La crisis no se debe a la destitución de la vocera del Gobierno, porque esa es una atribución presidencial, sino a la reacción de la misma acusándole al ministro del Mitic de “sabotaje” y de realizar una “operación siniestra” para culparle del mal manejo comunicacional del Gobierno.
Realmente en los últimos meses hubo una serie de acontecimientos que dejaron muy mal parado al Gobierno, porque transmitieron o un muy mal manejo de las comunicaciones o una absoluta falta de coordinación
El primer sorprendente acontecimiento fue la muerte del diputado Lalo Gómez, donde ningún miembro de la cadena de mando –comandante de la Policía, ministro del Interior y presidente– manifestó tener conocimiento del operativo que se había llevado a cabo.
El segundo e inesperado acontecimiento fue el malestar que afectó al presidente Peña en la Cumbre del G20 cuando tuvo que ser retirado del recinto en ambulancia. La ministra de Salud dijo que era por el excesivo trabajo que realizaba, mientras que posteriormente el presidente manifestó que fue por la emoción del triunfo de la Albirroja.
El tercer y más grave acontecimiento ocurrió cuando la Senad tomó la decisión de cortar la cooperación de la DEA, y en una patética conferencia de prensa con la presencia de altos miembros del Codena, ninguno pudo explicar claramente la razón de dicha medida.
En todas estas crisis hubo un mal manejo de las comunicaciones, pero también en cada situación se reflejó la falta de coordinación en el actuar de nuestras autoridades o lo que es más grave, la dualidad de mando en la cúpula del Gobierno. Esta dualidad de mando que a todos se nos hace evidente se debe al origen mismo de este gobierno, donde el líder político es Horacio Cartes quien, al encontrarse imposibilitado a candidatarse por nuestra Constitución, ha elegido a su candidato para ejercer dicho cargo.
Esta es una costumbre muy arraigada en América Latina desde hace muchos años y los resultados nunca fueron buenos. Solo por citar algunos casos, tenemos el de Perón y Cámpora, el de Cristina y Alberto Fernández ambos en la Argentina, el de Lula y Dilma en el Brasil y ahora el de López Obrador y Sheinbaum en México.
El Paraguay desde el advenimiento de la democracia no ha estado ajeno a dicha corriente, la tuvimos con Oviedo y Cubas en el pasado y ahora con Cartes y Peña. También hubo intentos que no se concretaron como el caso de Nicanor y Blanca.
Exceptuando el caso de Cristina en la Argentina que optó por ponerle a Alberto Fernández como candidato a presidente porque ella tenía mucho rechazo de gran parte del electorado, todos los demás casos surgieron como consecuencia de que el verdadero líder tenía impedimentos constitucionales para volver a candidatarse.
En el caso actual de nuestro país, este sistema de gobierno bicéfalo, ya de por sí muy complicado, se complica aún más por la fuerte presencia del partido Colorado en el mismo.
El resultado es que a un gobierno técnico que pretende ser reformista como el de Peña se le contraponen un partido Colorado antireformas y clientelar y los problemas y los intereses particulares del líder del movimiento político.
Por estos motivos vemos permanentes marchas y contramarchas, reformas que se aprueban legalmente, pero que no se implementan y decisiones que claramente no son tomadas institucionalmente, sino en otros espacios de poder.
Imagino los problemas que debe tener la persona responsable de la comunicación, cuando que tiene que tratar de explicar las razones de decisiones incomprensibles y de dudoso beneficio para el país.
A la luz de todo este análisis me pregunto, ¿estamos ante una crisis de comunicación o ante una crisis de gobernabilidad?
Lamentablemente, creo que nos enfrentamos al segundo problema.