06 may. 2025

Autoridad y poder

Catorce años atrás, en agosto del 2008, fui convocado por el extinto profesor Antonio Tellechea Solís, de feliz memoria, por entonces rector de la Universidad Católica (UC) para producir un análisis forense con relación a hechos que conmocionaban a esa comunidad educativa; manifestación de estudiantes y la toma del Aula Magna. Como egresado de la UC me resultaba fácil entender el reclamo de los jóvenes. Sin embargo, quedé atónito cuando culminaron los análisis prospectivos —significa lo futuro, lo que se viene— y cuyas dos de sus conclusiones más inquietantes fueron las siguientes: primero, la UC estaba cogobernada casi de manera imperceptible por clanes familiares, por pequeños clubes y por cofradías atomizadas en espacios bien identificados de poder, desde donde imponían su voluntad con beneficio de renta, utilizando una plataforma de servicio universal como lo es la Iglesia.

Lo segundo, lo más desconcertante, era que la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) —como propietaria de la UC— suscribió un contrato leonino, ya que esta carecía del control en estricto sentido sobre su propia obra, cuyo objetivo es la enseñanza con excelencia de las ciencias y de las artes conforme a los valores del cristianismo. En suma, aquello era una disputa entre autoridad y poder. Autoridad y poder son dos conceptos distintos. Una persona sin autoridad puede tener poder. Es que tener autoridad necesariamente implica una impronta ética basada en una trayectoria de vida, en el conocimiento, en la legitimidad de origen y la del ejercicio del cargo. Tener poder en cambio no necesariamente significa presencia de autoridad.

Una limitada definición nos indica que poder es toda oportunidad de imponer la propia voluntad personal en el contexto de una relación social —aun encontrando oposiciones— independientemente del fundamento en que se basa dicha oportunidad. Es decir, si el poder tiene un origen espurio o fingido se carece de autoridad. Prueba de ello es que, a lo largo de los años, vemos desfilar a actores sociales, buscando una suerte de legitimación de hecho. Sin embargo, el origen de cómo este accedió a dicha posición no lo legitima. Pongo la tilde en la administración del poder político en todas sus formas y espacios. Es que “con su potencialidad de violencia se puede convertir en la amenaza más peligrosa para la existencia del individuo”, dice Lorenzetti.

Quizás hoy, la explicación más actualizada a nivel mundial sobre un modo de acceso para el copamiento del poder la encontremos en un concepto relativamente nuevo denominado, común-autoritarismo, fenómeno social asociado al fundamentalismo en sus diversas manifestaciones.

Se presenta en la política, se presenta en la religión. El común-autoritarismo básicamente consiste en lo siguiente: son pequeñas facciones profundamente empoderadas con una visión ideológica definida, asociadas al capital y generalmente imbuidas de firmes convicciones religiosas extremas, de derecha o izquierda, que se apoderan de grandes plataformas sociales (Estado, Gobierno y Religión). La única visión válida es la suya. Revisan la manera de estudiar la historia, modifican las costumbres, la enseñanza, la alimentación y hasta la vestimenta para imponer y proyectar la visión culpadora de estas minorías por sobre la sociedad utilizando estos mismos factores nominados más arriba (Estado, Gobierno y Religión). Solo que esta visión no inclusiva de las mayorías, además de ser anárquica, conducen directamente a la violencia en sus diversas formas, ya que estas minorías empoderadas lucharán hasta el extremo para mantener sus posiciones de privilegio. Si usted me pregunta una cita que resuma los conceptos de autoridad y poder en la cual siempre me inspiro, transcribo parte del discurso del mayor Arturo Bray, director de la Escuela Militar de Paraguay, en ocasión del egreso de los tenientes y guardiamarinas de la promoción 1931, en los prolegómenos de la Guerra del Chaco. Mi coronel Arturo Bray nos sigue iluminando desde la cátedra con las siguientes palabras: “Jóvenes Tenientes y Guardiamarinas: El sable que pende de vuestro costado poned siempre al servicio de la moral, no permitiendo que esa hoja se prostituya, convirtiéndose en instrumento del caudillaje. Orientad siempre vuestras acciones hacia el sendero del deber, que es recto, luminoso e inconfundible. Esta casa sigue siendo la vuestra y os desea que al atardecer de la vida, podáis acercaros a ella, tal como os alejáis: con la frente erguida y la espada limpia”.

Con este artículo hago una pausa en la entrega al diario Última Hora, al que agradezco por el espacio otorgado en todos estos años. Obligaciones contractuales me impedirán próximamente reportarme ante los amables lectores. Nos volveremos a encontrar. Los saludo y me despido como siempre: con la frente en alto y con el sable limpio.