El hecho ha generado un subido interés por saber algo más de nosotros mismos; especialmente en un presente que nos enfrenta a una realidad inquietante: Que mirando “hacia atrás” hubo más tiempo de lo que queda –al parecer– “hacia adelante”. Generando aprehensiones, ansiedades y temores en la gente; junto a la inquietante convicción de que no habrá tiempo para cambiar muchas cosas. Y que el temido “final” parece ser más siniestro de lo que habíamos pensado.
A lo largo del tiempo se ha difundido la idea que “la Historia explica el presente”, pero en los hechos, los dirigentes mundiales han sido renuentes, al parecer, a entenderlo. Y hasta se han permitido reiterar situaciones de infeliz memoria para la humanidad. Pero ni aún entonces –ni ellos ni nosotros– hemos prestado atención a las enseñanzas del pasado; hasta que llegan los “números redondos” del calendario y vuelven a sonar las alarmas. Al verificar que todo vuelve a ser “demasiado parecido” a todo lo anterior.
Los paraguayos tenemos –como pocas sociedades– lecciones desaprendidas y experiencias lamentables que nos empeñamos en ignorar. A partir de un grave desconocimiento de nuestros orígenes que nos impide la conexión con una realidad más consistente que la manifestación de esporádicas y volátiles actitudes; como suelen ser los escapes hacia la “banderización del patriotismo” o el desenfreno por la “pasión albirroja”. Pues la primera aparece y desaparece según las fechas; y lo segundo, según como vaya la campaña del equipo nacional de fútbol en cualquier competición que lo tenga de participante. Pero una prueba del desinterés sobre lo que somos y hacemos, se revela inequívocamente en las estadísticas sobre la corrupción que hunden al nuestro entre los peores países del continente.
Sin que aparentemente nadie de nosotros se incomode demasiado por el detalle; más allá de las bromas de mal gusto para justificar lo injustificable. Cuando es más que lógico, deberíamos hacer algo al respecto. Porque si los funcionarios de gobierno solo van a dedicarse a descalificar a quienes propalan “versiones antojadizas”; o enunciar flamígeras consignas morales, como suele suceder , ambas actitudes no parece fueran –hasta el momento– los caminos más eficaces para enfrentar el problema.
Aclarándose que el fenómeno no es solo la consecuencia de la acción o inacción de algún gobierno; de este como de los anteriores, sino de todos los que se han venido sucediendo desde los tiempos de la dictadura y de los inicios de nuestra vida “democrática”. Sin que aparentemente decidamos ponerle coto al desmadre. Cualquier estamento que se levante a decir ¡¡BASTA!! y exigir que se tomen medidas, mientras el resto de la ciudadanía, nos dispongamos a acompañar las demandas para que volvamos hacia el camino recto.
Pues pareciera que nos preocupa la corrupción, hasta que nombran a algún correligionario, a un pariente; o, a algún amigo o compueblano para un cargo público. Y entonces, nos olvidamos de la vergüenza y de la indignación al derramarse sobre nosotros como una bendición, el pedacito de la torta oficial que creemos nos corresponde.
Deberíamos saberlo porque, por la misma razón, no tendremos alguna ocupación laboral y tampoco nos alcanzará el salario cuando la tengamos. Que nuestra familia padecerá de alguna carencia cuando veamos la superpoblación de funcionarios en una oficina pública y que no tendremos ningún beneficio de salud o educación, de alimentos o comodidades esenciales cuando algún político partidario del gobierno, algún hurrero consuetudinario u habitual ocupante de las planillas de sueldo de alguna institución pública, saque “a pasear su desvergüenza” delante de nuestras encostradas carencias. Como viene sucediendo desde que dejamos atrás “los tiempos felices”.