Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
El ómnibus 150 de la empresa Rápido Caaguazú había salido a la 01.00 de la madrugada del 8 de marzo de 1980 de Ciudad Presidente Stroessner (la actual Ciudad del Este), con rumbo a Asunción.
A la altura del kilómetro 37 de la ruta 2, tres campesinos hicieron señas al chofer para que se detenga. Al abrir la puerta, advirtió que eran varios más, 18 en total, incluyendo a mujeres y niños. Algunos estaban vestidos con ropa militar de camuflaje (para’i) y portaban revólveres, rifles y escopetas.
“Subieron nuestros dirigentes a hablar con el chofer, explicaron que éramos campesinos pobres, perseguidos por el Gobierno por pretender vivir como hermanos en nuestra propia tierra. Queríamos ir a Caaguazú a iniciar una lucha por nuestros ideales y no teníamos dinero para nuestro pasaje. El chofer aceptó llevarnos y subimos todos”, recuerda Arcadio Flores, uno de los integrantes del grupo.
Los campesinos estaban liderados por Victoriano Centurión (“Centú”), histórico dirigente de las Ligas Agrarias Cristianas (LAC), nacidas con apoyo de la Iglesia católica paraguaya, que intentaban llevar adelante un modelo de organización social al estilo de la comunidades eclesiales de base, pero eran perseguidas y reprimidas por la dictadura del general Alfredo Stroessner por considerar que eran un “caldo de cultivo” para el comunismo.
A inicio de los 70, Centú se había entrevistado con el propio ministro del interior, Sabino Montanaro, a quien pidió ayuda para establecer una colonia en unas tierras fiscales, en medio de los montes del Alto Paraná.
Con permiso del Instituto de Bienestar Rural (IBR), entre abril y junio de 1972, unas primeras 35 familias procedentes de Misiones se establecieron en Acaraymí, a 40 kilómetros al noroeste de la actual Ciudad del Este y bautizaron el lugar como Nueva Esperanza.
Los conflictos se iniciaron a los pocos meses, cuando apareció una mujer llamada Olga Mendoza de Ramos Giménez (Ña Muqui), esposa de un general, quien reclamó como suyas las tierras ocupadas por los campesinos.
Ante la resistencia a abandonar, empezó un duro hostigamiento desde un destacamento militar instalado a la entrada de la colonia, con detenciones arbitrarias, torturas, quemas de ranchos y destrucción de cultivos.
La larga marcha hacia Asunción
En marzo de 1979 la situación se había vuelto insostenible, cuando Centú y sus seguidores decidieron salir con armas en las manos. Hay varias versiones sobre los objetivos de aquella “expedición armada” y la toma del colectivo.
Según un pronunciamiento del Comité de Iglesias, dado a conocer entonces, los campesinos pretendían viajar a Asunción para protestar ante las autoridades por las injusticias que estaban padeciendo.
Centurión y otros protagonistas, en cambio, afirman que iban a viajar a Caaguazú para contactar con otros líderes campesinos e iniciar acciones de lucha armada para derrocar a la dictadura, pero todo les resultó muy mal.
En el puesto de control Santo Domingo, Torín, inspectores de Hacienda intentaron detener el ómnibus en que viajaban los campesinos, pero Centurión ordenó al chofer que siga adelante.
Rápidamente los funcionarios abordaron dos autos y los persiguieron, pensando que se trataba de contrabandistas.
Uno de los autos cruzó frente al ómnibus, pero Centurión rompió el parabrisas y efectuó varios disparos, hiriendo a uno de los funcionarios. Los autos detuvieron la persecución.
Más adelante, los campesinos ordenaron al chofer que se detenga en el lugar llamado Altona, en Campo 8 (actualmente J. Eulogio Estigarribia), bajaron los 18 campesinos y se internaron en el campo, caminando hacia el norte.
“Caminamos unos mil metros y entramos en un monte para decidir qué íbamos a hacer. ‘Desde ahora nos van a perseguir a muerte los policías y militares’, les dije a todos. Nos dirigimos hacia el monte Monday”, recuerda Victoriano Centurión.
Una verdadera “cacería humana”
Enterado del asalto al ómnibus, esa misma madrugada del 8 de marzo, el dictador Alfredo Stroessner ordenó al jefe de Inteligencia Militar, general Benito Guanes Serrano, que se pusiera al frente de un gran operativo represivo para cazar a “los guerrilleros”.
Toda la región de Caaguazú fue invadida por camiones de soldados armados y el vuelo de helicópteros artillados. Unos 5.000 efectivos militares fueron desplazados, además de “milicianos” (civiles paramilitares) pertenecientes al Partido Colorado, a quienes se repartió armas. La orden era “acabar con los guerrilleros”.
La base de operaciones se estableció en la finca de la familia Collante, en las afueras de Caaguazú.
Durante los dos primeros días no hubo pistas de los fugitivos. El 11 de marzo, a la siesta, desde un helicóptero se divisó a tres hombres que corrían hacia un monte, en la zona de San Antoniomí.
El piloto dio aviso y en pocos minutos llegaron varios camiones de soldados y hombres armados que rodearon la zona.
