02 ene. 2025

Bolsa de Nueva York versus bolsa de súper

Las dos caras de la moneda cotidiana que observa la ciudadanía y afectan directamente al bolsillo se patentizan en las cifras macroeconómicas, magistralmente dibujadas para generar optimismo; frente a la realidad que –en la microeconomía– acompaña a quien busca precio en los comercios y apenas puede adquirir lo necesario, en un declive inevitable de su calidad de vida.

Se podrán esgrimir incontables argumentos sobre la estabilidad, el control de la inflación, la correcta política monetaria y la perfecta sonrisa de los tecnócratas al colocar bonos en Nueva York, por el bien del país; pero el índice de precios no se detiene en su tránsito ascendente y corroe la economía de quienes ya están “bajo el puente”, sin acceso a una vida mejor ni oportunidades laborales para sostener a su familia.

El abordaje estructural habla de una época que ya no es tal –el boom de los commodities– que en la década de los 2000 favoreció el entorno del Cono Sur, permitiéndole generar las divisas necesarias para un crecimiento paradigmático, mediante el envío de granos y carne al exterior, notándose un sector agroexportador en subida, y derramando el circulante a un ámbito catapultado hacia el éxito.

En tanto que la arista coyuntural nos sumerge en una brutal pandemia iniciada en 2020 y que mancilló casi todas las reservas mundiales, a lo que le siguió la guerra de Rusia contra Ucrania y, por antonomasia, contra los fuertes intereses de la OTAN, en un cóctel certero que hizo elevar el precio de fertilizantes y combustibles, generando la escalada inflacionaria más significativa de las últimas décadas.

El engranaje mundial de producción y distribución de bienes y servicios se vio afectado ostensiblemente, y algunas reglas del juego cambiaron al verse sumamente afectada la cadena logística, en la cual Paraguay no puede intervenir más que mediante su adaptación a la nueva realidad.

Pero sí puede duplicar esfuerzos como Estado a fin de orientar las políticas públicas en un verdadero beneficio de los más vulnerables, ya que históricamente se viene gestando un sinnúmero de exclusiones y deterioro en la calidad de vida, especialmente en los jóvenes, es decir, la franja que puede aportar en la gestación de mayor caudal de mano de obra, y que hasta ahora solo camina a los tumbos, lejos de las promesas partidarias de crear 100.000 puestos de trabajo al año.

La imperiosa necesidad de conseguir más recursos para dinamizar la economía llevó incluso al Gobierno a pergeñar proyectos para redistribuir los ingresos y sostener –aunque no quiera admitirse en el entorno oficial– la camarilla de privilegiados que siguen mamando de las tetas estatales, el statu quo en los astronómicos sueldos de las binacionales y entes estratégicos, y la mínima perturbación de los sectores afines y que no aportan los tributos necesarios. Ergo, la evasión continúa con fuerza y los correligionarios son los únicos que están mejor.

El efecto inmediato en los sectores de seguridad social, jubilación, lo atinente a Arancel Cero, etc., respecto de los cambios que quiere imprimir el Gobierno es la protesta masiva, por la interpretación de los afectados de que será una catástrofe en la aplicación de las nuevas normativas, porque atávicamente las transformaciones impactaron de manera negativa al eslabón más débil, y los pocos derechos y espacios ganados podrían verse comprometidos, debido a la angurria de las cúpulas que representan a los estamentos con ganas de acceder a los recursos públicos a administrar.

Lo macro, en definitiva, se aleja cada vez más del cariz cotidiano que envuelve a una familia tipo, que vive con puros pasivos, vende lo que no tiene para salvar la salud de algún miembro, hace milagros para llegar a fin de mes y ve desdibujado su futuro, al no acceder a los servicios básicos, porque todo se encarece y, como solución mágica, aparecen nuevas emisiones de bonos en Wall Street, que disparan deudas hasta las generaciones que aún no han nacido y quizá vayan a ver esta misma realidad, o tal vez empeorada.

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