De los géneros musicales más pobres en lírica y ritmo debe estar con total seguridad el que abrazó con pasión y ahínco el gobernador de Central, Hugo Javier. Todo lo que no tiene de riqueza estética lo sustituye por el burdo atrevimiento y osadía no solo al menear el cuerpo, sino en las decisiones de su vida pública. Ordenó a su abogado cambiar la prisión domiciliaria de la casa de su madre por una ostentosa residencia en un club privado de San Bernardino “para estar más cerca de su despacho y de sus hijos”. No tuvo absoluta conciencia de la sanción que ha recibido previa al juicio oral y público que por corrupto le espera próximamente. Dobló la apuesta cuando pidió a la Justicia que cumpla la prisión domiciliaria en la misma Gobernación en donde cometió los casos de corrupción de los que se le acusa para “estar más cerca de su trabaio”. Caradura, osado, atrevido y zafio. Todo junto es el peón de Cartes que hace bien su tarea de zapa contra toda forma de normalidad en un Estado de derecho.
Como la cachaca contorsionea la Justicia, usa el temido mecanismo político contra jueces y vuelve aun más serviles a sus compañeros de causa: la misma fiscalía. Hugo Javier, el número 2, es una absoluta síntesis de la degradación de la política paraguaya. Se mofa del sistema podrido incapaz de someter al mandato de la ley y al imperio de la justicia a los corruptos que degradan y hunden todos los días a la democracia de baja intensidad que operamos. Incluso, los mínimos niveles de vergüenza que toda persona normal desarrolla han sido dejados a un lado. Es claramente reconocer que nadie pierde ni gana reputación en un país “donde los inmorales nos han superado” como resumía Discépolo en su tango Cambalache.
La pandemia trajo consigo la oportunidad para robar a mansalva desde el Gobierno. Nadie hizo lo que debiera como transformar por completo el sistema sanitario nacional y dejar como herencia algo que se acerque mínimamente a la dignidad de trato que merece toda persona enferma. Por el contrario, los mismos médicos, como el gobernador del Guairá, se encargaron de contar los billetes direccionados para la pandemia a sus cuentas personales. Han sido identificados tres hasta ahora. Un cachaquero, un ex futbolista y un médico. Son 17 los gobernadores y es posible que con rigor pueda conocerse a más de ellos y la joda que hicieron con los millones de dólares recibidos para canalizarlos hacia las necesidades de la gente. Desde aquel que administrando vuelos en la Dinac y que compraba tapabocas sobrefacturados pasando por la administradora de combustible que adquirió agua tónica porque “la quinina combatía el Covid” hasta llegar a los gobernadores que hicieron un carnaval en complicidad con oenegés pagando por obras no realizadas, lumínicas de estadios facturados dos veces y otras formas cachaqueras de administrar los escasos recursos de todos. Estos sinvergüenzas no merecen el trato que reciben de la miserable justicia que tenemos. Ellos robaron mientras morían más de 18.000 paraguayos víctimas del coronavirus. No tienen perdón.
Débil la Justicia que deja que se mofen de ella. No se animan a ejercer la acción reparadora que todos esperamos. El simple hecho de solicitar dormir de nuevo en la escena del crimen es una cachetada al rostro de unos fiscales y jueces incapaces de aplicar justicia.
El cachaquero es osado, atrevido hasta el insulto. No tiene límites y Hugo Javier González es una síntesis burda y chabacana de un género que solo unos mandantes iguales lo hicieron gobernador para bailar la corrupción. Dentro de un año tendremos nuevos mandatarios. Cambiemos de ritmo, lírica y sentido si no queremos terminar acalambrados en la danza de la decadencia.