Cualquiera diría que no. Pero lo es. Esta muchacha alegre que viene a nosotros con pasos firmes y energía contagiante es ella. La misma que años atrás vivió el capítulo más dramático de su historia dentro de un supermercado que se incendió por negligencia criminal. La niña que quedó atrapada cuando una parte del cielorraso cayó sobre su pierna, y que cuando pensaba que iba a morir a los siete años, en medio de las llamas, fue rescatada por un bombero. La misma que sufrió consecuencias físicas que la obligaron a rediseñar su modo de encarar la vida.
Es ella, sí. Esos ojos pequeños, que siguen vivaces pese a haber conocido el sufrimiento, son inconfundibles. Es Tatiana Gabaglio (21), una joven menuda de mejillas redondeadas y cabellos largos y ondulados, que cursa dos carreras universitarias, trabaja, es bombera y no se asusta ante los desafíos.
Desde la oscuridad
Los gritos. Las voces de la gente implorando salir. La tormenta de fuego. El humo asfixiante. La sed. La dificultad de respirar. La oscuridad. La desesperación. La luz... la salvación.
Estos son los recuerdos más fuertes que subsisten en la memoria de Tatiana, tal vez algo desdibujados por el tiempo, pero con la misma nitidez dolorosa con que las percibió aquel 1 de agosto de 2004, cuando se convirtió en una de las víctimas del incendio del supermercado Ycuá Bolaños, de Asunción.
Tati ya no llora al recordar. Lo hace con la templanza serena que da la madurez y la aceptación de los hechos consumados e irreversibles.
“Mi vida cambió totalmente a partir de ahí, dio un giro de 180 grados. Yo volví a nacer ese día”, asegura.
Aceptarse
“Vos dormí. Nosotros te vamos a quitar lo que tenés en tu pierna y al día siguiente volvés a tu casa”. Las palabras del médico fueron las últimas que escuchó antes de perder la conciencia a causa de la anestesia. Siete días después despertó y no hizo falta que le dijeran nada. Ella lo descubrió por sí misma: ya no tenía la parte inferior de su pierna derecha. Tuvieron que hacerle una amputación parcial, de la rodilla para abajo, a causa de una infección. No había opción: era su pierna o su vida.
- ¿Cómo fue el proceso para aceptar tu cuerpo después de la amputación?
- No fue nada fácil, intenté muchas veces quitarme la vida. Me sacaba las sondas, me tiraba de la camilla, volvía a abrir toda mi herida, de nuevo me llevaban a quirófano. Y así todo el tiempo, era un atentar permanente contra mí misma. Después no aceptaba las muletas, no quería usar la silla de ruedas, no quería hacer nada por caminar. Lloraba, hacía escándalos.
- ¿Qué te ayudó a cambiar de actitud?
- Y empecé a mirar a mi alrededor, en el hospital, donde estuve mucho tiempo. Escuchaba de una nenita que tenía cuatro años que se quemó por completo, tenía otro compañero de sala que tuvo quemaduras graves también, supe de una persona que había fallecido en el hospital. Creo que recapacité o alguien entró a mi cabeza y me dijo: ‘Bueno, pará ya. Estás viva’.
También me di cuenta de que mi mamá sufría mucho. Entonces le dije: “No llores más. Es muy poco lo que yo perdí en comparación con lo que otras familias perdieron: a sus seres queridos. Nunca más le van a volver a ver”. Sin embargo, ella me tenía viva y lo único que me faltaba era una pierna.
Además, veía en la tevé cómo la gente empezaba a marchar, a pedir justicia, a reclamar por las víctimas. Y entonces fue cuando dije: “Mi lugar está ahí. Me tengo que levantar y hacer lo mismo”. No sabía ni cómo, pero quería hacerlo. Finalmente terminé aceptando la silla de ruedas.
...
A fin de cuentas, esa silla se convirtió en una aliada que la ayudó a tener más libertad. En todo el hospital –el Centro Médico Bautista, donde estuvo internada durante dos meses y 17 días– conocían a esa niña que se paseaba de un piso al otro impulsando las ruedas de su silla, haciendo preguntas, curioseando. “Me iba a molestar a los doctores, a las enfermeras, a las secretarias. Ellas me enseñaron computación. Yo era muy consentida por todo el personal, me malcriaron mucho”, reconoce.
- ¿Tu nueva condición física afectó tu autoestima?
