Por Margarita Durán Estragó - Historiadora
La festividad de los Reyes Magos llegó al Paraguay con la conquista. Los españoles que arribaron al Río de la Plata provinieron en su mayoría de Andalucía, región donde, de la mano de los franciscanos, nació la costumbre de preparar el pesebre en el que los tres reyes magos adoraron al Niño Dios.
Sabemos que el modelo de cristianización adoptado por dichos frailes y difundido en el Paraguay desde la segunda mitad del siglo XVI, se caracterizó siempre por ser naturalista, dúctil, humano y bien popular; por algo Francisco de Asís comenzó a representar el nacimiento de Jesús con figuras humanas y animales como la mula, el buey y las ovejas de los pastores. De allí nos viene la tradición cristiana de “armar” el pesebre con los infaltables reyes magos Gaspar, Melchor y Baltasar.
Los reyes son conocidos como astrónomos o magos del Oriente, aquellos que al observar una estrella fulgurante en el firmamento se dejaron conducir por ella hasta Belén, donde hallaron al Niño Dios acostado en un pesebre. De los tres, Baltasar es el más anciano; los primeros frescos lo pintaron de tez blanca y largas barbas, hasta que a finales del siglo XV, cuando todavía se creía que el mundo estaba dividido en tres partes: Asía, África y Europa, cada rey mago fue representando a uno de los tres hijos de Noé que dieron principio a la humanidad: Sem (Asia), Cam (Africa) y Jafet (Europa).
Orígenes
Se pensaba que Baltasar provenía de Etiopía, de la raza negra, por lo tanto, personificaba a los descendientes de Cam. No faltaron negros que desde los tiempos más remotos se consideraron descendientes de dicho rey. En el Paraguay, Corrientes y otras zonas del litoral argentino le llamaron: “Rey San Baltasar” Kambakuéra rerekua: protector de los negros.
Aunque para el común de la gente, la presencia de negros en el Paraguay tuvo su origen en las familias de morenos que acompañaron al general Artigas cuando en 1820 recibió asilo en el Paraguay, la entrada de negros en el Paraguay y Río de la Plata comenzó con la expedición de Pedro de Mendoza y 1536; desde entonces, en la región hubo negros, esclavos y libres.
Desde tiempo inmemorial, los kamba celebraban la fiesta de San Baltasar con rúas o recorridos callejeras donde al ritmo del tamboril, danzaban y cantaban por las calles de Asunción; así rendían culto a su protector, aunque el acto central lo constituía la misa cantada y principalmente la procesión del “santo” a quien paseabam por las calles aledañas a la Iglesia de San Blas, perteneciente a los naturales (indios y negros de la ciudad y alrededores). Este templo se hallaba detrás de la Catedral, entre las actuales calles Yegros e Iturbe, junto a las barrancas del río (Punta Karapä).
Hemos hallado en el Archivo Nacional algunos documentos referentes a esta celebración. A partir de ellos podemos decir que los negros, mulatos, pardos y siervos de los vecinos de Asunción se organizaron en cofradía o hermandad, ya en 1650.
Si para mitad del siglo XVII, tiempo de pura subsistencia de la provincia del Paraguay, hubo necesidad de organizar a los negros en cofradía, fue porque los mismos habían llegado a conformar una comunidad emergente, merecedora de atención espiritual y principalmente de ayuda humanitaria en casos de enfermedad y fallecimiento.
A raíz de la muerte súbita de un indígena que participaba en una rúa en honor a San Baltasar (1758), sabemos que en estos actos, los negros e indígenas acudían a las mismas con armas de fuego, al parecer, con total libertad e imprudencia, disparando salvas en honor del santo rey. En la noche del 7 de enero de aquel año, salieron los kamba a arruar en forma comunitaria cuando de pronto, al pasar por delante de la casa del obispo Manuel Antonio de la Torre, comenzaron a disparar armas de fuego, ocasión en que cayó muerto un indígena, integrante de aquella marcha.
Al hacer la investigación del caso, se supo que los negros quisieron “obsequiarle al obispo con varios tiros de pistola; entre ellos estaba un pardo libre al servicio del gobernador quien disparó con un trabuco, lo cual produjo un estallido extraordinario”. Al instante, un indio fue llevado al galpón de la casa del obispo, donde su médico le había dado tres puntos en la garganta por donde había entrado el proyectil. El indio murió desangrado y la investigación quedó archivada, quizás, por tratarse de un indígena no identificado y otro porque el pardo que causó el accidente era sirviente del gobernador.
