Carlos Federico Abente Bogado hubiera cumplido 104 años el próximo 6 de setiembre. Había nacido en Isla Valle (Areguá), en esa fecha, en 1914. Su padre, Isidro Julián Abente, lo anotó en el juzgado de Areguá el 28 de setiembre de ese año según su certificado de nacimiento. Ya no llegó, pero sobrepasó los 100 años que él se había propuesto alcanzar.
Su vida fue rica en ganas de ser lo que se había propuesto –médico– y coraje para no amilanarse ante los obstáculos que terminó venciendo. Haberse encontrado en Buenos Aires con los grandes de la música paraguaya –sobre todo con José Asunción Flores, Augusto Roa Bastos, Herib Campos Cervera, Prudencio Giménez, Emilio Vaezken y tantos otros– significó para él no solo la recuperación plena de su lengua materna sino también el desarrollo de un talento suyo apenas entrevisto por él: la capacidad de escribir poesía.
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Solidario con sus compatriotas, noble de alma, sensible, creativo, modesto y apasionado, fue un paraguayo inmenso. Humanista de pura cepa, honró con creces la vida y nunca olvidó a su patria en los casi 100 años que vivió en la Argentina. El guaraní fue su principal vínculo con la tierra que amaba entrañablemente.
Su padre había conocido en medio de gallos y caballos a los que era aficionado a quien sería la madre de Carlos, Juana Deolinda Bogado Arce. El papá de ella era el compositor de los animales del ingeniero Abente, recibido en Bélgica. Del romance miró los ojos del alba Carlos Federico por primera vez.
Como a los tres años, el riñero y carreristo quiso traer a su hijo a Asunción para ser educado en la casa de su abuela. Doña Deolinda, que era obstetra, se opuso. Y cuando la presión era demasiada, tomó a su primogénito y huyó a Puerto Pinasco. Allí trabajó y formó pareja con un formoseño. Cuando Carlos tenía 5 años se mudaron a Formosa.
Carlos vivió al principio con su madre y su padrastro. Luego estos se mudaron al interior de la provincia y el chico peregrinó de casa en casa trabajando y estudiando hasta completar la Primaria. Para entonces ya tenía decidido ir a realizar la Secundaria desde el internado La Fraternidad –de unos filántropos–, en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. El único obstáculo era que no contaba con dinero suficiente para comprarse el colchón, las sábanas, el pijama y ropas que eran exigidas por la institución que lo iba a albergar.
Éxito y triunfo
Fue allí que acudió por primera vez –y última– junto a su padre. Este le dijo que viniera a vivir con él, dejando a su mamá. Carlos se negó a ello. “Que tengas éxito y triunfes entonces”, le despidió el que por segunda vez intentaba traerlo a su territorio.
El empleador de Carlos en Formosa, Lilón Bibolini, emparentado con paraguayos, hizo las veces de su padre y le equipó al joven estudiante.Ya en el internado, para no perder el guaraní –porque no había nadie con quien pudiera hablarlo– Carlos subía a una silla a decir un monólogo que con el tiempo adquirirá personalidad escrita como Paraguay ruguy.
Al terminar el bachillerato, en 1934, Carlos viajó en tren a Buenos Aires para estudiar Medicina. En el examen de ingreso, obtuvo el primer lugar. Para avanzar en sus estudios, sobrevivió vendiendo diarios y haciendo cada tanto de sparring de boxeadores profesionales.
El primer músico al que conoció llegado apenas a los buenos aires que le cobijaron y con quien trabó íntima amistad fue el guaireño Prudencio Giménez. Fue su portal de conexión al resto de la colectividad paraguaya musical. Ya antes de recibirse de médico era practicante externo del Hospital Municipal Alvear. Ya con su título en manos, continuó allí a la par de trabajar en otros lugares. Operaba a velocidad inusual.
Ipya’eterei en el arte del bisturí. Su maestro y jefe había sido el legendario cirujano Julio Diez.
En 1953, con un ex compañero de La Fraternidad, fundó el primer seguro médico privado de la Argentina.
Aun cuando una sola vez vio a su padre, como evidencia de la fuerza de la herencia genética acaso, Carlos también tuvo gallos de riña que peleaban en los ruedos argentinos más remotos y caballos que corrieron y ganaron carreras en los hipódromos de Palermo y San Isidro.
La vida de Carlos, además de extensa, fue intensa. A mí me honró eligiéndome como biógrafo suyo. Sirva este rápido recuerdo para recobrar en la memoria algunos de los aspectos resaltantes de su vida.
La sangre del Paraguay
Cuando Carlos Federico Abente cursaba la secundaria, entre 1929 y 1934, en el internado de La Fraternidad en Concepción del Uruguay (Provincia de Entre Ríos, Argentina) subía a veces sobre una silla para hacer un monólogo en guaraní.
