Majadahonda es una ciudad de los suburbios de Madrid. Comenzó su andadura vital como una pequeña aldea de pastores y labriegos. De ahí su nombre, pues era una majada (lugar donde se guarecen el ganado y los pastores a la noche y también designa a las deposiciones dejadas por estos), ubicada en una hondonada. Para decirlo mal y pronto era una suerte de pozo en medio de la campiña.
Pero ahí acaba la imagen bucólica, pues en su seno se parió la mayor causa contra la corrupción política institucional de la era democrática de España. Esa hondonada explotó la semana pasada y el hedor se extendió por toda la Península Ibérica. Exponiendo al conservador Partido Popular (PP) –ahora en el gobierno– a una de sus mayores crisis. Rajoy pende de un hilo. Y como espectadores lejanos nos preguntamos: cuándo cundirá acá este ejemplo justiciero.
Todo comenzó en noviembre del 2007. El ignoto concejal del PP José Luis Peñas denunció ante la Fiscalía un esquema de corrupción montado en Madrid y Valencia para exclusivo lucro del PP y sus máximos jerarcas, como el infumable José Aznar, dudoso héroe de la derecha latinoamericana; quien, por cierto, no se dio por aludido.
En nuestro país, Peñas sería el eslabón más débil y, como sentencia bíblica, cargaría con toda la culpa. Pero el concejal no tenía ganas del martirio en nombre de la causa partidaria. Entonces, se disfrazó de espía para lograr la compasión fiscal. Así puso en evidencia todo el esquema, que de tan sencillo parecía perfecto.
El gran cerebro era un empresario que tenía la costumbre de ser llamado Don Vito, por el personaje de El Padrino. Como se ve, los alias no son accidentales. El hombre de marras se llama Francisco Correa. Su idea fue práctica.
Como en Majadahonda había un furor constructivo en medio de una burbuja inmobiliaria, Correa (en su honor se llama a este caso Gürtel, que en alemán es correa) se acercó a los amigos de la política y les hizo una propuesta que no podrían rechazar.
Él y otros empresarios amigos serían adjudicados con obras públicas sobrevaloradas y con el excedente de la movida se crearía una Caja B. Ella financiará clandestinamente al PP y a sus jerarcas.
Todo era lindo, perfecto. Hasta que alguien se enojó y se pudrió todo. El resultado: una treintena de condenas. La máxima de 50 años. Peñas, el buchón, ligó casi 5 años.
Pero lo más extraordinario fue que el PP fue condenado como persona jurídica por lucrar con el entramado. Imagínense si acá la ANR o el PLRA rinden cuentas por sus fechorías. Soñar es gratis.