Escribo algunos apuntes desde mi condición de pedagoga, comunicadora, madre y ciudadana, de cara al proceso de Transformación Educativa. Por razones de espacio, no podré expresar todo en esta columna. Lo primero que me parece que debemos considerar es partir de un concepto de lo que es la educación. Entre tantas definiciones, creo que nadie puede negar que la educación se trata de un proceso de mejora guiado en el que intervienen personas libres en un contexto cultural específico.
Para establecer un plan de mejora se debe diagnosticar la realidad. Partir de lo que hay, que nunca es una tabla rasa porque las personas nos desarrollamos en un tiempo y en un contexto histórico y cultural concreto desde nuestra concepción hasta nuestra muerte. Este proceso es racional y continuo e implica la posibilidad de perfeccionamiento del ser humano en todas sus dimensiones: corporal, sicológica, afectiva, social, espiritual. La sociedad tiene una gran responsabilidad en la educación, que especial y prioritariamente recae en la familia, luego están los grupos intermedios como la escuela, y luego el Estado que interviene en función de servicio al bien común, con un rol subsidiario (sin pretender tomar para sí atribuciones que no le corresponden, lo cual es propio de regímenes autoritarios).
Para hacer un plan de mejora hay que considerar contenido y forma. En cuanto a la forma, nuestro marco jurídico se basa en el estado social de derecho y la forma democrática que se instaló constitucionalmente para hacer políticas educativas prevé la participación de la sociedad de una manera específica: LAS COMUNIDADES EDUCATIVAS, con representantes elegidos en asambleas de 6 estamentos concretos: estudiantes, padres, docentes, directivos, administrativos, ex alumnos de la institución. Son estas comunidades las que deben diagnosticar la situación desde las bases. Se debe establecer un perfil deseable de lo que queremos lograr para las personas libres que participarán de este proceso, quienes deben ser el centro de atención de las políticas, para crear las condiciones adecuadas que les permitan, en el uso responsable de su libertad, madurar, integrarse, aportar desde su originalidad a la comunidad y ser dichosos.
¿Qué les parece enunciar así ese perfil deseable?: “La educación paraguaya debe buscar la formación de mujeres y varones que en la construcción de su propia personalidad logren suficiente madurez humana que les permita relacionarse comprensiva y solidariamente consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios, en un diálogo transformador con el presente y el futuro de la sociedad a la que pertenecen, y con los principios y valores en que esta se fundamenta. Al garantizar la igualdad de oportunidades para todos, debe buscar que varones y mujeres, en diferentes niveles, conforme con sus propias potencialidades, se califiquen profesionalmente para participar con su trabajo en el mejoramiento del nivel y calidad de vida de todos los habitantes del país. Al mismo tiempo, buscar afirmar y dinamizar la identidad de la nación paraguaya y de su cultura en la comprensión, la convivencia y la solidaridad entre las naciones, en el actual proceso de integración regional, continental y mundial”.
Pues, eureka, estos fines ya están en la educación paraguaya desde el año 92, y tienen como transversales promover la democracia, la familia y el cuidado del medioambiente, con identidad nacional y valores. Ciertamente, no habla de enfoque de género o de multiculturalismo, como piden ciertos aportantes financieros de la actual Transformación, pero ya tenemos un perfil claro del tipo de persona que queremos formar. No creo que debamos adherirnos, sin más, a recetas de agendas globalistas que pretenden un cambio de paradigma e incluso una “colonización ideológica” a través del control de la educación. En la próxima oportunidad, seguimos reflexionando.