De marzo para adelante se hizo patente una falta de coordinación en las vocerías, en la oportunidad de dar los anuncios y en el contenido de estos.
Ejemplo: Recordemos que mientras desde el Ministerio de Salud insistían al inicio de la cuarentena que no era necesario utilizar mascarillas, salvo en ciertos casos, un médico importante dentro del cuadro de profesionales sobre el que recae liderar la estrategia de combate a la pandemia, ya insistía denodadamente que todos debíamos utilizar tapabocas al salir de casa.
Esta contradicción generó desorientación y dudas por un par de semanas en la ciudadanía. Después fue aquella denuncia de que en los EEUU confiscaron un cargamento de respiradores e insumos médicos provenientes de China que estaban destinados al Paraguay.
Cuando la indignación ciudadana ya estaba al rojo vivo, esto se desmintió y aclaró. Pero fue tarde, como lo fue la explicación sobre lo ocurrido en el Brasil donde sí, efectivamente, y bajo marcó legal, el gigante vecino frustró la comercialización de respiradores a nuestro país. Al principio, desde el Gobierno vanamente quisieron edulcorar este hecho. Un hecho con sabor amargo.
Lo más reciente: De no ser por la insistencia, reclamo e investigación de la prensa, sobre los famosos insumos sanitarios adquiridos en China y tan esperados para los centros hospitalarios, no nos habríamos enterado de que el pedido llegó incompleto y que encima parte de él no responde a las especificaciones de Salud, por lo que será rechazado. Transcurrieron dos semanas desde que llegó el cargamento al país, para que nos dijeran algo al respecto. Las sospechas y especulaciones ya se habían enseñoreado sobre estas compras públicas de urgencia.
La ausencia de mensajes oportunos que transmitan posturas de rechazo contra el despilfarro, la corrupción y el manejo fraudulento y turbio de los recursos públicos, son otras debilidades de una comunicación oficial que no está configurada desde una perspectiva de Estado transparente y habituado a rendir cuentas.
Va a contramano de los postulados de la honestidad demandados por la ciudadanía para creer, acatar y acompañar las complejas medidas que se van adoptando en estos tiempos tan inciertos.
De no ser por la claridad que transmiten funcionarios como los ministros de Salud, Industria y Comercio y, últimamente, la de Trabajo, además del doctor Guillermo Sequera, la conducción de esta coyuntura inédita provocada por la Covid-19, no inspiraría ninguna confianza ni seguridad.
La antípoda de todos ellos es Eduardo Petta, ministro de Educación. Sus intentos de aclarar cualquier disposición o expresión, oscurecen más.
Su falta de idoneidad en el área educativa desdibuja todo el esfuerzo que realizan los técnicos. Su incapacidad de empatizar con los distintos sectores involucrados en la educación y sus actitudes autoritarias afectan con rotundez la celeridad y efectividad del liderazgo que se necesita en este ámbito tan sensible, y en una situación de contingencia. Es una figura tóxica.
Con gente así y ante la falta de un plan de comunicación efectiva y bien liderada para una situación de crisis, no se transmite la tranquilidad que hace falta en un momento en que saltan por todas partes las falencias y debilidades de un Estado históricamente sometido a latrocinio.
En una contingencia, la comunicación es central.
Más aún cuando el éxito de las estrategias que se van aplicando depende en gran medida de la adhesión masiva de los ciudadanos, lo que se logra solo si hay credibilidad y transparencia de parte de los actores.