Llegué a su obra tempranamente (en la pubertad), en la televisión abierta paraguaya. Fue con la película con la que muchos de mi generación llegaron al director norteamericano: Serpico (1973). Allí conocí a Al Pacino, si mal no recuerdo, antes que en El Padrino y muchísimo antes que en Taxi driver. El filme es desigual (hace poco lo volví a ver), pero su personaje descentrado que se planta ante una entidad mucho más grande que él no solo es potentemente atractivo (Pacino ganó un Globo de Oro por su actuación), sino un aviso del tipo de cine neorrealista que haría Lumet, inolvidablemente en varios casos, durante los restantes treinta años.
Lo cual no quiere decir que Lumet no tuviera una carrera anterior a Serpico, ni mucho menos. Nacido hoy mismo hace un siglo en una ciudad de contrastes sociales como Filadelfia, Lumet debutó a lo grande: quien vio Doce hombres sin piedad (1957) no olvida el coro de actores estelares reunidos en una habitación apabullante (algunos del Hollywood dorado de los años 30, como Henry Fonda y Lee J. Cobb; otros apenas debutantes, como Martin Balsam), ni la osada dirección de Lumet en un solo y amenísimo set de filmación. Cinco años después filmó otra popular obra de teatro, Larga jornada hacia la noche, de Eugene O’Neill: no muchos directores tienen la inteligencia de ponerse al servicio de un talento feroz (el de Katharine Hepburn, quien venía interpretando papeles que le hacían justicia) para que, si ese talento triunfa, triunfe la película: Es lo que sucedió.
Es cierto: Estoy citando títulos en los que el tratamiento realista está ya presente en el horizonte creativo de Lumet. Sin embargo, es recién desde Serpico que el director se interesa en esta individualidad algo alucinada que forma parte enojosa e incómodamente del sistema y lo combate a su manera. De hecho, tiene una predilección (que después otros copiaron) por el elemento policial descontento, poco cínico y malhumorado de la democracia estadounidense, interpretado por Treat Williams, en El príncipe de la ciudad, (1981); por Jeff Bridges, en A la mañana siguiente (1986), donde volvió además a poner en la cima de la consideración a una actriz de mediana edad, Jane Fonda; por Nick Nolte, en Distrito 34: corrupción total (1990).
Pero también están el abogado precursor (entre otros) del Saul Goodman de Breaking bad y Better Call Saul, interpretado por Paul Newman en El veredicto (1982); Tymothy Hutton en Daniel (1983), como el hijo ficticio de los condenados a muerte por espionaje en los Estados Unidos en 1953, Ethel y Julius Rosenberg, en una historia basada en la gran y recomendadísima novela de E. L. Doctorow; otra vez Al Pacino como el ladrón irreversible y desquiciado de Tarde de perros (1975); Sharon Stone en Gloria (1990), la ex convicta que quiere venganza pero encuentra cosas peores que la cárcel en su camino. Ethan Hawke y Philip Seymour Hoffmann, finalmente, como otros ladrones irreversibles en su obra maestra finaAntes que el diablo sepa que estás muerto, (2007).
Pero quizá su personaje “descentrado” más memorable sea el presentador de televisión Howard Beale, interpretado por un magistralmente desolador y cáustico Peter Finch, en Network (1976). El actor falleció antes de la ceremonia de los Premios Oscar en la que se convirtió en el primero en recibir un premio de la Academia a título póstumo. En Network Lumet criticó, con momentos de alta poesía cinematográfica y actoral, el tipo de periodismo narcisista y tirano que hoy gobierna el mundo de los medios en general.
El cine de Lumet cree en la fuerza de las imágenes para señalar, a veces con gran sentido del humor, contradicciones amargas de la democracia imperial y, a la vez, las de la condición humana misma.