Uno de los mecanismos mafiosos más frecuentemente utilizados es la extorsión y el chantaje. Lo hacen para atemorizar, reafirmar su poder o como antesala de la muerte. Mario Puzo escribió el libro El Padrino, sobre la historia del capo mafioso Vito Corleone. La película de Martin Scorsese cumplirá 50 años de su estreno esta semana y merece ser vuelta a ver para entender los diálogos del submundo retratando mucho de lo que es hoy crónica periodística en el Paraguay. Lo peor es que los personajes son quienes en teoría deberían enfrentar el crimen y no ser los que lo promuevan.
Mientras la fiscala general Sandra Quiñónez contaba los votos de sus adversarios en el Congreso para evitar el juicio político, en la pieza contigua su jefa de prensa, quien violando la ley del Ministerio Público trabaja en un medio informativo afín a Cartes, se encargaba de chantajear a todo un poder del Estado sin que su jefa lo supiera ni se opusiera. Pasaron más de cinco horas hasta que la fiscala general la desautorizó y amagó con un sumario administrativo del que nada se sabe. Si no lo sabía es responsable y si lo sabía... también. ¿Qué podríamos pedir de eficacia a una persona que ni su propio espacio físico controla? Menos podría hacer algo contra quienes la pusieron en el cargo y hoy la tienen amarrada a una silla que excede en mucho su capacidad y compromiso. El chantaje en ese caso fue evidente, grosero y hostil, y mereció ingresar en el libelo acusatorio contra Sandra Quiñónez. Al ritmo que vamos, las acusaciones superarán el texto de la Biblia en extensión.
La mafia ingresó a todos los niveles de la vida cotidiana y su tarea se entremezcla con poderes del Estado y cooperativas. Tiene empleados de la Cámara de Diputados trabajando para el sindicado narco Juan Carlos Ozorio, quien puntilloso como es anotó en un bibliorato los costos y las personas a las que se les pagó por sus votos. Fue rápido y tuvo cómplices también para sacar millones de dólares de la cooperativa antes que los demás socios tuvieran esa oportunidad. El otro sospechado: Erico Galeano; cada vez que rectifica su declaración de bienes se olvida de un millonario crédito que obtuvo de la Cooperativa Capiatá, la que usaba como su despensa de barrio para lavar activos. Fue como empleado de correos y volvió rico como tabacalero de frontera, dicen quienes lo conocen, entre ellos el vilipendiado y atacado padre Velazco, quien lo denunció años atrás.
El chantaje también opera sobre varios sinvergüenzas diputados, quienes tienen temor a que si votan por el juicio político, la Fiscalía dará curso a los procesos contra ellos. Esto demuestra que ambas instituciones viven en amigable complicidad afectando severamente a su juramento ante la Constitución de “cumplir y hacer cumplir las leyes”.
El país superado por el vicio solo puede regenerarse desde afuera y parece que vamos en esa dirección. Los mafiosos locales no van morir sino matando y a eso se juegan. El chantaje es un mecanismo que resume el juego antes de la fase final. Los que lo hacen saben bien que cuando los atrapen nada de lo que digan —aunque sea verdad— tendrá credibilidad porque finalmente de eso carecieron siempre.
No se debe temer a los chantajistas. Están temblando ante lo que se les viene y aunque el que los delate sea el mismo contador de Al Capone la historia solo recordará el resultado. El hijo del delator del mafioso podría incluso terminar dando nombre al mayor aeropuerto de EEUU: el O’Hare de Chicago.