Es de mañana y la luz del sol da calor sin quemar. Al llegar, nuestra entrevistada de hoy está barriendo el patio al ritmo de un vallenato a todo volumen. En la puerta flamea una bandera: Centro Cultural Bañado Sur.
“Me presento, soy Élica Báez, nacida en el barrio Canario del Bañado Sur”, dice y agrega, en broma: “Específicamente en el predio de la UCA”. Ese fue el primer lugar en donde sus padres pudieron construir una casa después de ser expulsados del campo. Hoy vive en el hogar donde pasó su infancia, en el barrio Caacupemí, a solo unas cuadras del sitio donde nos encontramos.
Su hogar fue el primer lugar en donde se acercó a la música. Primero por su padre, don Bernardo —cuyo nombre artístico era Negro Ayala—, que tocaba la guitarra y el arpa acompañado de la voz de ña Feli, su mamá. Y después desde espacios más institucionalizados, bajo la dirección de artistas reconocidos.
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Se formó con muchísimo esfuerzo en el Conservatorio de Música Agustín Barrios, dependiente del Instituto Municipal del Arte (IMA). “Veo que la vida también me pudo colocar en esos espacios, pero realmente, ¿a qué costo?”, cuenta. Y continúa: “Salir de la comunidad hasta para cargar saldo es complicado, por eso es importante que la gente sepa que un logro así es muy grande”.
“Siempre estoy agradecida de haber podido pasar por todos esos lugares para enriquecerme con más conocimientos, que hoy me sirven para resignificar la casa, que es el centro cultural desde hace casi cuatro años”, manifiesta.
Volvió al hogar materno luego de la gran inundación del 2019 y gracias a la comunidad —sobre todo a las vecinas— pudo recuperar el espacio. “Siempre voy a recalcar que acá en el Bañado, kuña la omomyimbaitéva”, expresa.
Después de la pérdida de sus padres, la casa le traía recuerdos tristes, pero Élica —y mención especial a ña Vivi, que es como una segunda madre para ella— logró resignificar su hogar para convertirlo en un espacio para la cultura, el primero que busca expresar, en primera persona, una identidad bañadense desde el arte.
La gesta de una revolución artística
“Vienen muchos niños, niñas, mujeres, madres adolescentes y gente de todas las edades a compartir arte conmigo, porque yo siempre le llamo a eso compartir más que enseñar, estamos aprendiendo juntos”, dice Eli. “Creo que también la educación, el aprender, es así, desde lo colectivo”, añade.
El principio es bien claro: compartir lo que se tiene y luchar juntos por un futuro mejor. “Nosotros somos como familia siempre acá, en la comunidad; un plato de comida se comparte todos los días. Aunque sea una ración de arroz pupu, se invita igual. Y lo mismo nuestra casita, que es así pequeña y está lastimada por la inundación, hoy es un espacio maravilloso para todos”, detalla.
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Es el único y el primer lugar de su tipo en el Bañado Sur y Élica analiza el porqué. En sus palabras, “no existe la cultura para los pobres, para los bañadenses. Nosotros somos una respuesta política también a esa ausencia gigantesca. Faltan muchas cosas: agua, comida, tierra y muchos derechos humanos básicos de los que nos privan por ser nosotros”. Hacer arte, en estas circunstancias, es transgresor.
“Como dice ese tema de Teresa Parodi y Víctor Heredia, La canción es urgente, el arte es urgente para seguir viviendo”, remarca. Esa es su herramienta para sostenerse: “Todavía estoy viva, todavía respiro y esto es lo que sé hacer”.
El objetivo principal de este proyecto es “apostar a que los chicos que vienen acá algún día también sean creadores de espacios así, que sean grandes artistas, que el Bañado no solo sea visto como una zona roja, sino como un lugar donde hay muchísima gente valiosa”.
La salida es colectiva
El Centro Cultural Bañado Sur logró conectar con personas dentro y fuera de la comunidad, quienes sostienen el espacio y colaboran con sus actividades. “No es fácil la sobrevivencia en la comunidad y esas personas valiosas también son las que aportan de una manera inmensa a que esto continúe y se siga proyectando”, indica.
Un gran equipo de madres y padres se acerca al lugar de forma casi natural. Cuando preparan bailes —como lo hicieron para el San Juan o el Carnaval—, acompañan los ensayos. Si falta algo, son quienes se encargan de conseguirlo.
Es el caso de Nidia Acosta, que es decoradora de oficio y siempre la primera en prestar sus telas para armar los escenarios. O un grupo de vecinos adolescentes que ayudan con la poda de árboles. Otro se encarga de los arreglos eléctricos. Y uno más consigue las luces, los reflectores y el sonido.
“Se están dando esas cosas muy lindas, hay un sentido de pertenencia y un equipo muy purete que siempre se acerca para acompañar”, dice Élica. Los proyectos más próximos son el festejo del Día de las Infancias, y buscan, desde el espacio, lograr mayor visibilidad. La idea es que, a futuro, accedan a más apoyo, ya que actualmente se organizan de forma completamente autogestionada.
