Asunción es un adefesio que empeora por minuto. Todos los intendentes –al menos los de los últimos 20 años– cuando fueron candidatos eran asuncenos de la primera hora: de madre asuncena, abuelo asunceno, tatarabuelo asunceno. Pero apenas se sentaron en el sillón de Casabianca, se olvidaron de su asuncenidad y encargaron uno a uno y sin mucho trámite de reventar a la Madre de Ciudades, cual si fuera una madrastra.
Ni siquiera hay que ahondar en las modificaciones y remodificaciones y recontramodificaciones al Plan Regulador para permitir que se construya cualquier cosa en cualquier barrio. Basta con mirar las últimas ñembo mejoras urbanas que se les ocurrió implementar, sin ningún criterio estético y mucho menos de armonía y confort para los asuncenos y para los amigos de otros lugares que vienen a usufructuar la capital. Para colmo de males, pasan los años y las porquerías –que ya eran horrorosas cuando recién estrenadas– se vuelven aún más feas.
Burt mandó construir –como se dice en Paraguay– unas murallas gigantes en la avenida Mariscal López, la más chuchi, la más linda y la más coqueta. Estos monumentos a la horriblura se llamaron pelícanos y supuestamente eran lo más in en Mayami y otras ciudades de la Florida. Hoy quedan restos de cascotes mal que mal apilados con unas repinturas en colores refractarios que dan más miedo que alerta.
Después vino Riera, de indudable origen asunceno, que se te daba por pensar que iba a quererle un poco más a la ciudad. Pero no, hizo hacer unas presuntas fuentes de agua, que más bien parecen bateas, pero que en la práctica sirven de piscina a los niños que amo ha pope se merecen un lugar dónde refrescarse. Lo argel nomás es que los sitios de recreo acuático, que ahora están asquerosamente sucios y abandonados, están en la última manzana histórica que queda en más o menos buen estado.
Samaniego se las dio de ecológico. No se le ocurrió nada mejor que hacer unas cajas de madera espantosas a modo de canteros para colocar flores en los paseos centrales. Ahora quedan los pedazos de leña, sin flores y repletos de basura.
Cuando llegó Mario... ¡qué alegría! Por fin un asunceno que parece que le quiere a Asunción. Pero la decepción no se hizo esperar. Autorizó la colocación de unas horribles terrazas en la calle Palma con unos lienzos flameantes. En dos años, serán girones, pedazos de velas de naves fantasmas; barcos piratas abandonados a su suerte.
Muchos de los que nacimos, vivimos y tributamos en Asunción esperamos que algún día volvamos a tener un intendente con criterio, que ame tanto a Asunción como nosotros la amamos. ¿Es pio mucho pedir?