Este muchachito Adán era un poco cabezudo, a tal punto que desobedeció al mismísimo Dios, quien lo sentenció a ganarse el pan con el sudor de la frente. Encima le advirtió que toda su descendencia humana pagará por su culpa per sécula seculorum. Así las cosas, desde que el homo sapiens es sapiens –algunos no tan sapiens, pero homos al fin– hay quienes hacen malabarismos en las calles para trabajar (cuidacoches, limpiavidrios, vendedores de chucherías), mientras otros zafan en oficinas, comercios, hospitales, tareas agrícolas. No pocos la reman con un estrés que va de calmo a moderado, como los artistas, floristas, relacionistas públicos, predicadores y vendehúmos varios que también tienen derecho a buscarse la vida sin robarle a nadie.
Pero por estos pagos, muchos se están salvando de cumplir el castigo divino, probablemente porque tienen un pacto con el otro, el que va con cuernos y tridente.
Estos privilegiados hijos de Eva ganan fortunas solo por decir macanadas varias, como “eres una mujer de mala vida”, claro que menos sutil. No, qué menos sutil, más gronchamente. En estos tiempos que corren bien se podría actualizar el diccionario de frases célebres que alguna vez comenzó a compilar el periodista Ricardo Ramírez.
Aparte de los políticos profesionales que trabajan de eso: de políticos, el que se lleva las palmas a la asertividad es quien prefiere la empanada con pan, antes que la empanada a secas. Quizás decir ñe'ê tavy sea exagerado, pero al menos se lo podría calificar con deficitario en el ámbito de la oratoria. Aparte del molestoso ar ar ar del hablar de los niños bien de Asunción, el candidato tiene dificultades para expresar una idea. Y cuando lo hace, resulta que mete la pata hasta el buche porque su electorado es del Paleolítico, como mínimo. Quedó para la historia aquel “no estoy a favor ni en contra, sino todo lo contrario”, cuando se declaró pro matrimonio igualitario y después se tuvo que desdecir porque los dinosaurios colorados casi lo comieron vivo y sin chimichurri.
Más allá de este problemita para hablar en público, el muñeco no convence con sus gestos. Cuando abraza a un niño de barrio su cara angá revela más asco que la de un viandante salpicado por el agua de cloaca. Y cuando intenta ser de los perros demasiado se nota que cada palabra, cada ojito, está bien pensada por los marketineros. ¿Su virtud? Es churro, y punto.
A estas alturas de la democracia, cuando nadie todavía se puso la camiseta para honrar la deuda que tenemos con el Altísimo por culpa de ese tal Adán, ya deberíamos estar agradecidos de que por lo menos sea churro, porque los representantes del pueblo, los gobernantes de los poderes varios y afines no solo no laburan, nos roban, meten a toda su parentela en el gigantesco Estado, son una manga de disparateros, sino que encima son feos. Y cuando hablamos de feos, hablamos de feos.