El simple hecho de que haya decidido rebajar el tono y la dimensión de una ceremonia tan fastuosa como la coronación habla a las claras no solo del compromiso con la sostenibilidad del que presume, sino también de que su reinado no debe aspirar a compararse con el de su madre.
Por muy proverbial que sea la longevidad de los Windsor (sus progenitores casi alcanzaron el siglo), los 74 años de Carlos permiten vaticinar que su reinado será a la fuerza mucho más breve que el de Isabel II.
Su popularidad, siempre en entredicho, tampoco le augura un sitio en el panteón de la realeza, aunque por ahora haya desempeñado su papel con solvencia.
La vida de Carlos Felipe Arturo Jorge de Windsor está definida por tres mujeres: su madre Isabel, su ex mujer Diana de Gales y su esposa, la reina consorte Camila.
Si Isabel le legó una monarquía consolidada en los turbulentos tiempos de la posguerra y del fin del imperio, el fallido matrimonio con la difunta Diana de Gales determinó en buena medida la imagen pública de Carlos en el Reino Unido y más allá del país.
Camila, mientras, ha pasado de ser la culpable de acabar con el cuento de hadas entre Carlos y Diana a ser aceptada como el gran amor de la vida del monarca, tras una operación para amabilizar su figura en la que el Palacio de Buckingham no ha escatimado recursos.
ETERNO HEREDERO
Nacido el 14 de noviembre de 1948, Carlos ha pasado a la historia como el heredero que más tiempo ha aguardado para convertirse en monarca del Reino Unido y parte de las excolonias de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth).
Dedicó ese larga espera a la filantropía, la espiritualidad y a su compromiso con el medioambiente, aunque fueron su separación de Diana en 1992 y su matrimonio con Camila en 2005 lo que le atrajo más titulares de la siempre ávida prensa británica.
Imborrables son sus imágenes caminando junto a sus hijos, Guillermo y Enrique, tras el féretro de Diana de Gales cuando esta falleció en accidente de tráfico en París, en 1997. El contraste no podía ser mayor con las que 16 años antes difundieron las televisiones de todo el mundo cuando ambos contrajeron matrimonio en la londinense catedral de San Pablo, en una de las bodas del siglo.
Pese a un carácter que en ocasiones parece arrogante y altivo, el rey ha hecho en los últimos años esfuerzos por acercarse al ciudadano y modernizar así una institución que siempre se ha distinguido por mantener las distancias.
A diferencia de su madre, si por algo se destacó Carlos como príncipe de Gales fue por defender de forma mucho más desinhibida las causas ambientales y humanitarias en las que participa a través de más de 20 ONG y fundaciones.
Como soberano se ha mostrado más discreto, aunque no han faltado las filtraciones desde su entorno que reflejan su disgusto con las políticas migratorias del Gobierno conservador o con la forma en que el Brexit se ha llevado a cabo.
UNA INFANCIA DE ESTUDIO Y TIMIDEZ
Carlos III pasó una infancia marcada por su timidez y por la frialdad de las relaciones en palacio, con un padre estricto y una madre distante.
A los nueve años se convirtió en el primer heredero al trono que acudía al colegio, en lugar de ser educado por tutores privados en Buckingham, y pasó una traumática temporada en el internado escocés de Gordonstoun, donde según algunos biógrafos sufrió acoso por parte de sus compañeros.
Con estancias estudiantiles en Melbourne (Australia) o Gales, Carlos ingresó en la Universidad de Cambridge para estudiar Arqueología y Antropología, tras lo cual inició su entrenamiento como piloto de la Real Fuerza Aérea británica (RAF) y también sirvió en la Marina (Royal Navy).
Investido formalmente como príncipe de Gales el 1 de julio de 1969, allí inició una eterna espera al trono que está ya a solo unas horas de completar el círculo.