Los aeropuertos del país amanecieron desiertos y con las pantallas de información en rojo; entre ellos, los de las ciudades de Córdoba (interior) y Rosario (oeste), el Aeroparque porteño o el internacional de Ezeiza, a las afueras de Buenos Aires.
En este último tuvieron que ser reprogramados alrededor de 200 vuelos internacionales y nacionales con la capital argentina como destino u origen.
El grupo aéreo Latam Airlines, integrado por la chilena LAN y la brasileña TAM, y la estatal Aerolíneas Argentinas ya habían anunciado previamente la cancelación de todos sus vuelos y dieron a los pasajeros la posibilidad de cambiar la fecha.
Esto fue replicado por la mayoría de las compañías, con excepciones como la “low cost” Flybondi, que anunció que solo suspendió tres de sus viajes, aquellos en los que el servicio de rampa depende de una empresa externa que sí adhirió al paro de 24 horas convocado por la Confederación General del Trabajo (CGT).
Tanto los trabajadores aeronáuticos que dependen de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) como los siete gremios del sector que están aglutinados en Sindicatos Aeronáuticos Unidos anunciaron el cese de actividades.
Dentro de esta última entidad se encuentra la Asociación del Personal Aeronáutico (APA), que, en un comunicado, señaló que, con esta huelga, “la clase trabajadora argentina se expresará masivamente contra el brutal ajuste implementado por el Gobierno”.
Además, rechazó el reciente acuerdo firmado por el Ejecutivo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) por considerar que “condena a la Argentina y a su pueblo la pobreza, la exclusión, el desempleo y el hambre”.
Pese a que la huelga convocada por la CGT no incluye movilizaciones, organizaciones de izquierda llevan a cabo diversos cortes y manifestaciones en los principales accesos a Buenos Aires.
La medida de fuerza se hace especialmente notable en el transporte, ya que, además de los aeronáuticos, se sumaron los trabajadores de autobuses, trenes y metro, así como una parte de los taxis.