Sumado a esto, se gesta la intención de inyectar capitales a la economía primordialmente vía nuevos esquemas de deuda pública a través de emisión de bonos y captar alguna que otra concesión de préstamos desde las multilaterales, ya que difícilmente se produzca un ahorro interno mediante el recorte generalizado de salarios en el estamento público. Menos en las binacionales.
Mientras la ciudadanía sufre aún los embates del chantaje en el transporte público, con empresas que siguen regulando la rotación de sus buses chatarras hasta tanto no cobren los subsidios atrasados, en un engranaje finamente aceitado para que las mismas ganen siempre en detrimento del usuario; el sistema público de salud sigue colapsado y hundiéndose con falta de profesionales, medicamentos y otras precariedades; en sintonía con la ola de inseguridad cotidiana, que aumenta de manera exponencial frente a la inacción de los organismos de seguridad.
Las soluciones siempre dependen del cristal con que se observen los fenómenos y de los preconceptos de quienes exponen sus aportes. El reaccionario en busca de una salida tajante y rápida propondrá el fomento de la compra aún más masiva de vehículos particulares frente al transporte público deprimente; atizará el fuego para privatizar de alguna manera el ámbito de la salud y anhelará más presupuesto para las fuerzas del orden, incluido el estamento militar, con el fin de revertir la delincuencia mediante más balas.
El moderado –o bien el que intenta profundizar en las causas primigenias del desajuste social– propondrá transparentar el mecanismo de los costos operativos y erradicar la mafia empresarial que maneja el sistema de buses metropolitanos, fomentará un mayor presupuesto público para las entidades que velan por la salud de la población, hará campañas de concienciación para generar más empleo digno y espacios de inclusión, que puedan amainar la marginalidad y los hechos de violencia. Mientras se gesta esta suerte de lucha frontal entre al individualismo inmediatista y el ansia de superación como sociedad mediante un engranaje participativo y democrático, las autoridades que están para liderar procesos y encaminar el devenir del país todavía no aterrizan ni toman el toro por las astas con el fin de revertir los flagelos diarios por los que atraviesa la ciudadanía.

Hay que reconocer que a nivel macroeconómico todavía se contempla cierto apego a las reglas de estabilidad y que la inflación no se dispara, como sí ocurre en países vecinos; pero el derrotero para superar situaciones de desencaje nos llevará a una nueva emisión de bonos por unos USD 1.100 millones a inicios del año venidero, que obviamente pagarán las generaciones posteriores, debido a los años de ilógico manejo del Presupuesto General de la Nación (PGN).
El Congreso Nacional tiene gran responsabilidad en la falta de coordinación entre lo que ingresa a las arcas estatales, mediante los tributos, y lo que pretende gastarse en las reparticiones públicas. Allí radica gran parte del descalabro financiero, porque las administraciones sucesivas priorizaron el gasto corriente (salarios, principalmente) frente a las inversiones urgentes en varios ámbitos.
La bola de nieve seguirá creciendo sin un tope que imponga el propio Estado. Pero ante los problemas cruciales solo aparecen los parches y la manguera para apagar algo del incendio atroz que se expande por el país. En definitiva, casi nadie da la cara ni orienta hacia las verdaderas soluciones para que todos estemos mejor, tal como se prometió en campaña.