Decir de Bartomeu Melià que fue el último “gran sabio” no alcanza. Podríamos contar que tenía 22 años cuando llegó a Paraguay y se dedicó al estudio del guaraní de la mano del padre Antonio Guasch. O que obtuvo un doctorado en la Universidad de Estrasburgo, y se convirtió en el discípulo y colaborador de León Cadogán. O que en 1976 lo expulsaron del país luego de denunciar el etnocidio de los aché-guayaki. Pero Meliá fue mucho más que eso. Fue la memoria viva de la palabra guaraní en Paraguay.
La historia de Bartomeu Melià merece ser contada por quienes compartieron su risa, sus anécdotas, sus plegarias, reflexiones sociopolíticas, trabajos académicos. “Es difícil porque es muy grande”, expresó el pa’i Oliva después de una larga pausa cuando le pregunté cómo lo describiría. El afecto de aquellos que rodearon a Tomeu se percibe en cada palabra que eligen al hablar de él; quizás porque el valor de la palabra atraviesa toda la vida de Melià. Muchos responden las preguntas en presente, como si todavía no conciliaran su partida.
Oliva explicó que su amistad con Tomeu –como le decían de cariño– fue breve pero significativa y escribió tres fechas en un papel: 1964, cuando le enseñó guaraní en Barrero; 1979, cuando se encontraron en Ecuador junto con otros exiliados de la dictadura stronista, y 1995, cuando Oliva volvió del exilio.
Milda Rivarola besa su cigarrillo y deja ir un hilo de humo blanco de la boca antes de comenzar a hablar de Melià. “Lo conocí por un poema suyo, Ay de quienes enseñan a leer a los que no saben. Es muy fuerte. Habla de la aculturación que significaba la educación forzosa en español de las comunidades indígenas. Ahí ya lo adoré”, contó. Milda vivió siete años en Qhyqhyhó, un pueblo que está a 160 km de Asunción y Melià la visitaba, revisaba sus archivos, trabajaba, compartía.
Hace más de 40 años, Bartomeu anunciaba que los indígenas no son nuestro problema sino la solución a nuestros problemas. “Los guaraníes son la memoria del futuro”, repetía, porque entendió antes que muchos que seguirán siendo leídos por generaciones a la luz de nuevos contextos históricos.Una parte suya nació cuando aprendió a caminar en los senderos estrechos de Mbarigüí, entre los mbya guaraní en julio de 1969. “Se convirtió en aquello que tanto amaba, se convirtió en guaraní”, contó el jesuita Milciades González.
Paraguay inventado
El sacerdote, filósofo y teólogo jesuita Guillermo Cabello disfrutaba convivir con él en la casa Ellacuría. Escucharlo contar sus andanzas era como participar de sus viajes. Pero no fue hasta que Bartomeu se mudó a Taita Roga que propuso filmar un documental sobre su vida. Así fue que contactó con Marcelo Martinessi, quien dirigió Paraguay inventado por Bartomeu Melià (2010). “Me pareció importante que dejara un legado aparte de sus libros. Algo más”, expuso Cabello.
La amistad entre Tomeu y Martinessi se gestó durante el rodaje y la producción de la película. El director de Las Herederas pasó meses junto a Melià en su biblioteca, leyendo sus cuadernos amazónicos y su diario guaraní. Viajaron juntos a Mbarigüí, el lugar donde él sentía que nació como hombre guaraní.
“Lutarco López, líder de la comunidad y antiguo amigo suyo, cuenta que allá por 1969, cuando Tomeu apareció por primera vez en medio de la selva, ellos sintieron que el cabello ya blanco del joven les inspiraba confianza porque les remitía a la neblina (tatashina), de significado especial dentro de la mitología guaraní. Fue por eso que desde un primer momento lo hicieron sentirse bienvenido. Cuando lo conocieron mejor, les inspiró aún más confianza. Entonces le dejaron participar de las danzas dentro del Opy, la casa sagrada, algo que nunca antes habían permitido a un hombre blanco”, narra el director de cine Marcelo Martinessi.
“En el día de su cumpleaños, Tomeu desaparecía. No sabíamos a dónde iba. Cuando fortaleció su amistad con Marcelo, le pidió que lo acompañara a Caacupé. Resulta que ese ritual lo repetía cada año. Iba, miraba a la gente, rezaba”, relata Guillermo. Continuando con esa tradición, nos dejó un día antes de su cumpleaños.
