En los 12 años que me ha tocado cubrir las actividades del Ministerio de Relaciones Exteriores he podido apreciar algunas líneas que identifican a este ámbito que se fundamenta en el ejercicio de la diplomacia. Una actividad profesional que, sin embargo, varía justamente en ese sentido, en el nivel de cualificación de los diplomáticos y de quienes se desempeñan en el ámbito, sin haberse preparado específicamente para ello.
Me ha resultado sumamente curioso cómo algunos políticos, nombrados embajadores, han ejercido sus funciones como sobreexigidos para demostrar que, aunque no pasaron por la Academia Diplomática, podían hacer un buen papel a favor del país. No es la tónica de todos los nombramientos políticos, para nada. Como tampoco es verdad que todos los diplomáticos de carrera sean eficientes, creativos, hábiles negociadores o trabajadores incansables.
Los hay intelectuales y no tanto. Unos muy hábiles para negociar, y algunos moviéndose como si caminaran sobre un piso de vidrio quebradizo, temerosos de cada palabra que fueran a decir o limitadísimos para argumentar una posición o explicar un tema de política exterior, aún tratándose de su área de competencia. Hemos sido testigos de que no existe una política de Estado clara y que incluso tratándose de gobiernos del mismo partido, hay marcada diferencia entre los gobernantes de turno del partido oficialista. Y entre un canciller y otro. No hay una hoja de ruta nítida que, aunque pueda tener cierta flexibilidad y matices según el gobierno que asume, en la esencia, no varía. Ejemplo de todo lo dicho es la nueva mudanza de la Embajada en Israel.
Hecha esta introducción, no puedo dejar de apuntar que el lunes, durante el tradicional saludo por fin de año al presidente de la República por parte del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno, el jefe de Estado destacó, entre otras, a la Unión Europea (UE) con la que se han firmado convenios para abordar problemas sociales. Pero resulta que en este gobierno, que tiene como canciller a Rubén Ramírez, se generó una vergonzante minicrisis con la UE, impulsada por legisladores cartistas que por medio de una ley buscaron derogar un convenio con el bloque europeo destinado a educación. Supuestamente al utilizar las palabras género y empoderar a las niñas, la UE pretendía imponer la ideología de género y otras cuestiones más a través del sistema educativo. Lo cierto es que en Paraguay estuvieron a un paso de pisotear principios del derecho internacional, pese a contar con un ministro de Exteriores diplomático.
Aunque es el presidente el que delinea y lleva la política exterior, se supone que escucha al experto en el área, que es su ministro de RREE. Aunque, tras aquella patética actuación del canciller pidiendo a EEUU que acelere la salida de su embajador en Paraguay, no sé quién debería escuchar a quién. El lunes, el embajador Ostfield estuvo en el saludo protocolar donde brindó con sus pares y con Peña. En la reciente Cumbre del Mercosur, el presidente elogió el cierre del acuerdo del bloque sudamericano con la UE, al que, cuando asumió recién, no le otorgó relevancia y hasta planteó no perder el tiempo con ello y buscar otros mercados internacionales. El mismo presidente al hablar de combate del crimen organizado y del narcotráfico en particular también pregona que estos problemas solo se pueden encarar con base en la cooperación y en conjunto con otros países.
Sin embargo, por decisión unilateral, se comunicó hace dos semanas a EEUU que Paraguay pedía finalizar la colaboración de la DEA con la Senad, pero al filtrarse esta información, se trató y se sigue intentando explicar por qué de pronto la presencia de dicho organismo en Paraguay afecta a la soberanía nacional, como dicen referentes del cartismo. En fin, los buenos diplomáticos posiblemente son los que mejor disimulan las incoherencias e hipocresía de sus gobiernos y mantienen en alto la confianza hacia su país. Tengo serias dudas de que ese sea nuestro caso.