12 abr. 2025

Conejillos de Indias

Los más vulnerables, aquellos que cotidianamente sufren postergaciones, desidia estatal y hasta olvido del entorno (salvo excepciones), suelen ser conejillos de Indias en el marco de batallas ideológicas, intento de imposición de pensamiento único y desinterés en la construcción de un diálogo fructífero.

Hablamos de los estamentos formados por el núcleo fundamental de toda sociedad y que son observados por propios y extraños solo cuando se yerguen el sufrimiento y la tragedia, fruto de inoperancias sistemáticas y postergaciones contrarias a lo que la lógica social establece: Aquellos son los niños, los adolescentes y sus familias. Más aún si estos actores transitan esferas de pobreza.

El entramado de entidades diseñadas para velar por el bienestar de la franja etaria de menores y contener los embates de una sociedad excluyente, como vemos a diario, carece en general de resortes y engranajes para llegar a tiempo e incluso anticiparse al resquebrajamiento que se patentiza en las calles o al interior de algunos hogares, donde cunde la violencia estructural y les tiene de constantes víctimas.

Las campañas de prevención nunca resultan suficientes, aunque intenten calar hondo hacia los responsables de edad adulta, con el fin de aminorar el ritmo frenético de desprotección.

Mientras que la espiral de violencia atraviesa todas las esferas, y el comportamiento de algunos adultos es la réplica instalada en el lenguaje cotidiano, en la intolerancia y en los mensajes insultantes que aspiran a sostener una sola forma de pensar, sin dar paso al debate constructivo ni aceptar que no todas las veces uno tendrá la razón al interpretar un fenómeno. La democracia real queda aún lejos en el tiempo, y el sistema educativo no contribuye en mucho para la formación en tal esfera.

Las políticas públicas en torno a la salud y la educación de las generaciones más jóvenes se vieron últimamente sacudidas por intereses sectarios y facciones político-partidarias, que antepusieron su agenda parcialista antes de que el diseño de espacios de opinión y diálogo, para palpar lo que verdaderamente aspira el entorno social.

La batalla contempló el tiroteo desenfrenado hacia una orientación contemplada por organismos multilaterales, que fue interpretada como la imposición de renovadas maneras de encarar la existencia misma, con el afán de destruir la humanidad y las tradiciones, mediante estrategias y planes en torno a género y derechos, dos términos satanizados por grupos conservadores que, a su vez, proyectan relatos y discursos no siempre claros, pero que impactan en segmentos sociales aún no familiarizados con las transformaciones experimentadas por el mundo.

Los dardos fueron contra la Agenda 2030 de la ONU y contra financiaciones de la Unión Europea, con el argumento de una hipotética colonización ideológica que tendría a los niños como objetivo de experimentos varios.

El enfrentamiento acalorado con sectores progresistas mereció muchos espacios en los medios y redes; hasta que el silencio volvió a reinar y hubo “olvido” en seguir velando por los intereses de seres vulnerables.

Ahora sobrevuela el intento de crear un Ministerio de la Familia, con pretensión de fusionar tres carteras dedicadas a niñez, adolescencia, mujer y juventud, a impulso de los mismos actores adversos a la agenda de la ONU, y que ya recibieron objeciones de grupos de familias por la educación integral del país.

¿Será una medida acertada? ¿Se aminorarán con esto el maltrato y abuso a menores, los feminicidios, la violencia intrafamiliar? ¿O es solo una jugada parlamentaria más que esconde otras intenciones?

Mientras estas cuestiones muy sensibles no se aborden con rigor científico, evidencias y verdadera política de Estado, inmune a manoseos político-partidarios coyunturales, será difícil amainar el ritmo atroz de crueldad padecido por quienes deben estar en el primer lugar de cualquier plan gubernamental.

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