- Al principio yo decía que no iba a poder hacer nada sin una pierna, que no tendría novio, no practicaría deportes ni trabajaría, y un montón de cosas que me iban llenando la cabeza. Tuve un montón de sentimientos encontrados a medida que iba creciendo.
Pero, afortunadamente, tuve muchísimo apoyo sicológico, y eso fue tan importante que hasta ahora me sigue ayudando a levantarme y superar obstáculos. Si vos preguntás a mis compañeros o amigos cercanos, te van a decir que yo soy la persona con la autoestima más elevada del mundo. En realidad no es tanto así, pero para mí es como un escudo diario que me protege.
El hecho de que vos hoy me estés escuchando hablar así, naturalmente, ya es un gran logro, porque conozco a muchas personas que hasta ahora siguen llorando, sin valorar el hecho de estar vivas.
Madres
Tati aprendió a seguir adelante con la ayuda de su familia y amigos. A su madre, Yudith, le costó lidiar con la situación. “Creo que fue la que más sufrió después de la tragedia. Ella no quería ver mi pierna, no se animaba a hacerme la curación, por temor a lastimarme. No hablaba de lo que fue el incendio ni acudía a los lugares adonde iban a reclamar los familiares de las víctimas. Yo, en cambio, sí quería ir”.
Quizás por eso la niña se aferró mucho a otra figura femenina que conoció en ese tiempo: la sicóloga Carmen Rivarola, de la Coordinadora de Víctimas del Ycuá Bolaños, a quien considera una madre del corazón.
“La figura de Carmen fue muy importante en mi vida. Prácticamente mi modelo a seguir. Ella fue la persona que me sostuvo en las buenas y en las malas. Que estuvo incondicionalmente para mí, 24 horas, los siete días. Fue quien más me ayudó a levantarme, a fortalecer mi autoestima”, agradece. Los caminos de ambas se separaron en un momento, pero hasta ahora mantienen comunicación.
Su madre, Yudith, no obstante, siguió ocupando un lugar fundamental en su vida. Pero desde hace dos años está viviendo en España. “Lamento muchísimo que se haya tenido que ir a otro país para trabajar, por falta de oportunidades en Paraguay. Cuando una pierde a alguien es cuando más le valora. La extraño muchísimo”, admite.
Llenar los espacios
Tras un largo proceso de rehabilitación física y sicológica, la pequeña logró volver a caminar gracias a una prótesis (pierna ortopédica). A partir de ahí, ya no se quedó quieta. Aprendió a andar en bicicleta, fue integrante de la selección de básquet del colegio, jugaba al fútbol, practicaba jiu jitsu y hasta llegó a correr maratones, pero tuvo que suspender esto último cuando rompió su prótesis haciéndolo.
Además, se destacaba en la escuela y el colegio por sus excelentes notas, fue dirigente estudiantil y también se preparó para convertirse en bombera. “Siempre intentaba ocupar todo mi tiempo haciendo miles de cosas, para no recordar. Porque cada vez que estaba de balde, recordaba”, confiesa.
Hoy se mueve con tal naturalidad sobre su pierna ortopédica, que nadie sospecharía que la tiene. Vestida con un saquito rojo, remera básica y pantalón negro, aguarda el momento de entrar a hacer su conferencia magistral en la materia Oratoria, de la licenciatura en Criminalística y Ciencias Forenses.
“¡Hola, Tati!”, todos los que pasan y la ven, la reconocen y la saludan o se acercan a comentarle algo. Lejos de ser alguien que se aparta o mantiene un bajo perfil, ella es el centro de atención adonde va. Su inteligencia y sus dotes de liderazgo la llevaron a ser delegada de curso, presidenta del Centro de Estudiantes, coordinadora ejecutiva de la Federación Nacional de Estudiantes Secundarios, bombera, entre otras cosas.
“Fui aprendiendo a caminar y a hacer mi vida como alguien normal, no me considero una persona con discapacidad, porque creo que la discapacidad está en la mente nada más. Si vos tenés las ganas y la voluntad de hacer las cosas, las vas a hacer, con o sin extremidades”, asegura.
Del nosotros al yo
Lunes. Como cada semana, los familiares de las víctimas del Ycuá Bolaños y los sobrevivientes se reúnen para hablar de su situación, aunar esfuerzos y delinear estrategias para continuar su lucha en busca de justicia. Una niña llega en bicicleta, como lo hace siempre, y se suma al encuentro, prestando atención a todo lo que se dice. Nunca falta. Es Tatiana, y la escena se sitúa en sus años de niñez.
