El inicio de la pandemia en Paraguay, en marzo del 2020, con el capitán de Salud, Julio Mazzoleni, parecía marchar sobre rieles. Sin embargo, todo resultó un gran fiasco, dejando entrever la paupérrima gestión pública que nunca desapareció.
No solo Marito, sino autoridades coloradas ineficientes e ineptas nos gobernaron por décadas apostando a un silencioso despilfarro, en algunos casos, o una impúdica ostentación, en otros, a costa del dinero de los contribuyentes.
Como si fuera una minucia, los políticos nos cargan de deudas ante un aparato estatal ineficiente y sin ajustes de ningún tipo, y prefieren desangrar las arcas con gastos innecesarios, incluyendo seguros médicos privados vip, mientras que la población aporta parte de su minúsculo salario a una previsional pública horrorosa, cuyo servicio dista diametralmente de lo esperado.
La patria contratista y las roscas de todos los rubros maman generosamente del Estado y presionan al Gobierno para operar a su santo regodeo, y los seccionaleros de turno ni pestañean en ceder a la corrupción ante jugosas coimas sin escrúpulos, deleitándose de las mieles del poder sin conciencia del bien común.
No es posible que una prestación tan básica como el transporte público esté a merced de operarios que no comulgan con la competencia libre y sana, y que viven colgados del “intervencionismo estatal” como amancebados sin compromisos a los cuales no les interesa los pasajeros.
La educación, en todos sus niveles, tuvo que adaptarse a la era virtual sin las herramientas necesarias, mientras que la conectividad gratuita y la distribución de internet a rincones alejados de la República parece ser un sueño más que una realidad. Los docentes deben trabajar el triple para intentar una educación mínima de calidad, considerando que sus sueldos son una mofa y un agravio.
El personal de salud está cansado de la batalla contra el Covid, además de costearse sus indumentarias y otros implementos, sin contar las extenuantes jornadas laborales que distan lejanamente de un salario digno y condiciones ideales.
Mientras parte del funcionariado público y el pueblo atraviesan necesidades, atestiguan tristemente la existencia de bacanales protagonizadas por secretarias de oro –léase las hetairas del poder– que se cuadruplicaron en la transición democrática, como producto de la herencia stronista, y fueron puestas de modo generoso en distintas dependencias sin ningún decoro, omitiendo de modo olímpico los concursos.
No solo se malgasta con una saturación de funcionarios insana y desmedida, sino que el Gobierno se da el lujo de sobrefacturar en licitaciones públicas en diversos rubros, y no contento, desabastece de insumos a los hospitales u otras dependencias para destinarlos a la venta o campañas políticas.
Ante esto, el actuar de los diputados esta semana testimonia un divorcio flagrante con los intereses del pueblo, con una actitud absolutamente indolente, apática y sin empatía con la gente. La conducta política evidencia, una vez más, sus intereses egoístas y de índole pecuniaria. Este irresponsable Gobierno, que gestionó de modo pésimo la pandemia, usa excusas y remienda sus errores torpemente, gracias a aliados cómplices que alaban una Administración que se cae a pedazos, en un intento de sostener lo absurdo. Mientras tanto, el circo sigue a espaldas de un pueblo indignado, harto y cansado de los abusos. Si Marito acaba su mandato, será mediante un bloque de sátrapas compinches y encubridores a quienes les importa un rábano el pueblo.