Dentro del monte estaban cuatro de los fugitivos (Mario Ruiz Díaz, Concepción González, Fulgencio Castillo Uliambre y Federico Gutiérrez) casi muertos de hambre y sed, que fueron fusilados al instante.
Otro grupo, liderado por Gumercindo Brítez, fue alcanzado hacia el suroeste por una patrulla al mando del mayor Carlos Alberto Ayala González. Hubo un intenso tiroteo, en el que cayó muerto Brítez, otros resultaron heridos y detenidos, algunos lograron huir.
El tercer grupo, conducido por Estanislao Sotelo, fue interceptado en un monte cercano. Sotelo fue capturado con varias heridas, luego torturado y finalmente degollado por uno de los milicianos colorados, según testimonios.
El cuarto grupo, liderado por Victoriano Centurión, resistió a tiros en la zona del arroyo Pastoreomí. En este grupo estaban dos mujeres menores de edad: Apolinaria González (de 16 años), embarazada de tres meses, y Apolonia Flores Rotela (de 12 años), quien resultó herida con 6 balazos. El único que logró escapar fue Centurión.
Los 10 asesinados-desaparecidos
Los testimonios de los sobrevivientes sostienen que 10 de los campesinos fueron asesinados de manera violenta, algunos de ellos capturados vivos y posteriormente degollados con machetes.
La lista de los 10 campesinos asesinados es la siguiente: Gumercindo Brítez, Estanislao Sotelo, Mario Ruiz Díaz, Secundino Segovia Brítez, Feliciano Verdún, Reinaldo Gutiérrez, Concepción González, Fulgencio Castillo Uliambre, Federico Gutiérrez y Adolfo César Brítez.
Diversos indicios apuntan a que todos ellos fueron enterrados en una fosa común, en la zona de San Antoniomí, en las afueras de la ciudad de Caaguazú, pero la ubicación exacta del lugar no ha podido ser determinada.
Tras la caída de la dictadura, el entonces legislador liberal Francisco “Pancho” José de Vargas, padre del actual ministro del Interior Francisco de Vargas, dirigió varias excavaciones en la zona en busca de las víctimas del caso Caaguazú, pero nunca pudieron hallar los restos.
El actual director de Memoria Histórica del Ministerio de Justicia, el médico Rogelio Goiburú, también tiene en su agenda proseguir la búsqueda de los restos de los campesinos de Caaguazú, pero hasta ahora no ha podido hallar pistas concretas que permitan ubicar el lugar exacto en que fueron enterrados.
Del grupo de Acaraymí hubo dos capturadas con heridas: las niñas menores de edad Apolinaria González y Apolonia Flores Rotela; cuatro prófugos: Victoriano Centurión (quien permaneció tres meses oculto en el monte, hasta que fue rescatado y asilado en la embajada de Panamá, para ir al exilio), Francisco Solano Duré, Gil Santos Duré y Vidal Martínez; y 2 detenidos: Mariano Martínez y Arnaldo Flores.
Por parte de las fuerzas del Gobierno no hubo muertos, pero sí resultaron heridos el mayor DEM Carlos Alberto Ayala González, de la II División de Infantería, el alcalde policial Romualdo Rolón, el conscripto Aristides Ortigoza y los milicianos Felipe Giménez y César Duré.
La niña Apolonia Flores Rotela fue trasladada al Policlínico Policial, actual Hospital Rigoberto Caballero, donde recibió en dos oportunidades la visita del propio dictador Alfredo Stroessner, quien le ofreció protegerla y hacerla estudiar en una escuela, pero ella, desde la cama donde se reponía de las heridas, le respondió desafiante: "¿Por qué solo a mí me ofrece educación? ¿Por qué nunca se acordó de toda mi gente que pasaba hambre y no tenía escuelas, pero solo le ofrecieron balas?”.
Molesto ante la insolencia de la pequeña, Stroessner ordenó que la procesen al igual que los otros subversivos.
La ficha policial de Apolonia Flores, niña de apenas 12 años de edad, retratada y caracterizada como “peligrosa guerrillera”, es una de las reliquias exhibidas en el llamado Archivo del Terror, en el Museo de la Justicia, por su absurda caracterización.
El principal líder del grupo, Victoriano Centurión, el legendario Centú, permaneció oculto en el monte, viviendo en el agujero del tronco hueco de un gran árbol durante casi tres meses, protegido por algunos pobladores de la zona mientras los milicianos y efectivos militares lo buscaban intensamente.
“Finalmente, Centú, pasando frente a varios puestos policiales, oculto en una carreta con bueyes y varias bolsas de mandioca, llegó hasta un lugar donde fue auxiliado por el político liberal Domingo Laíno, quien lo trasladó clandestinamente hasta Asunción, para ser asilado en la embajada de Venezuela en Asunción y finalmente lograr asilo político en aquel país”, recuerda Gregorio Gómez Centurión, otro histórico dirigente de las Ligas Agrarias Cristianas, sobreviviente de otra comunidad campesina que también sufrió una dura represión, en San Isidro del Jejuí.
Centurión regresó del exilio luego de la caída de la dictadura, siguió activando en organizaciones campesinas y falleció recientemente, el 31 de enero de 2016, en su casa, en la zona de Juan E. O’Leary, Alto Paraná.