Esa rutina continuó durante mucho tiempo. “Yo crecí con adultos. Mi mundo era estar todo el tiempo con la gente de la Coordinadora (de Víctimas del Ycua Bolaños). Me encantaba la lucha social desde chica, porque eso me inculcaron. Quizás perdí un poco de mi infancia detrás de esas personas. Pero también gané tantas experiencias, tantas enseñanzas de ellos, que ahora mucho de eso me está ayudando a salir adelante: esa fortaleza que siempre me inspiraron, esas ganas de luchar por la justicia verdadera”.
Tiempo después, ya convertida en una joven mayor de edad, fue entendiendo que tenía que pasar a otra etapa. “Me di cuenta de que seguir así también me hacía daño, porque yo solamente crecía con lo que escuchaba de otra gente, con los problemas de otros, no estaba haciendo mi vida, no tenía una personalidad propia. Tenía 18 años y no sabía quién era. Seguía siendo la misma persona inestable que fui desde el momento de la tragedia, la misma persona llorona que todos los 1 de agosto se iba a lamentar lo ocurrido, que no le encontraba el lado positivo a la vida, que seguía viendo solo lo malo”.
- ¿Y en qué cambiaste?
- Aprendí a dejar de llorar, a no tener rabia dentro de mí, a no sentir frustración por lo ocurrido. A superar los obstáculos, a plantearme desafíos. Y empecé a compartir con otras personas mis vivencias desde chiquita, a enseñarle a los otros todo lo que yo había aprendido como experiencia de vida.
- ¿Qué te quitó y qué te dio el haber pasado por toda esta experiencia?
- Primero, me dió valentía, me hizo no temer a las adversidades. Me dio fuerza. Esta tragedia me hizo madurar, tristemente, pero lo hizo. Muchas personas incluso pensaban que yo tenía más edad de la real, al escucharme hablar. Me dio el privilegio de seguir con vida, de poder enseñar y transmitir a otras personas las ganas de vivir.
Contradicciones
Un día le hicieron una propuesta laboral que la puso entre la espada y la pared: un trabajo en el Poder Judicial, el lugar que más cuestionaba en sus luchas. Un torrente de sentimientos contradictorios la hizo entrar en conflicto consigo misma.
“Fue difícil para mí, porque siempre estuve trabajando con la organización de víctimas, que tenía un pensamiento en contra de esa institución. Manteníamos una postura crítica hacia el Poder Judicial, por considerarlo corrupto y criminal. Y yo me iba a ir a trabajar justamente a ese lugar”, recuerda.
Fue su actual jefe –quien la llevó allí– el que le dio los argumentos para ayudarla a dejar de sentirse incómoda: “Él me dijo algo muy cierto: ‘Yo sé que vos estás rabiada contra el Poder Judicial, pero en realidad estás rabiada con las personas, no con la institución. Y la única manera en que vos puedas hacer algo para cambiar las cosas, es entrando a trabajar acá, viendo cómo funciona y, si tenés la posibilidad de cambiar algo, hacerlo vos misma y desde adentro”.
Hace ya cuatro años que Gabaglio trabaja en la Corte Suprema de Justicia, en una dependencia llamada Sistema Nacional de Facilitadores Judiciales, cuyo objetivo es propiciar el acceso a la Justicia para personas en condiciones de vulnerabilidad. Tati está a cargo del área juvenil y, junto con otros funcionarios, se ocupa de difundir información sobre los derechos que tienen las personas y de colaborar para mejorar el acceso a la Justicia.
Parte de su trabajo es promover, en los colegios, la elección de facilitadores estudiantiles, el voluntariado y la sensibilización sobre la violencia familiar. Además, brinda charlas sobre autoestima, prevención de drogas y bullying, junto con especialistas. “Me encanta mi trabajo”, asegura hoy esta joven, que está cursando el último año de la licenciatura en Criminalística y Ciencias Forenses en la Universidad del Chaco (Unichaco). Paralelamente, estudia el segundo año de la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Asunción, y afirma que se enamoró de esta rama. Como si fuera poco, en 2015 juró como bombera voluntaria activa.
- Prácticamente casi todo lo que elegiste ser, gira en torno a lo que viviste a partir de la tragedia: bomberos, criminalística, derecho, justicia...
