Si queremos ser tratados como gente seria debemos comportarnos como tales. Hacer la tarea y no desafiar la reglas que hemos decidido aceptar y para las cuales nuestro presidente viaja una y otra vez al mundo para convencerlos que tenemos una institucionalidad sólida, una justicia confiable y unos comportamientos cercanos a la legalidad y no confrontándola. Cuando nos califican como violadores de la ley Magnitsky que claramente condena comportamientos contra los derechos humanos y parte del crimen organizado, debemos asumir la tarea de corregir aquello que es mal visto y no condenar esas calificaciones y pedir la salida del embajador que denota una pichadura infantil. Tabesa no es el Estado paraguayo, a pesar de que su titular José Ortiz participó en el marzo sangriento del 2017 dando órdenes. Es bastante complicado para un país como el nuestro cuyo presidente se reúne con la jefa del Comando Sur más de 5 veces y que le repite que la agenda central de los EEUU es la persecución del crimen organizado y estar sorprendido de la cantidad de acusaciones que pesan sobre el presidente del Partido Colorado y mandatario de facto del país. Creer que esas cosas se acaban con la cancelación de visa y la prohibición de hacer negocios con sus empresas es de una ingenuidad notable. La misma que de aquellos que dicen que si Trump ganara los comicios de noviembre le levantaran todas las sanciones a Cartes cuando él que puso en vigencia la ley Magnitsky en el 2017 y fue justamente el republicano. Deben dejar la ingenuidad a un lado y entender cuál es el verdadero mensaje que envían desde el admirado norte de nuestros burócratas y el costo que tiene portarse mal. El Gobierno cumple un año el próximo 15 de agosto y ya ha tenido que haber aprendido estas cosas elementales de la relación entre países del mundo. Peña no puede seguir escondiendo su responsabilidad como el día del castigo que desapareció por completo y mandó al día siguiente a su canciller al pelotón de fusilamiento en un comunicado digno de pena en todo sentido.
Adentro podemos simular que nada tiene su costo y que “nuestras costumbres no se parecen nada a otra nación”, pero con eso no le convencemos al mundo que somos un país serio y confiable. Podemos hacer bien la tarea macroeconómica y pagar nuestras acreencias en tiempo y forma, pero de ahí a que nos crean después de las sanciones que en vez de corregirnos agravan nuestras deficiencias estructurales hay un largo trecho.
Si queremos mejores notas debemos hacer la tarea. Si los fiscales le tienen miedo a saber quién mandó matar a Pecci y se desentienden de la tarea es lógico que cunda el miedo a nivel interno y externo. EEUU sabe muy bien el costo que tiene en sus relaciones a largo plazo tolerar comportamientos y actitudes contrarias a la norma. Si los gobiernos de este tipo se consolidan, el costo para sus habitantes es gravoso y sacarlos del Gobierno todavía mucho más. Las sanciones son correctivas si se las entiende y se comprenden desde esa perspectiva. Cuando se las niega con el argumento de la intromisión en asuntos internos se logra el efecto contrario. Los americanos solo se cuidan de aquellos corruptos que simulan ser sus amigos, pero, en realidad, operan en contra de sus intereses y por eso los sancionan.
Los nuestros no pueden distinguir una cosa de la otra. Aplauden a Moody’s, pero condenan al Departamento de Estado y del Tesoro mientras tiritan de miedo ante la Justicia que puede pedir la extradición y ahí esto puede acabar como la Venezuela de Maduro.