“Quiero hablar de Bartomeu amigo, compañero, simpático, animador de las reuniones”, refiere el sacerdote andaluz José Luis Caravias, otra de las grandes figuras que se exiliaron en tiempos de dictadura. “Ambos fuimos estudiantes de Teología en Granada. Él era tres cursos superiores a mí. Los dos éramos de Paraguay y eso nos unió profundamente”, recordó Caravias. Lo que no se imaginaban es que ese sentido de identidad sería el mismo que los conectaría años más tarde en el exilio.
Dictadura y expulsión
No sacudí el polvo de los pies no sacudiré ni un solo átomo de ese polvo cuando salga de esa ciudad de ese mi pueblo. Sacudir de mi entraña no podría aunque quisiera tanto camino andado tanto suelo consagrado por la danza y el canto (...) De la tierra expulsado perdí la tierra de mis pies pero me llevo ese poco de polvo atesorado.
Así describió Melià su agonía tras ser expulsado del país en 1976. Esto resultó de su posicionamiento ante la persecución que sufrió la comunidad aché durante la dictadura de Alfredo Stroessner. En ellos, Melià vio a un pueblo que ocupaba tierras fértiles y atractivas amenazadas por el negocio agrícola. Eran víctimas de expulsiones y secuestros de niños, que desencadenó un genocidio apoyado por el régimen estronista.
“Lo que más me llevo de Melià es una frase que dice que lo sucedido a los indígenas en Paraguay le sucederá a los campesinos y a todo el Paraguay. Es verdad. Nos vamos a someter a fuerzas externas y eso es muy fuerte”, confiesa el pa’i Oliva.
En el exilio, Bartomeu trabajó en los archivos del Vaticano y más tarde, junto al equipo Expa (expulsados del Paraguay) escribieron En busca de la tierra sin mal: la historia de los campesinos de Las Ligas Agrarias. En el prólogo agregó una cita del teólogo alemán Johann Baptist Metz que dice: “No es por acaso que la destrucción de los recuerdos es una de las medidas típicas de la dominación totalitaria. La esclavitud de la persona comienza por el hecho de retirársele sus recordaciones. Toda colonización hace de esto un principio suyo”.
“Nos prohibieron publicarlo. Entonces lanzamos la primera edición en Colombia sin nuestros nombres. Tuvimos problemas por eso. El libro se refiere mucho a que al mundo indígena le quieren quitar su historia, su palabra, el idioma. Pero también esta era una experiencia de campesinos y sentíamos mucho que se perdiera; con un acto dictatorial, querer quitar a los pueblos su memoria. Yo creo que esto retrata bastante Bartomeu Melià”, rememora Caravias.
Un intelectual con sandalias
Un año más tarde, en Brasil, tuvo la oportunidad de viajar a la selva amazónica para convivir con un desconocido pueblo indígena: los enawene-nawe, de Mato Grosso do Sul. Fue adoptado por una familia para aprender su idioma y sus costumbres. Pero no fue solo, lo acompañó el hermano Julio Cañas.
“Los indígenas eran los civilizados y ellos eran los salvajes porque no sabían hacer casi nada. No sabían ni caminar bien descalzos”, explica Caravias. “Pero más se espantaban porque comían carne. Dice que a veces cazaban monos y se los tiraban así feo diciéndoles ‘salvajes, cómanse eso’”, describió.
“Mantuvo una broma varios años. El papa Juan Pablo II, en ese momento, había estado en Brasil y un día nadie supo a dónde fue. Melià decía que había ido con los enawene-nawe, contaba que cuando el Papa quiso ir al baño, le indicaron que fuera al monte. Tres o cuatro años nos tuvo con ese cuento”, repuso Caravias entre risas. En una ocasión, caminando en el campo al interior del país con José Luis, agarró algunas hormigas y se las comió. “Están pasadas”, le dijo.
Melià era así, un intelectual con sandalias, porque además de conducir investigaciones, se involucraba en la vida de las comunidades. “Era un intelectual metido en la realidad. Podía escribir una inmensa cantidad de textos sobre los pueblos indígenas y pasar varios años desnudo con una pluma en una tribu del Mato Grosso”, contó el pa’i Oliva.
Capucine Boidin, profesora de Antropología en la Universidad de Sorbona en París, reforzó: “Aprendí mucho de su rigor y metodología, pasé mis primeros años asimilando todo lo que había investigado. Me apoyo con confianza en todos sus trabajos para seguir los caminos que nos abrió y descubrir cada vez más las riquezas de las lenguas guaraníes del Paraguay. Esto es lo maravilloso de la investigación, sabés desde dónde salís pero nunca sabés todo lo que vas a descubrir en el camino”.