- Sí. Cuando estaba en el hospital pensaba: ‘Yo quiero ser doctora’, porque le tenía como modelos a seguir a mis doctores. Luego quería seguir Sicología, por admiración a Carmen (Rivarola). La carrera de Criminalística la elegí porque en el caso Ycuá Bolaños hubo muchísimas falencias en el peritaje. En ese entonces no teníamos, por ejemplo, peritos accidentólogos de incendios. Ingresé a los Bomberos en honor a la persona que me salvó la vida (Édgar Bogarín). La elección de la carrera de Derecho fue porque sentía una gran frustración después de lo que pasó con nuestra abogada, que vendió nuestra causa.
- ¿Qué opinás de los resultados del proceso judicial en el caso Ycuá Bolaños?
- Yo fui aprendiendo muchas cosas. Por ejemplo, que no hay que confundir justicia con derecho. La justicia es dar a cada uno lo suyo. Nunca le van a poder dar lo que es suyo a una víctima o a un familiar que perdió a un ser querido, porque ya se lo arrebataron, no hay forma de devolvérselo, no hay forma de que haya justicia, porque no se va a poder compensar jamás la pérdida, ni si le das todo el oro del mundo. La gente cree que justicia es un resarcimiento económico. No. A nosotros nos dieron un dinero, pero en mi caso, por ejemplo, no me sirvió de nada. A los que perdieron sus seres queridos tampoco les sirvió. Nunca más los volvieron a ver.
- ¿Creés que fue justa la condena?
- Analizando desde el punto de vista del derecho, la sentencia está. Pero no podemos negar que hubo jueces que se vendieron, hubo mucho dinero de por medio. No estoy de acuerdo con que le hayan dado libertad a los culpables. Por lo menos tenían que haber cumplido su condena.
Días llenos
Un día normal de esta joven se inicia a las 4.40 de la mañana, hora en que se levanta y se prepara para ir a trabajar al Poder Judicial, donde está hasta las 13.00. Al salir de allí, va directo a la Facultad de Derecho, donde tiene clases de 14.00 a 17.00. Su siguiente parada es otra universidad, donde estudia Criminalística de 18.00 a 21.00.
- ¿Qué es lo que más disfrutás hacer?
- Y ahora no disfruto nada porque comprenderás que no tengo vida (ríe), casi no tengo tiempo. La gente me pregunta cómo es que puedo llevar dos carreras simultáneamente y trabajar. Pero se puede. De todos modos trato de encontrar el espacio para hacer otras cosas que me gustan, como compartir con mis amigos. No sé de dónde, pero saco tiempo.
- ¿Con qué obstáculos tenés que lidiar todavía?
- Como todos, también tengo mis días bajos. Por ejemplo, cuando mi prótesis llega al punto en que hay que cambiarla y debo empezar otra vez a pedir ayuda por la prensa, por redes sociales, a cualquier persona, a instituciones, para que me donen una que supera los G. 25 millones. Es algo que sucede más o menos cada seis meses, aunque ahora ya no esté creciendo; tiene que ver con la calidad y la vida útil de la prótesis.
En esos casos es cuando recuerdo lo que perdí y empiezo a frustrarme, quiero tirar mi prótesis contra la pared. Pero luego recapacito y digo: “No, Tati, tenés muchísimo”.
Yo creo que el dolor te puede transformar en una persona resentida que daña a los demás o darte la empatía necesaria para ponerte en el lugar de otros y, desde ese lugar, ayudar. Vos elegís que tipo de persona querés ser.
- En algún momento dijiste que en el pasado sentías que los demás te debían algo, que la sociedad te debía algo. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
- La vida misma. El hecho de levantarte, estar viva, agradecer un día más, comparar lo que pudo haber sido tu vida si seguía como estaba antes de ese 1 de agosto, y como es ahora. Tener un trabajo, un jefe que todo el tiempo te anima a desarrollarte como persona; contar con la posibilidad de estudiar, con una familia que te acompaña, amigos, compañeros de trabajo que están ahí apoyándote, que te dan ánimo. Veo con otros ojos todo lo que está a mi alrededor.
- ¿Cuáles son tus metas?
- Mi meta a corto plazo es terminar la carrera de Criminalística, y la de Derecho. Y a largo plazo me gustaría incursionar en la política, me fascina la política en su esencia, no la politiquería barata. Quiero en algún momento hacer algo más por los demás.
Quiero que toda mi preparación académica –y también sicológica, emocional– sirva en algún momento para ayudar a otras personas. Que tantos años estudiando no solo sirvan para ejercer nomás la profesión y estar sentada. Quiero que el hecho de estudiar Derecho signifique ayudar a los demás a encontrar la justicia que anhelan.