Por falta de aprobación real, la cofradía del Rey San Baltasar de Asunción fue suspendida después de siglo y medio de existencia. Los cofrades del “santo rey” suplicaron al gobernador intendente Pedro Melo de Portugal (1787) que les permitiera seguir honrando públicamente a su santo patrono. José Antonio Aponte, en nombre de los “negros, pardos y demás personas de servicio del vecindario”, suscribió una solicitud, la misma fue acompañada de la presentación de unos estatutos. Con dichas reglas, los kamba pretendían cumplir con las exigencias que requerían la constitución formal de una cofradía.
De acuerdo a dichos estatutos, debía haber vísperas cantadas, sermón y “procesión sacando, después de la misa, la imagen en andas o hombros por la plazoleta de la Iglesia, a cuya función serán obligados a asistir todos los cofrades que no estén ausentes de la ciudad, desde el máximo hasta el mínimo”.
Para mayor solemnidad -dicen los estatutos- puede asistir a ella, según la antigua tradición, “uno que haga de alférez, el cual debía ser un oficial del cuerpo de milicia de pardos, con bandera en mano y más veinte individuos de la cofradía, que le acompañen decentemente vestidos, además de jinetes en caballos enjaezados que llegarán hasta el corredor del templo.
Según el reglamento presentado en dicha ocasión, el mayordomo de la cofradía debía contar con la venía del cura de la parroquia de San Blas; a cargo de aquel correría la festividad de San Baltasar a celebrarse en 6 de enero de cada año; también sería de su competencia la guarda de las limosnas y otros haberes a cuyo arbitrio quedarían su venta, distribución, etc. Anualmente debía rendir cuenta de su administración ante el cura de San Blas que actuaría como juez de primera instancia, el cual podría destituirlo en caso de malversación de fondos. La mayordomía era un cargo a perpetuidad, a menos que demande su remoción por alguna causa expresada en los estatutos.
Además de un procurador debía nombrarse a dos enfermeros para que visitasen a los cofrades enfermos y dieran aviso al mayordomo sobre su estado de salud o muerte. Dos cofrades debían asistir permanentemente al enfermo y el mayordomo cuidaría de cubrir los gastos de remedios.
También se nombrarían a dos limosneros –como ya era costumbre antigua- Estos tendrían que recorrer por diferentes rumbos, una semana antes de la festividad de San Baltasar para recibir donativos que serían entregados al mayordomo. Otros cargos de la cofradía lo cubrían: dos vocales, un secretario “idóneo” que labrase actas y haga constar en el libro de la mayordomía todo lo recaudado.
Cuando alguno de los cofrades moría, los demás debían asistir juntos “como de hermandad” rezando un tercio del rosario con sus letanías; si fuera pobre se le rendiría el mismo homenaje y asistencia a la familia como si se tratase de una de las autoridades.
Podían ser cofrades todos los negros, pardos y demás gente de servicio del vecindario; también los esclavos, siempre que aceptasen sus amos y estuviesen de acuerdo con el pago de los tributos, además de prodigarles asistencia a los cofrades.
Al ingresar a la cofradía debían pagarían dos reales de plata y cada año contribuir con dos reales los oficiales y con un real los simples cofrades. Los que no aportaban regularmente, no tendrían derecho a los beneficios ya que se trataba de “bienes de fraterna caridad”.
Por lo que se puede deducir de los estatutos, la cofradía del Rey San Baltasar perseguía fines benéficos en orden a la salud antes que al adoctrinamiento cristiano de sus integrantes. La de San Baltasar podría ser vistas hoy como una cooperativa de bienes y servicios, alentada por la Iglesia para ayudar a la gente menos protegida, a la “miserable gente de mi condición” como la llama Aponte, el negro que solicitó al gobernador, en nombre de los kamba, el restablecimiento de la cofradía, la que fue aceptada por Melo de Portugal en el mismo año de 1787.
Cuando a comienzos del siglo XIX la parroquia de San Blas quedó extinguida, la tradición popular en homenaje a San Baltasar se fue debilitando. Hoy queda el recuerdo de aquella tradición inmortalizada en la polka “Galopera” cuando dice “San Baltasar es el rey mago que protege a los kamba”.
A no confundir esta historia con la de Kambakua, cuyos orígenes provienen del Uruguay, en tiempos del general José Gervasio Artigas.