Vivió el néctar de la gloria y el sinsabor del exilio. Ahora, está retirado oficialmente de la escena. El escritorio de la casa de Lambaré de don Florentín Giménez es hoy su santuario para seguir creando obras populares paraguayas, tras levantarse a las seis de la mañana. “Con una vaca que heredé compré mi primer pianito, un modelo antiguo”, recuerda entre risas el maestro con una lucidez y un estado de salud impecable que sorprende.
Sus 94 años no son una excusa para detenerse y en conversación con él, revivió anécdotas desde que dejó su chacra como campesino en su Ybycuí natal.
JUVENTUD. No olvida que la Guerra del Chaco (1932-1935) le arrebató a su padre y hermanos, y luego a su madre. Como un alma solitaria vino en tren a la Asunción de los 40 y trabajó como lustrabotas y de mandadero hasta alistarse en la legendaria Banda de Músicos de la Policía. Ingresó en 1940, con el entonces director italiano Salvador Dentice, gracias a un primo que trabajaba en la comisaría.
“La banda (de la Policía) tenía una rigidez extraordinaria, tanto en la perfección de la ejecución y en la disciplina de estudio. De siete a diez de la mañana se practicaba en la banda. Luego se tomaba soyo entre todos los aprendices. Culminado eso, seguíamos con la parte teórica hasta el mediodía. De tarde eran los ensayos grupales, cuatro veces a la semana”, recuerda, contando que en aquella época la diversión popular era acudir a las retretas dominicales frente al Cabildo.
Relata que los italianos de entonces “eran rígidos y exigentes, y no perdonaban ningún error”. Por eso, sostiene con orgullo que “de esa época salieron los mejores músicos del Paraguay”, entre ellos José Asunción Flores, Remberto Giménez y otros de míticas bandas.
MÁS RECUERDOS. En años cercanos a la Revolución Civil de 1947 fue parte de las orquestas típicas de Severo Rodas y Ramón Reyes, donde ejecutó el piano, tras tocar la batería en la Policía.
En 1950, crea su orquesta típica con la que recorre localidades de Argentina, retornando con fama al país. De esa época, guarda un recuerdo imborrable. “Hacia 1956, estaba tocando con mi orquesta en el Club Guaraní, en una fiesta bailable con mucha gente. De repente, dos pyragues (delatores) me toman del brazo y me sacan en pleno show. Me llevaron porque descubrieron que mi representante era de izquierda. Me detuvieron 15 días en Investigaciones (de la Policía) y luego me tiraron en Clorinda. Desde entonces, tuve problemas políticos constantes. Un día me escapé, tomé el barco y fui a Buenos Aires. Allí viví 15 años”, menciona. Sin esperarlo, asegura que logró contratos con Ben Molar, dueño de la histórica editorial argentina Fermata, que publicó las partituras de sus guaranias.
HOY. Las paredes de su actual despacho, atestadas de reconocimientos y diplomas, son testigos de su intensa vida de viajes y creación, reflejada en sus 950 obras populares y sus nueve sinfonías, además de sus óperas, conciertos, poemas sinfónicos, comedias musicales y zarzuelas paraguayas.
Resistido por algunos por su vinculación con la dictadura stronista, además de ser víctima de persecuciones políticas en los 50, hoy vive feliz al lado de su segunda esposa Gloria Mena, con quien se casó a sus 89 años, en 2014. “Antes de estrenar su novena sinfonía, tarareaba hasta de noche. No podíamos dormir tranquilos”, dice su nueva compañera de vida con quien toma el mate matutino.
El músico no disimula su satisfacción tras el estreno de la obra en 2017 con la Sinfónica Nacional y anuncia que no habrá más sinfonías, “ya que Beethoven también llegó a las nueve”.