Sí algunos rasgos como el uso del jopara (mezcla del español con el guaraní) en algunos títulos, frases, o intervenciones; la utilización de los apodos al denominar a los personajes; la informalidad en el trato a los entrevistados y cierta irreverencia que algunos la llevan bien en la relación periodista-fuente, pero otros, al pretender imitarla, rayan con lo chabacano y la insolencia.
Resulta difícil responder cómo es el periodismo nacional, porque hay de todo. Hay mediocridad y hay calidad. Hay sensacionalismo y hay rigurosidad. Hay pobreza en el desarrollo de los géneros del periodismo y hay innovación y adaptación de estos, por iniciativa de algunos periodistas, a las nuevas plataformas informativas.
Hay un periodismo aburrido y desfasado y hay uno que sorprende por sus contenidos originales y presentaciones acabadas de los temas. Hay un periodismo pedestal (solo sirve de micrófono) y hay otro que contextualiza, explica, desgrana y profundiza los temas. Hay buenos y malos periodistas. Hay un altísimo intrusismo en la profesión de contracara a la tendencia a una alta profesionalización. Hay una extendida precarización laboral que incluye contratos basura y hay un pequeño grupo de periodistas que percibe millonarios salarios, porque son buenos o porque utilizan sus figuras y popularidad para promocionar productos. Hay medios que innovaron e intentan mantenerse de ese modo en medio de un mar de nuevos medios nativos digitales que, sin embargo, replican los mismos esquemas y enfoques cansinos en sus propuestas periodísticas. Hay medios que agonizan mientras ven pasar ante sí los cambios que vinieron de manos de internet y los nuevos modos de consumir información.
Aunque también existe una fuerte reafirmación de los principios del periodismo, también crece un periodismo grosero, de mal gusto, sin ética, que promueve el chisme, viola el honor, la imagen y la intimidad de las personas.
Hay además un periodismo sometido y otro que se sacude con frecuencia de los intentos de sometimiento por parte del poder económico, político y poderes fácticos. Hay una crisis en las facultades de comunicación porque no pueden caminar al mismo ritmo que los frenéticos cambios de la tecnología de la comunicación y las exigencias de nuevos perfiles profesionales y, quizá, lo más grave: que tropiezan con la dura realidad de pretender formar a las nuevas generaciones que vienen sin lectura y con desinterés hacia los libros.
Hay una prensa que no puede ampliar su agenda de especialistas y analistas a quienes recurrir en el afán de profundizar, con opiniones versadas, los asuntos de interés general. La crisis educativa en el país no ha permitido formar y renovar pensadores, filósofos, sociólogos, politólogos, economistas, etc. Las universidades no invierten en investigación, no estudian los cambios de la sociedad, no aportan nuevos conocimientos.
En este contexto, los medios de comunicación no se ven en la necesidad de competir entre sí en la carrera por la excelencia.
El 26 de abril se conmemora el Día del Periodista. Una fecha que en otra época servía para debatir sobre el periodismo, para compartir los mejores trabajos periodísticos y para analizar qué nuevos desafíos afronta la profesión. La convocatoria era de los periodistas organizados que sentían la necesidad de encontrarse con sus pares y hablar de periodismo. Algo que ya no se da. Hay un individualismo exacerbado, ya no existe el sentido de pertenencia a una categoría profesional que hoy ha cobrado ribetes nuevos, pero que mantiene su esencia y sigue siendo demasiado relevante para la sociedad, sobre todo, cuando su ejercicio se fundamenta en principios éticos.