En aquel entonces de su boca solo se desbordaba con ímpetu el amor a su patria y su afán de que su lengua no quedara huérfana del guaraní. No lo tenía escrito. Por eso, sus versiones eran como variaciones sobre un mismo tema. Era un ejercicio de mantenimiento de la lengua materna, pero también una casi diaria reafirmación de identidad.Cuando se fue a Buenos Aires y se encontró con los paraguayos de los exilios político y social aquello que llevaba encendido en el alma aumentó de volumen.
Ya no estaba solo como un náufrago aferrándose a la tabla de su lengua materna, sino que junto a él compartían el mismo vocabulario otros como José Asunción Flores, Emilio Vaesken, Augusto Roa Bastos, Severo Rodas, Mauricio Cardozo Ocampo, Cayo Sila Godoy y muchos más. Fue en ese ambiente que aquel repertorio de su oralidad pasó al papel con el nombre de Paraguay ruguy, enfatizando su leitmotiv de Che ko nde ruguy che retâ porâ, que él recitaba al andar entre sus amigos. “Lo tenía escrito, pero lo cambiaba una y otra vez.
Nunca tuvo un texto definitivo. Carlos no lo llamaba poesía sino mensaje. Y cuando Flores escuchó lo que él recitaba, le dijo que tenía que escribir la letra de Ñemitÿ porque su expresión tenía la fuerza que él quería como letra para su guarania.
Su letra es sencilla, pero aguda, le decía. Así fue como terminó escribiendo sus versos”, rememoraba Eva García Parodi, nacida en Asunción, de padres santanianos, con quien Carlos se casó el 23 de octubre de 1948.Con el tiempo, Florentín Giménez compuso, en ritmo de guarania, la melodía de Paraguay ruguy. “Cuando viajaba a Buenos Aires, iba a visitarlo en Florida. Una vez –creo que tuvo que haber sido en la década de 1980–, me dio la letra. La trabajé y compuse. Al terminar, le llevé la partitura y una grabación casera en casete”, recuerda Giménez.
La obra fue grabada en el disco Aregüeñas II, en el sello Guairá Producciones, de Gustavo Servín, con la voz de Marco de Brix.
Anécdotas
*Cuando en su consultorio detectaba a músicos muy anémicos por el mal pasar –no todos triunfaban, o les costaba algún tiempo hacerlo–, Carlos les internaba los viernes de tarde en el Alvear. Y les prescribía una dieta para comer alimentos sustanciosos. Los lunes ya se “curaban” y les daba de alta. “Anínteke voiete rejujey”, les decía, “ani jajepilla”.
*Un día, en la década de 1950, Carlos estaba desesperado porque no tenía dinero para pagar la cuota de su casa de Florida. Le iban a sacar, seguro, al no cumplir su compromiso. En la puerta de su consultorio, en Flores, Carlos le comentó la situación a un amigo. Al día siguiente, en una bolsa grande, uno de sus pacientes, en billetes de 2 a 10 pesos, le trajo el monto que necesitaba. Era un portugués horticultor que vendía su producción al menudeo. Había escuchado la conversación.
*Cierta vez, le operó a Trifulca, un delincuente de marca mayor. Al irse de alta, le había dicho: “Si necesita algo en lo que yo le pueda ayudar, llámeme”. Pasó el tiempo. A Carlos se le robó el auto. Le llamó a su ex paciente. “No hagás la denuncia, dame 24 horas”, le respondió. Y al día siguiente reapareció el auto frente a la casa del médico.
*Flores, Vaesken y Abente caminan por la peatonal Florida. El creador de la guarania había cobrado sus derechos autorales y ese día iba a pagar el café. En un momento dado, José Asunción encuentra a una persona con una urna para recaudar fondos para el patronato de leprosos. Recuerda a su amigo Manuel Ortiz Guerrero. Y descarga íntegramente su dinero en la alcancía. Carlos tuvo que volver a pagar el café de aquella mañana.
Paraguay ruguy
Che ko nde ruguy che retâ porâoiméma añandu ipepo oipyso ko che rekovene añuâmi haguâha tetâ ambuéguiku che képe guáichatorohechami ajepovyvývomborayhu rekávo che añoite jave.
Che ko nde ruguy che retâ porânde réra oikovéva mandu’a rorýpemombyry guive che py’ara’âha techaga’úrô kerasy pohâvoche moangekóiva oguahê vove.
Pyhare apytére ku che vy’a’ÿmitâ kangymi aipykuiva’ekuesaimbyhy po’óvo anga kuimba’eajevy atopa mayma nde rory.
Che ko nde ruguy che retâ porâajevy jeýma romoirû haguâmborayhu rapére ne mbaretehatopu’â nde kóga, tahory nde kéraha sapukaipápe vy’apa jave tajajohovasa.
Che ko nde ruguy che retâ porânde rayhúgui omboykéva ñorâirô,pochy ha mba’e mbyasymborayhu ratápe jajopeva’erâñemyrô ijahéiva ha hata rendýpemanteko ikatu jajohayhupa.
Letra: Carlos Federico Abente
Música: Florentín Giménez