En cuanto a familia, no me preguntes porque no me veo todavía casada. Bueno, en algún momento me gustaría casarme, tener hijos, pero cuando termine mi carrera. Ahora mismo quiero tener solo dos hijos, que son mis títulos. Prefiero concentrarme en mi camino a la excelencia, un novio ahora puede desviarme de mi trayecto. Soy una persona muy perfeccionista.
- ¿De qué te enorgullecés?
- ¿Eso no lo puede decir otra persona? (Piensa, y finalmente accede a responder). Podría decir que de mi resiliencia, de la empatía que tengo con los demás. Lo que me caracteriza es buscar una solución para todo, no solamente ver el problema. A veces me pongo a pensar en todas las cosas de las que la gente se queja, sobre todo los jóvenes. Me parecen tan pequeños los problemas que dicen tener. En ocasiones me preguntan: ‘¿Cómo es que vos podés verle el lado positivo a todo, si no tenés una pierna?’. Yo contesto: ‘¿Cómo es que vos, teniendo todo, le ves el lado negativo?’.
Yo ahora me río de muchas cosas malas que me pasan. Me digo: ‘¡Qué pucha!, sobreviví a una de las tragedias más grandes del país’. Les demostré a muchísimas personas que sí se puede, que no es necesario tener todas las extremidades para ser lo que te gusta. ¿De qué me voy a quejar? Perdí una pierna, no la vida. Y estoy acá.
Yo hice de mi defecto una virtud.
.........................................................................
HIPERACTIVA
Tatiana Gabaglio tiene 21 años y estudia dos carreras universitarias simultáneamente, con calificaciones excelentes. A los 18 años juró como bombera voluntaria activa, en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay. Siempre le gustaron los deportes y no se privó de ellos. Llegó a integrar el equipo de básquet del colegio, practicaba fútbol, jiu jitsu y andaba mucho en bicicleta. Actualmente, se concentra más en los estudios y el trabajo, que le ocupan prácticamente todo el día. No obstante, suele ir a un gimnasio cuando tiene posibilidad.
.........................................................................
LA BELLA CYBORG
Con el paso de los años, Tati aprendió a tomar con humor el hecho de tener una prótesis en reemplazo de su pierna. “Algunos de mis amigos incluso me llaman Cyborg o Terminator. Mi tía, que me tiene mucho cariño, me dice: ‘Mi robotécnica’. Es algo que no me molesta”.
“Yo andaba siempre con short y me encantaba, parecía luego que quería decir: ‘Miren, tengo una prótesis’. Nunca me gustó la funda cosmética que se le pone, siempre preferí mostrarla, porque pensaba que por lo menos podría servir de aliento a otras personas que están bajoneadas por no tener alguna extremidad. Hoy uso polleras y vestidos sin complejos”.
.........................................................................
14 años después
El 1 de agosto se cumplieron 14 años del incendio del supermercado Ycuá Bolaños, la tragedia más grande de la historia paraguaya en tiempos de paz. Aquel suceso causó la muerte de 400 personas y dejó cerca de 1.000 heridos con secuelas importantes, tanto físicas como sicológicas.
Tatiana Gabaglio fue una de las víctimas. Tenía siete años y había ido al lugar con una vecina y la hija de esa señora, solo para comprar café y azúcar. Ella quedó atrapada bajo una parte del cielorraso ardiente, que cayó sobre su pierna derecha. Cuando creía que llegaba el final, un bombero, Édgar Bogarín, la rescató de las llamas.
Estuvo más de dos meses internada en un hospital. La gravedad de sus heridas obligó a los médicos a amputarle parcialmente la pierna derecha.
.........................................................................
COMPAÑERA INSEPARABLE
Para poder caminar sin depender de muletas, Tatiana Gabaglio utiliza una pierna ortopédica, que tiene un alto costo (actualmente orilla los G. 25 millones). Desde que pudo acceder a la primera prótesis, ha tenido que cambiarla numerosas veces, en promedio, cada ocho a 10 meses, siempre recurriendo a instituciones de beneficencia o a donaciones.
El cambio es necesario, por un lado, debido al crecimiento del cuerpo. Y por otro –el caso actual de la joven– a causa del desgaste por el uso permanente (la calidad de los componentes también tiene mucho que ver). Cuando cumple su vida útil, el aparato empieza a dificultar la movilidad, por lo que Tati se ve obligada a volver a utilizar muletas, hasta tener la posibilidad de adquirir una nueva prótesis. Esto depende siempre de la solidaridad ciudadana, porque para ella es un costo imposible de solventar.