Como casi todos los días, ella recorría los largos pasillos del Palacio de Justicia de Pedro Juan Caballero, buscando una justicia que nunca encontró. Era una mujer campesina, morena y humilde, de caminar lento, pero altivo, con un rostro que demostraba dolor, pero nunca miedo. Su nombre es Ignacia Ayala.
Pensé en ella ayer a la mañana, cuando me enteré que Rubén Chicharõ Sánchez fue asesinado brutalmente por sicarios en su propio dormitorio, en la capital de Amambay.
Aquella mañana de enero de 2015, en una sala de espera de ese Palacio que se negaba a darle justicia, Ignacia me contó su trágica e increíble historia.
Había ocurrido al atardecer del 22 de julio de 2014, cuando Celia López Ayala, la hija de Ignacia, volvía en moto desde Capitán Bado a su casa en Aguará Vevé, llevando a su hijo Robinson, de 2 años, y a su hermana María Isabel, de 18, cuando una avioneta les cayó encima y los mató.
Adilson Deip, el marido de Celia, venía atrás en otra moto y vio el terrible accidente. Enseguida llegaron dos camionetas con hombres armados, que se preocuparon más por recuperar las bolsas de dentro de la aeronave que en auxiliar a las víctimas. Algunas bolsas se habían roto y dejaban caer un fino polvo blanco. Los vecinos que acudieron sabían de qué se trataba: cocaína. Reconocieron a los que llegaron a recuperar la carga: eran hombres al servicio de Rubén Sánchez, el popular Chicharõ. Sabían que debían guardar silencio.
La única que no aceptó callar fue Ignacia Ayala, la mamá de las dos mujeres fallecidas y abuela del niño. Ella conocía bien a Chicharõ y a sus hermanos, habían sido vecinos y sabía a qué se dedicaban. Él le pidió que no haga denuncias, que la iba a recompensar, pero no lo hizo. Desde entonces, ella recorría los pasillos del Palacio de Justicia de Amambay, pidiendo precisamente justicia. Los jueces nunca le hicieron caso.
De aquella avioneta que cayó solo quedó la cáscara. El motor fue “recuperado” misteriosamente la noche del 15 de agosto de 2014 del depósito de evidencias de la Fiscalía de Pedro Juan Caballero.
En la región todos sabían que Rubén Chicharõ Sánchez estaba metido en el narcotráfico, socio de los capos Cabeza Branca y Fernandiño Beiramar, pero eso no fue problema para que llegue a ser diputado suplente por Amambay, en la lista del Partido Colorado. Estuvo preso por poco tiempo, acusado de lavado de dinero, pero logró salir libre y siguió operando tranquilamente para que su hermano Adilson sea el intendente actual de Capitán Bado, apoyando también a otros intendentes en la región. El ministro del interior, Arnaldo Giuzzio, aseguró ayer que Sánchez además financiaba la campaña de varios legisladores.
Chicharõ dormía tranquilo en su residencia, con guardia privada y custodia policial, cuando un grupo comando de sicarios entró a matarlo, rociando con balas de fusiles Ak-47 y escopetas calibre 12 todo el vecindario, en un evidente ajuste de cuentas de una sangrienta guerra entre mafiosos.
Me acordé de Ña Ignacia, la que nunca recibió justicia y me pregunté qué estaría sintiendo allá, en su humilde rancho en las afueras de Capitán Bado.