Estamos viviendo en una sociedad violenta con valores deteriorados, somos mudos testigos del derrumbe de la base familiar que nos sostenía hace solo algunas décadas, sorprendidos en la trampa del “síndrome de la rana en agua tibia”. Sin percatarnos, sostenidamente, han ido aumentando la temperatura de corrupción imperante, hasta que se ha hecho aterradoramente evidente.
Somos mayoritariamente personas de bien, quienes con trabajo honesto cuidamos y mantenemos a nuestras familias. Sin embargo, vivimos encerrados tras murallas y rejas, temerosos de salir a nuestras veredas, viajar en ómnibus o caminar por nuestros barrios. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde se han ido los niños que jugaban en las calles compartiendo con sus vecinos?
La corrupción mata la decencia, las posibilidades y oportunidades de los jóvenes, el valor de la corrección, de las reglas, de la conducta ética y mata el futuro de una nación. Esta corrupción que corroe hasta el karaku a nuestra sociedad es una enfermedad endémica de la que todos somos culpables por omisión o ejecución. La corrupción permea en detalles cotidianos, cuando agilizamos un burocrático trámite o nos libramos de alguna multa. En esos actos vandálicos minimizados, vamos normalizando descaradamente lo que está mal y nos perjudica a todos, entregando la conciencia social a manos de criminales sin moral.
Esta corrupción destapada en medio de internas partidarias, buscando polarizar a la confundida y cansada población, nos alerta con graves evidencias la situación imperante y campante, que nos somete a los ciudadanos a sufrir las terribles consecuencias de las mafias del narcotráfico y otros negocios ilícitos.
Criminales de traje que fungen en políticos o empresarios, no son más que avivados sin principios comiendo carroña para hacerse de fortunas malhabidas. En corrupción no hay medias verdades, o es correcto o no lo es. Las estructuras de los 3 poderes del Estado se enmarcan en procesos ineficientes con escasos controles, que permiten que la cultura instalada de la corrupción permee a todos los niveles, impidiendo que las voluntades individuales de decencia, puedan sobresalir en la maraña hábilmente establecida para que subsistan los turbios negocios que en sus entrañas se tejen.
Los ciudadanos “comunes” nos enteramos, con cada vez menos sorpresa, cuando hacen ruido las grandes luchas de poder entre titanes mafiosos. Quizás, deberíamos avergonzarnos como sociedad y reaccionar alarmados pues se mimetizan entre nuestros vecinos, proveedores, amigos y clientes, pero en lugar de hacerlo, estamos como anestesiados, adormecidos y sin capacidad de acción, principalmente porque tampoco sabemos que podríamos hacer.
Al fin y al cabo, ellos terminarán abrazados en el poder de turno, seguros de que nuestra corta memoria les permitirá seguir cometiendo barbaries, pues somos incapaces de organizarnos para ejercer presión ciudadana. ¿Qué nos está sucediendo como sociedad? ¿Qué nos pasa como familia que no defendemos la dignidad humana? ¿Qué país heredaremos a nuestros hijos, y qué hijos estamos criando para levantar y defender nuestra República?
Los emprendedores y empresarios estamos trabajando a pesar de la ineficiencia estatal, de la alta inflación, del aumento del dólar, del contrabando, de la inseguridad jurídica, con un país altamente endeudado, con déficit fiscal, con un tablero económico mundial amenazado por la guerra, así que no podemos permitir, además, las disputas de mafiosos peleando cuotas de poder y dinero burlándose del pueblo.
Más que nunca, necesitamos una ciudadanía y autoridades comprometidas con el bien común, personas que aporten con su trabajo honesto al crecimiento del Paraguay para el beneficio de todos. El Señor bendiga la noble vocación empresarial.