Dos semanas después del cierre del Empress Market (mercado de la emperatriz) en Karachi (sur), un laberinto de recovecos sombríos y húmedos, Ayesha Chundrigar aún podía oír sus chillidos desde el exterior de este edificio colonial del siglo XIX.
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Cerca de un millar de animales de compañía fueron abandonados en este lugar. “Cuando entramos, alrededor del 70% de ellos había muerto. Sus cuerpos yacían en el suelo”, cuenta esta fundadora de una oenegé de defensa de los animales. “Fue horrible”, rememora.
Los gatos estaban encerrados juntos, de dos en dos o de tres en tres en jaulas para pájaros, sin luz ni ventilación, agua o comida. Los animales que sobrevivieron estaban sentados entre los muertos, temblando.
En Lahore (este), segunda megalópolis paquistaní de 12 millones de habitantes, se hallaron cadáveres de perros en una alcantarilla cerca de Tollington Market, núcleo del negocio de mascotas.
Kiran Maheen pudo salvar a una veintena después de convencer a las autoridades de que la dejaran entrar en este otro edificio construido en tiempos de los británicos. Pero llegó demasiado tarde.
“Cuando la policía abrió el cierre, muchos animales ya habían muerto en el interior”, la mayoría asfixiados, recuerda Kiran Maheen, que también fundó una asociación en defensa de los animales.
La policía afirma que propuso a los comerciantes soltar a los animales en lugares seguros donde pudiesen alimentarlos. Algunos los tiraron a una canalización, donde se ahogaron.
Crueldad
Los derechos de los animales están lejos de ser una prioridad en Pakistán. La ley más reciente que aborda los problemas de crueldad se remonta a 1890.
Las autoridades de Karachi lideran cada año vastas campañas de envenenamiento de cientos de perros callejeros. Los zoos de todo el país están en un estado lamentable.
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Cientos de animales exóticos han sido además importados o criados localmente en los últimos años, para que los ricos de Karachi puedan alardear en las redes sociales con leones a bordo de sus 4X4 de lujo.
En tal contexto, el futuro de los animales de compañía es una batalla perdida. Sobre todo cuando la epidemia del nuevo coronavirus ha causado 54 muertos y casi 3.900 infectados en Pakistán y el confinamiento ha dejado a millones de trabajadores en la pobreza.
Aunque las acciones caritativas para con los más pobres son frecuentes en esta sociedad musulmana, las ayudas a los animales son más bien escasas.
Khurram Khan alimenta cada día a una docena de gatos en su vecindario. “Sienten el dolor y la misera como nosotros”, dice este hombre de unos treinta años que vive en un barrio de clase media.
Pero los militantes de la causa animal no pierden la esperanza. Ayesha Chundrigar se anotó una pequeña victoria al convencer a las autoridades de Karachi que permitiera a su equipo entrar en las tiendas de animales dos horas al día para ocuparse de ellos.
Kiran Mahee, por su parte, piensa ya en el futuro: “Intentamos utilizar el confinamiento para presionar y obtener el cierre total de este lugar”, concluye.