Había una vez, en el corazón de Sudamérica una ciudad llamada Asunción, capital de un pequeño país de nombre Paraguay; en aquella pintoresca ciudad, teñida de lapachos de color rosa, amarillo y blanco nacía un 22 de agosto del año 2002 una tierna niña, a quien llama llamaron Ayelén Thais Alfonso Ledesma, quien llegó –sin que se lo pudieran imaginar sus padres– para robar aplausos y conquistar los escenarios más importantes del país y del mundo entero.
Aye, como la llaman de cariño, es hija de un famoso tenor paraguayo Aníbal Alfonso, miembro de una familia de grandes artistas, y de Lissy Ledesma, una descendiente italiana, quien cuando la cargó por primera vez sintió que sería su más grande orgullo.
Capítulo 2: el inicio de una pasión
La niña creció en gracia y talento; y a los 8 añitos se inició oficialmente en el mundo del arte, cantando en el coro del colegio. Allí descubrió que la música era lo suyo, y se volvió imparable. Un día, su hermano Jesús la escuchó cantar y se volvió su compañero de aventuras. Con sus voces como vela navegaron por muchos lugares derrochando en cada puerto talento y amor por el arte. Jesús se volvió un gran mentor y hasta hoy es soporte de la pequeña Ayelén, que ya soñaba con ser una gran artista y con su voz dar un poco de luz y amor a la gente de su pueblo, muchas veces muy sufrido y que merecía un bálsamo para curar sus heridas. Aye en la voz y Jesús en la guitarra fueron, por muchos años, un dúo dinámico. Él nunca dijo no a las canciones que la pequeña de ojos color azabache quería interpretar. El padre, que integra con sus hermanos el grupo musical Los Alfonso, cuando no estaba cantando en los escenarios acompañaba a su pequeña guiando sus pasos y brindando su apoyo, hasta hoy, en su carrera. Aye, además de saber cantar, ejecutar la guitarra clásica y el ukelele, gracias a la herramienta tecnológica YouTube aprendió los acordes, y la primera canción que ejecutó fue La Gloria de Dios. En los eventos y peñas familiares Aye ya tenía la responsabilidad –una muy grande por el talento del público– de cantar alguna que otra canción, siempre bajo la atenta mirada de su padre, quien era el encargado de corregir algún error de nota o afinación. Al inicio, la pequeña temblaba de nervios y vergüenza para salir a escena, pues de niña solo quería cantar en la soledad de su habitación, sin que nadie la viera o escuche, pero el tiempo es sabio y eso quedó como una anécdota imborrable.
Capítulo 3: Un gran salto
Pasaron los años, Aye superó sus miedos y comenzó a cantar en escenarios más grandes, con su padre y hermano; y luego con Los Alfonsitos, grupo que conformo con su hermano y primos. Con su larga cabellera, su voz de ángel y el respaldo de los suyos brilló cada vez más.
Con su voz, más aplomo y la bandera de su querido Paraguay, viajó a España, Suiza, Francia, Colombia, Alemania; siendo líder de su propio grupo Tradición Folk, ya bajo la representación del sello Quintana Promusic.
En esta historia, como en otras que ya conocemos, siempre hay una hada madrina que ayuda al protagonista a brillar y en la historia de Aye, no es una hada madrina el que llegó, sino un padrino mágico llamado Miguelito Quintana.
Miguelito, se convirtió en el mayor impulsor de la carrera de la joven Ayelén, quien encontró en su padrino mágico a un amigo, un compañero quien la guio a capa y espada por el sendero del éxito y la perseverancia.
En su terruño, ganó la competencia Canta Conmigo Py, el Poncho Para’i de Oro, en el Festival del Poncho Para’i 60 Listas en Piribebuy, el Ñandutí de oro durante el Festival Nacional del Ñandutí; y muchos otros premios; pero sin duda su última aventura: La que la convirtió en la primera paraguaya en ganar el reality Factor X España, marcará un antes y un después en la historia de Aye, que ahora seguirá escribiendo el nuevo capítulo de su historia musical, y de manos de Universal Music, el gigante de la música. Y colorín colorado, este cuento aún no se ha acabado; y sin lugar a dudas, los capítulos a estrenar estarán cargados de aventuras, más sueños cumplidos y mucha música.
