En esas circunstancias, es lógico que hagamos lo mismo que hacía Jesús cuando visitaba el hogar de sus amigos en Betania o cuando decía a sus discípulos: «Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco» (Mc 6,31).
Evitar o remediar la tensión y el agobio que puede conllevar el ritmo de vida actual es una manera de servir a Dios y a las almas: dormir las horas apropiadas, hacer ejercicio u otros planes de descanso, dar periódicamente un paseo más largo para cambiar de aire y reponer las fuerzas, etc.
Además de lo anterior, es el Señor mismo quien desea ser nuestro reposo. Así nos lo indica claramente: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). «Jesús está en una actitud de invitación, de conocimiento y de compasión por nosotros; es más, de ofrecimiento, de promesa, de amistad, de bondad, de remedio a nuestros males, de confortador, y todavía más, de alimento, de pan, de fuente de energía y de vida». Dios nos recuerda que en la oración y en la adoración también podemos encontrar descanso para nuestra alma.
Jesús continúa su predicación con un consejo que revela el secreto para descansar en medio de las dificultades de la vida: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas».
Para no cargar sobre nuestros hombros pesos que no vienen de Dios, el Señor nos invita a identificarnos con Él en esos dos aspectos concretos: en su humildad y en su mansedumbre.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/article/meditaciones-miercoles-segunda-semana-adviento/).