que operan a nivel internacional. Si claudica el sistema económico, claudica la política. En el caso de Cartes, sin dinero no hay amor.
Lo impensable ocurrió: el Departamento de Estado le bajó el pulgar. Pero, ¿y si sucediera algo más? Al respecto, el abogado Guillermo Ferreiro posteó con ironía: “Estados Unidos es bipolar, hoy le prohíbe la entrada a Cartes, pero mañana lo va a pedir en extradición”.
De eso se trata la cosa. Lo que antes solo aparecía en la forma de improbables memes de Cartes vestido con un mameluco anaranjado, hoy es una perspectiva aterradora.
Como nadie sabe cómo y quién lo decide, cualquier análisis de lo que podría ocurrir es pura fantasía. Lo único seguro es que ya nada será igual.