Uno de los cambios demográficos más trascendentes es la continua reducción de la tasa de fecundidad observada en nuestro país en las últimas dos décadas. Según los datos del INE, este indicador se redujo de 3,55 hijos por mujer en el año 2000 a alrededor de 2,1 en el año 2022, nivel considerado de reemplazo y de estabilidad demográfica a largo plazo. Esta tendencia refleja cambios en los valores personales y en las preferencias de las familias, dadas las restricciones presupuestarias y los crecientes costos de vida y de educación de los hijos, que enfrenta una población que se ha vuelto principalmente urbana. La expectativa es que la tasa de fecundidad continúe bajando, y las proyecciones del INE indican que para el año 2050 estaría en 1,72 hijos por mujer.
El otro componente demográfico relevante es la fuerte migración de compatriotas a otros países. Esta migración responde principalmente a la escasez de oportunidades en relación con el crecimiento de la oferta laboral proveniente de los jóvenes que cada año se incorporan al mercado buscando empleo. Una motivación adicional surge de los mayores ingresos que pueden percibir aquellos trabajadores de calificación media en países más desarrollados, superando el mayor costo de vida relacionado. Según los datos del INE, la salida neta de paraguayos ha sido particularmente intensa entre los años 2000 y 2015, pero siguen saliendo, y sus proyecciones dan cuenta de una emigración neta de entre 11 y 15 mil personas anuales en la próxima década, un número no despreciable, considerando que representa una reducción en la fuerza laboral en el país. Sin embargo, estas proyecciones pueden ser afectadas por mayores restricciones a la inmigración en los países desarrollados receptores, o por mejores condiciones económicas y laborales que las actuales en nuestro país, que satisfagan las expectativas de estos compatriotas.
La reducción gradual de la tasa de fecundidad y la continua migración de compatriotas implican que el ritmo de crecimiento de la población y de la fuerza laboral seguirá reduciéndose en los próximos años en nuestro país. De hecho, de un crecimiento poblacional promedio superior al 2,5% anual antes del año 2000, bajamos a uno inferior al 1% anual en la década pasada. Es más, a largo plazo, en algún momento más allá del 2050, la población empezará a reducirse como ya ocurre hoy en países como Japón, Corea del Sur, China Continental y algunos países europeos. Esto representa un enorme desafío para los modelos, sistemas y las políticas públicas de desarrollo que hemos creado en los últimos dos siglos para enfrentar una población creciente.
A corto y mediano plazo, las estrategias de desarrollo del país deben tomar en cuenta estas tendencias. En lo económico, implica que el impulso del bono demográfico se va diluyendo y, para mantener un crecimiento económico potencial del 4% anual, son necesarias políticas públicas para incrementar la productividad, así como desarrollar competitividad en actividades, productos y servicios de mayor valor agregado. Así, la atracción de inversión extranjera directa; la integración a cadenas productivas y apertura de mercados a productos de mayor valor; la mejora en la calidad de la educación básica, media y superior; la desburocratización y digitalización de los servicios y trámites públicos; mayor flexibilidad de las relaciones laborales; crear un ecosistema de innovación; son elementos fundamentales que deben tener la máxima prioridad en las políticas públicas de los próximos años.