El centro cultural tiene vínculos con organizaciones sociales como Voces Negras y Brigadas Solidarias, e incluso obtuvo un pequeño auspicio del Fondec (Fondo Nacional de la Cultura y las Artes). Además, siempre llegan personas para colaborar, pero se mantiene un foco: la autonomía.
“No hay gente que se inmiscuya en nuestras decisiones, visiones y propósitos; somos independientes y es el único espacio seguramente en la comunidad que resiste de esa manera”, retrata y resalta: “Nos parece importante tener el micrófono para enunciarnos, porque es necesario que muchos de nosotros tengamos espacios para conversar y decir lo que pasa en primera persona”.
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Una identidad propia
¿Qué es, entonces, hablar en primera persona? Y, sobre todo, ¿qué caracteriza a estas personas que buscan un espacio con voz propia? “Que nos enunciemos en primera persona es el primer paso para que la gente reconozca que existe una cultura bañadense con sus propias características e identidad”, plantea Élica.
Y nuestra entrevistada eleva aún más la conversación al plantear que es necesario pensar en cupos bañadenses en los foros y en las discusiones, “para que nadie hable por nosotros. Muchas organizaciones, en su afán de, seguramente, buscar lo mejor, terminan ocupando espacios que nos corresponden, y nosotros no necesitamos que nadie hable en nuestro nombre”.
“Acá tenemos muy en claro lo que necesitamos, lo que queremos y lo que vamos a seguir haciendo, que es defender nuestro territorio, nuestra tierra”, dice al referirse a la sombra de gentrificación y desalojo que se acerca lentamente bajo el nombre de Plan Maestro.
Otro de los enfoques que trabajan es identificar los factores que generan discriminación. Hay una intención bastante clara de negar lo que es disidente y marginalizar, aún más, a quienes ya viven (o sobreviven) en el margen. Una de estas características es que en los bañados hay muchas personas racializadas.
Podemos analizar esto bajo muchas ópticas y plantear, con fundamentos, como sociólogos de la talla de Pierre Bourdieu elucubran sobre distintos tipos de capital y cómo funcionan los privilegios. Pero realmente no es necesario ir tan lejos, basta con que más de uno revise la manera en que la gente ve a las personas racializadas, guaraniparlantes e indígenas.
“Acá hay población indígena, negra, campesina; personas que fueron desplazadas de su tierra. Hay una carga, por cómo nos vemos y ni qué hablar cuando decimos de dónde somos, es discriminación racial primero y de clase después”, reconoce, “por eso es importante reconocer esta identidad”.
“No es casualidad que la mayoría de los recicladores de Cateura sean personas negras, hay que denunciar eso”, identifica. Muchas veces se piensa que en Paraguay no existe racismo, una visión muy colonialista y simplificada de la realidad.
Desde el Centro Cultural Bañado Sur están seguros de que la lucha continúa. Alrededor de 10 vecinas y vecinos activan allí permanentemente, pero más de 50 rotan en las actividades. En comunidad, buscan ocupar los espacios de incidencia, de organización y de resistencia política.
Sentarse a leer, bailar, cantar y tocar los tambores también es resistir. La inspiración es la propia comunidad: “Cada bañadense tiene una resistencia única y una lucha desde su propio hogar”. Menciona a Carolina Sánchez, lideresa que se encarga de la olla popular vecinal, y a Marisa Román, que lleva adelante el comedor Los Abuelos. Como ellas, hay otros nombres más: ña Tola, ña Vivi, ña Patricia, ña Mari... Y hay miles más que no son nombradas.
“Son compañeras que siguen organizando muchísimas cosas dentro de la comunidad. Cuando me siento un poco bajoneada o de repente quiero bajar los brazos, pienso en ellas, que siguen a pesar de mil cosas”, nos confía. Y entre sorbos de tereré, nunca falta el chiste: “Me parece que puedo todavía echarle unos cuantos”.
El mayor desafío
La pregunta del millón es cómo se sostiene. Y la respuesta es la solidaridad colectiva. El Centro Cultural Bañado Sur se mantiene con colectas y aportes de organizaciones amigas, del campo y la ciudad, que también apoyan el sueño. Los artistas que ofrecen cursos lo hacen ad honorem.
Accedieron a solo un par de fondos que se utilizaron para sostener o plantear proyectos, pero muchas veces fueron rechazados los pedidos de auxilio de una comunidad que realmente necesita del arte y la cultura: “Esperamos que los entes del Estado también se den cuenta de que acá hay un espacio que necesita ser sostenido, hace falta merienda para los chicos, útiles escolares; acá se hace de todo y no puedo creer que sin tener nada, ni un salario fijo, igual sigamos vigentes”.
“Si, teniendo en cuenta las condiciones materiales, hay un espacio que debe tener políticas de reparación, es este”, reclama la gestora. Pero la realidad es que, con apoyo o no, la lucha continúa. “Porque este es un lugar para estar seguros, libres de violencia y, sobre todo, para soñar que podemos hacer arte y ser artistas sin tener que salir de nuestra comunidad”.
Para conocer más sobre las actividades del centro cultural, podés visitarlos en Instagram (@culturabanadosur) y Facebook (Centro Cultural Bañado Sur).
Por Laura Ruiz Díaz. Fotos: Fernando Franceschelli.