Con las aguas a 7,45 metros, por encima de su nivel normal, y a 55 centímetros del nivel considerado catastrófico, hasta la fecha suman ya 13.800 las familias desplazadas de sus casas por las inundaciones en Asunción, y más de 62.000 en todo el país, según datos de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN).
Pero pese al “drama humano y sicológico” que supone la crecida de las aguas, “si tiene algo de bueno es que la inundación hace que la ciudadanía se entere de que en Asunción hay pobres”, comentó a Efe el sacerdote español Pedro Velasco, residente desde hace tres décadas en uno de los Bañados y un activo trabajador social.
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Que ello aflore contribuye a que el mismo se pueda afrontar, según su opinión, ya que los que habitan lo que llama la “ciudad formal”, “se dan cuenta” de la existencia de un problema “cuando invaden una plaza”, pero “cuando están solos junto al río muriéndose de hambre, sin salud ni educación, no hay problema”.
En Paraguay, un 17,8% de la población urbana vivía en situación de pobreza al cierre de 2018, según datos de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (Dgeec) y en la capital la mayoría se concentra en los denominados Bañados, que se sitúan en las márgenes del río Paraguay.
Con sus casas anegadas, los bañadenses se han visto obligados desde hace meses a trasladarse a refugios improvisados en predios militares y en parques y plazas de la ciudad, donde permanecen en precarias casas hechas con tablones de madera y tejados de chapa y carentes de servicios básicos como duchas o baños adecuados, según denunció Velasco.
Aunque para el religioso la inundación es “algo adicional” al “problema gravísimo” que supone la pobreza, las evacuaciones provocan una “desarticulación” del sistema social de los Bañados, ya que los vecinos o incluso partes de familias pueden acabar en refugios diferentes.
En el refugio los bañadenses viven “amontonados, sin ninguna intimidad, sin ningún espacio comunitario, sin baños, sin duchas y manejados medio como soldados”, criticó Velasco, quien también tuvo que dejar su casa en el Bañado Tacumbú, al sur de la ciudad.
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El sacerdote, ahora en una habitación de la iglesia de la Santa Cruz, criticó la falta de “prevención” ante una “emergencia que sabemos de memoria”.
Y añadió que proveer lugares adecuados a los damnificados no supone “arruinar al Estado” ya que “es una minimísima parte de lo que los políticos roban en una semana”.
El sacerdote o “pa’i”, como se les nombra en guaraní, reiteró que más allá del problema puntual que suponen las inundaciones, hay un problema “social, político y económico” que es la pobreza de esas poblaciones castigadas por la crecida del río, porque “si la gente no viviera en esta pobreza (...) no estarían en el bañado”.
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Añadió que se trata además de una “pobreza muy dependiente y con poca capacidad de reaccionar” porque “ha sido siempre objeto de prebendas, de engaños” y de una “discriminación terrible” provocada por estereotipo de que el pobre es “vago, peligroso y ladrón”.
Una visión “injusta y además no real”, sentenció.
No obstante, el pa’i Velasco, con su Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos (Camsat), organización que fundó a su llegada al Bañado, que trata de “empoderar”, “capacitar” y “organizar” a sus habitantes, se mostró optimista sobre el futuro.
Considera que el nivel de “conciencia” actual de los “sectores populares y pobres es mucho más grande que hace 20 o 30 años” y que, en cierto modo, van rompiendo con el “asistencialismo barato” del “mismo grupo político que les mataba de hambre y les regalaba el cajón para enterrar al muerto”.