Mientras, en Caacupé las calles vacías, la plaza frente a la Basílica también vacía, fueron imágenes insólitas, sorprendentes. La gente no pudo visitar a la Virgen, justo cuando más lo necesitaba.
No obstante, es una pena cargarle a la Virgen con tanta responsabilidad, pero este 8 de diciembre, así como están las cosas, es inevitable pedirle un milagro muy muy grande.
Los sermones de cada año pidiendo milagros o imposibles: esos que piden que se termine la corrupción, y que los políticos se enfoquen más en el bien común y menos en sus intereses particulares, no van a faltar. Pero vamos a tener que pedir algo más. Hoy, toca pedirle a la Virgen de Caacupé que nos dé sensatez, responsabilidad y sentido común; especialmente ahora, cuando los informes apuntan hacia un sombrío panorama.
El aumento de nuevos contagios de Covid-19 por la acelerada transmisión comunitaria, se da por el relajamiento social, y por no guardar las medidas de prevención; y ya es un hecho que vamos a romper el récord de casos confirmados esta primera semana de diciembre. Como explicó el ministro de Salud, este incremento de casos, en pocos días, se puede traducir en más muertes por Covid.
El relajamiento social significa que la gente decidió abandonar todo tipo de cuidados. Por eso vemos fiestas por todas partes, centenas de personas aglomeradas, sin tapabocas, compartiendo una botella, riendo y gritando, como si la pandemia ya hubiera pasado.
Actos temerarios como esos siempre hubo durante los últimos nueve meses. Las redes sociales nos mostraron en este tiempo que la gente se juntó impunemente a celebrar bodas, a jugar piky vóley en la cancha del barrio, a mirar el encendido de un árbol de Navidad, aglomerarse en un balneario o a festejar cumpleaños reuniendo a los niños con los abuelos, ignorando todas las recomendaciones y prohibiciones.
Esa es la gente que fue incapaz de contenerse. Que fue incapaz de quedarse en su casa, como si aquella farra fuera su última oportunidad antes del fin del mundo. Después, todos ellos volvieron a sus casas y terminaron contagiando a sus padres y abuelos. Y ahora, mientras los inconscientes siguen haciendo lo que quieren, los hospitales ya están colapsados.
Pero claro, también están los otros, esos que salen pero para ir a trabajar, esos que si no trabajan no pueden llevar a casa la comida para sus hijos. Esos que a diario corren el peligro de contagiarse por viajar en un bus lleno de gente, y que nunca consiguieron una tarjeta del billetaje, porque en realidad a nadie en este país le importa la vida de los pobres, y menos al Estado.
Sobre todo tenemos que recordar siempre a las enfermeras, los médicos y los funcionarios de los hospitales. Los que hacen su trabajo, salvan vidas y arriesgan la suya; y son testigos en primera fila de la inconsciencia de los que salieron impunemente a farrear y a jugar piky. Esos que tienen que realizar su labor a pesar de las carencias y deben suplir la raquítica infraestructura sanitaria. Y va a hacer falta mucho más que aplausos, reconocimientos y llamarlos héroes. Estos trabajadores de la salud merecen salarios y condiciones de trabajo dignos.
Este año, para llegar a la Navidad y que en la mesa, abundante o modesta, no falte nadie, va a hacer falta ese milagro XXL que le vamos a pedir a la Virgen de Caacupé. Que los paraguayos dejemos de ser tan irresponsables y temerarios; que actuemos con un poco más de sentido común; que dejemos de aglomerarnos en un bar o en un balneario. Y que en estos tiempos de infortunio nos brinde sensatez y empatía.
Finalmente, a los políticos como siempre les vamos a pedir que dejen de robar, y a la gente, que use tapabocas y que aprenda a votar.