El 2024 encontró a esta fecha en un contexto en el que la violencia ejercida por el diputado Yamil Esgaib hacia colegas periodistas quedara impune gracias a la infamia corporativa de la Cámara Baja. Básicamente, se pasaron por todas las líneas, una vez más, el decoro, la decencia y el sentido común.
Pero en esta ocasión estas líneas no se detendrán a hablar de la jauría cavernaria. Al seguir leyéndolas podrá saber de qué se trata.
Si bien el trabajo periodístico es visibilidad por quien escribe o transmite la noticia, no es el único responsable de eso.
Con el periodista están fotógrafos, choferes de móviles, gente de imprenta, camarógrafos, técnicos, operadores y un montón de gente que no se ve en ese día a día.
La difusión de las noticias impresas en este caso tiene otros aliados que las acompañan desde hace años y parecieran ser olvidados.
Estos colaboradores que han sido símbolos de ciudades y sociedades en todo el mundo por mucho tiempo han cumplido su labor y marcaron toda una época.
Canillita, diariero, vendedor de periódicos. No importa la denominación. La palabra en sí trae un eco que se repite en la memoria.
La RAE señala que la palabra canillita es la denominación que le dan a este trabajador en Paraguay, Uruguay, Argentina, Chile, Perú y otros países del continente.
¿De dónde proviene la palabra canillita? Según publicaciones rioplatenses, el término se origina en una obra teatral del uruguayo Florencio Sánchez. En ella el protagonista es un joven de 15 años que trabaja vendiendo diarios y con ello mantiene a sus padres.
Por ser extremadamente pobre, al pegar el tirón de niño a adolescente los pantalones que utiliza les quedan cortos, dejando al descubierto sus huesudas canillas.
Los avances tecnológicos actuales que permiten acceder a cualquier noticia desde un dispositivo electrónico desde cualquier lugar y a la hora que sea han llevado este oficio al borde de la extinción.
Tal vez con los dedos se cuente la cantidad de vendedores de diario que aún van por los barrios y con su canto y duelo de roncas sirenas busquen cautivar al romántico comprador del papel impreso.
Quien escribe estas líneas también ha conocido el trajín de ser y aprender de la vida cada día ejerciendo el oficio de canillita.
Como todo trabajo en la calle, vive momentos que no olvida nunca. Como los primeros días posgolpe de Estado del 1989.
En esos días apenas uno recibía los diarios y antes de terminar el grito de Timoreeeee, los diarios estaban agotados porque la gente quería saber todo sobre la naciente transición democrática.
Este oficio dio a muchos, sobre todo las familias más pobres, de poder llevar algo de dinero al hogar. También les puso frente a la responsabilidad desde temprana edad, luego siendo jóvenes y poder mantener a sus familias.
Hubo quienes con los diarios bajo el brazo pudieron pagarse la escuela, el colegio y también la universidad. Las lecciones llegaban cada día.
Por ello en esta ocasión esta columna se ha tomado la licencia de homenajear a ese pregón casi apagado y que ha significado para muchas familias el pan diario.
Por ese motivo, tomo “prestado” el fragmento de la segunda escena de la obra del uruguayo Suárez, para cerrar este reconocimiento.
“Soy Canillita, gran personaje, con poca guita y muy mal traje; sigo travieso, desfachatado, chusco y travieso, gran descarado; soy embustero, soy vivaracho, y aunque cuentero no mal muchacho. Muy mal considerado por mucha gente, soy bueno, soy honrado. No soy pillete, y para un diario soy un elemento muy necesario”.