La invasión y el asesinato a mansalva de pueblos indígenas es “conquista”, una palabra que tiene dos acepciones: Ganar, mediante operación de guerra, un territorio, población, posición, etcétera. como si un español hubiera venido con flores y chocolates. Los comedidos dicen “encuentro entre dos mundos”, que deja fuera el genocidio de los dueños originarios de este territorio (“dueños”, es un decir, porque los pueblos indígenas que habitaron este territorio no concebían a la tierra como algo que pueda ser poseído).
Y así los años pasan, mientras aprendemos las narrativas de los que ganan y son sus historias las que repetimos, aunque casi nunca nos identifiquen.
El colonialismo no termina en los libros de historia ni en las palabras que utilizamos. Está arraigado en nuestras costumbres, en nuestras creencias, y hasta en las aspiraciones de nuestra identidad. Nos enseñan que los valores, el éxito y el “desarrollo” vienen siempre desde afuera, que para alcanzar la modernidad debemos renunciar a nuestra esencia. Así, repetimos sin cuestionar modelos impuestos que benefician a unos pocos y profundizan la desigualdad.
Tomemos, por ejemplo, la idea de progreso que domina nuestras ciudades y nuestros campos. Se habla de desarrollo cuando llegan inversiones de afuera que destruyen los recursos naturales y desplazan a las comunidades originarias.
¿Con qué nos quedamos entonces? La extensión de la frontera de la soja o la sobreexplotación de nuestros recursos energéticos está muy lejos de ser el florecimiento económico que promete y muy cerca de ser el chanchito de unos pocos. Los bosques de eucalipto que avanzan sobre el monte y los “cambios de uso de suelo” solo traen tristezas.
Este tipo de progreso no es más que una fachada para el extractivismo y la acumulación de riquezas, pero ojo, solo para unos pocos. Es otro capítulo de esa “conquista” de la que tanto nos hablaron en la escuela, ahora con trajes modernos y discursos de “inversión extranjera” que muchas veces nos obnubila y nos olvidamos de preguntar, específicamente, cuáles son los beneficios para nuestra gente.
¿Y qué hay de nuestra responsabilidad en todo esto? Nos convencieron de que cuestionar estos modelos es falta de patriotismo o rechazo al progreso, pero quizás, lo realmente patriótico sería rescatar las historias, luchas y defender las culturas que fueron largamente oprimidas en este territorio.
Resistir al colonialismo es también buscar una identidad que nos pertenezca, que incluya nuestras raíces y reivindique el derecho de vivir en un territorio donde el bienestar de todos sea posible.
Ya no podemos seguir mirando expectantes mientras la historia se desarrolla ante nuestros ojos, ni repetir lo que unos pocos dicen desde sus malhabidos curules. No es fácil desaprender siglos de imposiciones, pero el primer paso es visibilizar esas estructuras de poder y recordar que la historia también puede ser escrita por los que antes solo tenían el papel de vencer o callar.