Cierto día –tuvo que haber sido en la década de 1990– Carlos Federico Abente, su esposa Eva García Parodi y unos amigos llegaron a la catedral de Villarrica.
Quedaron gratamente sorprendidos porque escucharon que dentro de la iglesia un coro ensayaba la guarania Ñemity.
Carlos se emocionó porque encontraba de casualidad una evidencia palpable de que sus versos y la música de José Asunción Flores estaban vivos en la garganta de aquellos cantores.
Cuando terminaron de interpretar la obra, Carlos se acercó a algunos de los integrantes para preguntar con aparente inocencia:
–¿De quién es esa canción que acaban de cantar?–.
–De Carlos Federico Abente y José Asunción Flores–, respondió una cantante.
–¿Y quién es ese Abente?–, interrogó.
–Es un poeta que vivió mucho tiempo en Buenos Aires y murió hace tiempo–, contestó la que parecía ser la más despierta del grupo.
Allí Carlos les aclaró que ese escritor paraguayo no solo no estaba muerto sino que estaba haciéndoles preguntas en ese momento.
De más está decir que, pasado el estupor, le rodearon de afecto y le bombardearon con preguntas.
Pues bien: aquel que creían ya fallecido sigue vivo en Buenos Aires y cumplirá 100 años el próximo 6 de setiembre.
La vida de Carlos es ejemplar. Sin padre en la práctica –lo vio una sola vez en su vida– y con una madre que no siempre pudo estar cerca de él, se abrió camino casi solo en la vida.
Su sueño era ser médico. Antes de alcanzar esa meta, de estudiante, vendía diarios de madrugada y hacía de sparring –el que se deja pegar por plata para que el boxeador se entrene a costa de él– cuando andaba corto de pesos.
Aun cuando salió de su país, a los 4 años, nunca se fue del Paraguay porque siguió conectado a su amada patria a través de los paraguayos de la Argentina, de su lengua materna, el guaraní, y de los frecuentes viajes a Asunción a partir de la caída de la dictadura en 1989.
Su generosidad, solidaridad y sencillez hacen de él un hombre inmenso.
Ñemity es su obra poética de más alto vuelo y la de mayor proyección porque la música de Flores presta a sus alas un vigor de cóndor.
Habla de la siembra del campesino, pero en realidad el mensaje es que hay que sembrar concordia para construir una nación feliz.
Carlos es un Karai Guasu que vive y vivirá en la memoria de su pueblo, porque honra la vida como pocos paraguayos lo han hecho.