Termina el colegio para mi hija y se abre la gran incógnita de qué tan preparada estará para la universidad. En estos últimos años la he visto cargar electrones según el diagrama de Pauli o resolver derivadas e integrales, aprenderse los ríos de Asia, encontrar la respuesta correcta en problemas de hidrodinámica, comprender teorías filosóficas de la Edad Media y la historia de Roma, conjugar en inglés y redactar en guaraní, realizar un guion cinematográfico y explicar el argumento de La cabaña del Tío Tom luego de leerse la novela, y un larguísimo etcétera. El plan de estudio del Bachillerato Científico con énfasis en Ciencias Sociales tiene ocho áreas desarrollando catorce asignaturas cada año, y la misma cantidad es para los otros énfasis. Sí, ¡catorce!
Como docente universitario, veo los hermosos textos que se utilizan en los colegios, las titánicas tareas que llevan a sus casas y, especialmente, ese portento llamado proyecto final de investigación, que es como una tesina donde deben integrar todos los conocimientos haciendo una investigación exploratoria.
El producto de todo este proceso debe ser un bachiller preparado, como mínimo, para ir a la NASA, o arrasar en , dejar como un tonto a Sherlock Holmes, ser guionista de y ganarse un premio de Discovery Channel y NatGeo. Y, sin embargo…
¿Qué le pasa a ese bachiller ultrapreparado cuando va a la universidad? Pues da pena. Son siempre excepcionales los casos donde la performance del flamante universitario es óptima. Generalmente presenta falencias en muchas prácticas y conocimientos, y es ahí donde uno se pregunta qué es lo que pasa con nuestro sistema educativo, tan ambicioso en su currículo, pero produciendo chicos muy pobres en su preparación.
En este punto uno puede ser injusto si analiza la realidad educativa solo mirando la labor del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), porque tal fenómeno es muy complejo y los factores que intervienen son muchos, y no están al alcance del MEC resolverlos todos. Pero insisto solo en un punto: el currículo es demasiado abarcativo, demasiadas asignaturas para cargarle al pobre adolescente con conocimientos que ni Piaget sabría su cometido.
Se busca vanamente erudición mientras se pierde el saber y, de paso, se amarga la vida de muchos chicos y chicas que luego en la universidad se dan cuenta de que mucho fue el tiempo perdido. Y eso que nuestras universidades no son ni remotamente de exigentes como uno esperaría.
Algo falla en el enfoque curricular del MEC. Mientras en otros países ya es perimida la idea de dividir el conocimiento en asignaturas, entre otros paradigmas que están cayendo, por acá seguimos atosigando al estudiante con etiquetas y compartimentos estancos. Si solo nos concentráramos bien en ciertos puntos con ese adolescente que es curioso por definición, ¡si en esos años leyese, pero con un sistema guiado por el docente donde la comprensión lectora sea primordial, y no tanto el pasar el examen!
¡Muchos problemas se solucionarían solo consiguiendo que el bachiller sea un lector crítico! Pero para esto se deben dedicar muchas horas de aula, que por el momento son usadas en descubrir cuántos átomo-gramos hay en cierta sustancia, traducir un párrafo en francés y mil cosas que le entran en un hemisferio de su cerebro y le salen por el otro.