En sus tres novelas anteriores – La hojarasca , El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora – el escritor colombiano había echado mano cabalmente a los diálogos, en la línea de uno de sus maestros primigenios, sobre todo, en el arte del cuento: Ernest Hemingway. Sin embargo, con el ingente material que tenía entre manos para Cien años de soledad , García Márquez era consciente de que estaba ante un universo mucho más vasto, que englobaba de hecho a sus relatos anteriores, por lo que la necesidad de una técnica “nueva” y unos “nuevos” recursos se le hizo imperiosa. De ahí tanto su estructura circular como su apelación a la narración legendaria en tercera persona, antes que al dialogismo y la linealidad (o la fragmentariedad que había practicado antes, a la manera de William Faulkner). Por esto es que el novelista era consciente de que, al menos con un empaque audiovisual convencional, la novela resultaría inmanejable en la pantalla, a un costo narrativo demasiado grande.
Convengamos que cuando Gabo pensaba en lo audiovisual, se refería al cine y no a la televisión. Es decir, pensaba más en una película de unas tres horas a reventar, donde la esencia novelesca de su obra quedaría inevitablemente coja ante la matriz proliferante y autorreferencial de la historia. “Me enseñó, sí, a ver en imágenes”, dijo el escritor sobre el cine. “Pero al mismo tiempo compruebo ahora que en todos mis libros anteriores (el resaltado es mío) a Cien años de soledad hay un inmoderado afán de visualización de los personajes y las escenas, y hasta una obsesión por indicar puntos de vista y encuadres”.
Este inmoderado afán cesó con Cien años de soledad , efectivamente, o se volvió en todo caso más literario y menos fílmico. Además, afirmó García Márquez en El olor de la guayaba de Plinio Apuleyo Mendoza, “el diálogo en lengua castellana resulta falso. Siempre he dicho que en este idioma ha habido una gran distancia entre el diálogo hablado y el diálogo escrito. Un diálogo en castellano que es bueno en la vida real no es necesariamente bueno en las novelas. Por eso lo trabajo tan poco”, se sinceró.
Sin embargo, ¿es inadaptable? Respondamos esto: No lo es. Esto es lo que han demostrado los productores de la miniserie basada en la novela del colombiano, entre ellos su hijo Rodrigo García Barcha; que puede ser filmada y, al mismo tiempo, puede resultar “fiel” al original novelístico. Y no solo eso: ¡Puede impugnar las legendarias fobias de Gabo!
Vi la primera temporada de la producción de Netflix hace ya unas semanas, temeroso de los mismos motivos que tenía García Márquez, de mi propio experiencia como lector, tal y cual les habrá pasado previamente al visionado a la mayoría de los lectores de la novela. Pero a pesar de un arranque algo irregular en el par de primeros episodios –sobre todo por la elección de los actores que encarnan la juventud del matrimonio fundador de Macondo–, la serie levanta vuelo hasta meterse dentro de nosotros con una visualidad latinoamericana y surrealista que, es justo decirlo, supera en potencia al original literario. Los actores que hacen de Úrsula y José Arcadio –Diego Vásquez y Marleyda Soto Ríos– realizan una interpretación alada, con una química entre ellos francamente inolvidable. La cinematografía, con la cámara haciendo travellings por las calles y las casas del pueblo, nos embriaga también como nos embriaga la novela.
En suma, es muy probable que Gabo hubiera aprobado esta versión de Cien años de soledad, el libro que escribió basado en sus memorias familiares y que, sorprendentemente para él, se vendió y se vende aun “como perros calientes”.