Una democracia no es solo una votación cada cierto tiempo por una porción importante que trafica su voto porque no puede distinguir lo bueno de lo malo o porque la pobreza extrema acabó con cualquier confianza hacia el futuro. Tampoco es un conjunto de normas sin ciudadanía que demande su cumplimiento o mandatarios que temen apartarse de ella. Este sistema político, que no es un fin en sí mismo, requiere valores éticos sobre los cuales todo se sostiene y tiene sentido. Eso de saberse responsable y asumir las consecuencias de sus actos, el conflicto de interés que asume forma de vergüenza cuando se la viola y, por sobre todo, el temor a los costos que implica exhibirse ante la sociedad lo malo realizado. Todo lo opuesto es el cachafaz, el inicialmente pícaro devenido en corrupto y sinvergüenza, que se exhibe como triunfador y modelo social para muchos que lo envidian y emulan.
Para estos nada ni importa ni debe ser explicado. Viven en un líquido amniótico que lo hacen absolutamente inmunes a la crítica y al repudio. El presidente del Partido Colorado, Pedro Alliana, que proviene de un partido opositor como Peña y sabe muy bien que para un sector grande del Partido Colorado esto no tiene ningún valor ni costo. Total el partido está lleno de trashumantes y tránsfugas que ellos son solo parte de una legión que encontró en la política —como los oligarcas rusos— una fuente de ingresos que jamás hubieran imaginado. Alliana no tiene empacho en afirmar al término de una frustrada sesión de la Cámara de Diputados, de la que es el presidente, que en realidad era muy temprana la convocatoria y que él debería estar haciendo campaña con su dupla. Como administrador de una gasolinera de Petropar tampoco evitó criticar el subsidio que recibe. El sinvergüenza es así. Pierde la racionalidad ante los hechos y vive confundiendo. Pierde el pudor y no teme el repudio de nadie. Gana 20 salarios mínimos y está convencido de que por lo que le pagan no debe hacer nada. Un auténtico cachafaz es como el mendigo que ha perdido toda vergüenza y nada le importa.
Todos los días vemos casos iguales como los denunciados por un ex juez, los que escuchamos de conversaciones entre delincuentes donde justiprecian la imputación de una fiscala y la condena de un juez o en el medio, lo que le toca al policía en la pirámide de la corrupción. Los cachafaces se huelen a la distancia. Nada les impide operar en el terreno fangoso y fétido de la ilegalidad. El Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados (JEM) nada aprendió de Oscar González Daher y sigue apretando y extorsionando a jueces que no se les humille y les sean funcionales. La cachafacería está en todas partes. En los procedimientos del Estado, sus actos administrativos, la propiedad sobre los inmuebles, los recursos del contribuyente; parafraseando a Discépolo en el tango: “Los cachafaces nos han superado”. Hasta el BCP emula el comportamiento prostibulario de las instituciones que se creen por encima de las leyes y de las instituciones de control como el Senado.
Cada día que pasa los candidatos cachafaces se muestran orgullosos y abrazados con sus líderes políticos, al mismo tiempo que traficaban con drogas o limpiaban activos. La degradación de la política es consecuencia directa del alto grado de tolerancia social hacia los cachafaces. Deben ser vomitados y purgados si queremos volver a creer en la democracia. Sal inglesa al cuerpo social es urgente y necesaria para limpiar el daño que llevan haciendo.
Los cachafaces deben ser repudiados antes de que hagan de la República un reino donde todo aquello que nos afecta, hiere o mata pase a ser absolutamente normal entre nosotros. Hay que hacerlo pronto. Son muchos y se creen inmunes e impunes a todo.