12 abr. 2025

Cocido con galleta y el grito de una niña

La vecina de la casa donde concurrían niñas de una barriada pobre, para acceder a una tasa de cocido y galletas, oyó el grito desesperado de una nena. La fue a socorrer y halló que un hombre estaba abusando de ella, mientras otros dos adultos observaban.

Tras hacer la denuncia, vino la intervención fiscal y saltó la estremecedora noticia: Otras niñas, entre 5 y 11 años, también habían sido sometidas, atraídas por el ofrecimiento de desayuno y, algunas veces, un poco de dinero por parte de los adultos de esa vivienda del terror.

La información conocida es que las víctimas serían unas 10 y que el abuso era sistemático. El escenario: un ex asentamiento en la periferia de la ciudad de Caaguazú.

Los medios se hicieron eco del horrendo caso. Pero pasaron las 24 o 48 horas de indignación colectiva sobre lo ocurrido, así como la condena generalizada a las familias de las niñas y el consiguiente reclamo de que se instituya la “silla eléctrica” y expresiones de deseo de que pronto los responsables de tan monstruoso acto pasen por el “comité de bienvenida” penitenciaria que existe para los abusadores.

Entonces, como ocurre siempre, quedó la equivocada idea de que todo terminará una vez que los culpables ingresen a la cárcel, incluyendo los problemas estructurales, la profunda debilidad institucional y la falta de atención a los dramas sociales que se multiplican y como consecuencia de todo lo anterior.

No hay siquiera el intento de mirar más allá del árbol para tener el contexto y verificar qué intervenciones del Estado existen en ese ex asentamiento, hoy territorio social de los muchos que hay en torno a las zonas urbanas de cada departamento del país. El Triunfo se llama este donde evidentemente los problemas sociales son mucho más serios de lo que uno pudiera imaginarse. Solo en la ciudad de Caaguazú hay 27: 15 son asentamientos, 12 territorios sociales. Mientras que en Coronel Oviedo, capital departamental, existen más de 120, según nos informaron desde la Municipalidad local. ¡Cuántos niños habrá en todos estos sitios!

La fiscala que intervino en el caso y realiza las investigaciones expresó su espanto al constatar que las niñas víctimas ¡no están escolarizadas!, y que fueron atraídas por comida por los tres adultos, dos hombres y una mujer, hoy detenidos, que luego las sometían sexualmente.

La mayoría de los que habrán leído sobre este lamentable, triste y evitable hecho posiblemente desconocen que en los asentamientos no hay servicios básicos, mucho menos escuelas. Que los gobiernos locales, históricamente deficientes, se ven sobrepasados en su capacidad de respuestas a las demandas de tales servicios y para la promoción social. Mientras, sigue la fórmula para hacerse de casa por la vía de los hechos, fomentada por la inutilidad de las instituciones públicas y, en épocas electorales, por algunos políticos irresponsables.

Si hay niños que salen a buscar una comida elemental como el desayuno es porque sus necesidades básicas no se satisfacen mínimamente. Las condiciones de extrema pobreza los colocan en situación de mucha vulnerabilidad, particularmente a las niñas, tal como nos demuestra este nuevo caso de Caaguazú. La gente quedará relativamente satisfecha cuando se juzgue y condene a los tres adultos responsables de quebrar la vida de estas niñas. Pero las condiciones de precariedad permanecen, seguirán y pondrán en la boca de los lobos a más niños y niñas porque desde el Estado no se adoptan las medidas de protección. Ni de atenciones elementales para garantizar que niños en tales circunstancias tengan chances de romper con la espiral de pobreza e ignorancia, crezcan amparados y sin ser dañados en ninguna etapa de su vida.

Se necesitan políticas habitacionales, educación para niños y adultos, salud preventiva, educación sexual, programas de capacitación laboral, microcréditos, y defensores de la niñez con verdadera vocación de servicio. Codenis que traspongan las puertas de la oficina, y muchísimo mayor esfuerzo y compromiso de todas las instituciones del Estado para evitar que adultos pervertidos y delincuentes se aprovechen de la fragilidad infantil y de sus necesidades para quebrar la vida de los niños, usando como señuelo una tasa de cocido y unas galletas.