A nivel internacional el tema de la semana ha sido las elecciones en Venezuela, la que en un fraude electoral descomunal ha consagrado a Nicolás Maduro como el vencedor de la misma.
Algunos países han mostrado su indignación ante este hecho y no han reconocido el triunfo de Maduro, exigiendo la publicación de las actas electorales y la presencia de veedores internacionales para verificar la certeza de las mismas.
El régimen venezolano no solamente ha rechazado todas estas exigencias, sino que ha acelerado la proclamación de Maduro como vencedor. A mí no me ha sorprendido todo lo ocurrido y siempre consideré casi una ingenuidad el pensar que las elecciones iban a ser limpias y que el chavismo, si perdía las mismas, iba a entregar pacíficamente el poder.
Nunca existieron elecciones limpias bajo un régimen dictatorial. No existieron elecciones limpias en los 35 años del Paraguay de Stroessner, no existen elecciones limpias en la Rusia de Putin y por supuesto no existen elecciones limpias en la Venezuela de Maduro.
Es también una ingenuidad pensar que un régimen dictatorial consolidado como el de Venezuela vaya a entregar pacíficamente el poder. Recordemos que el régimen actual, luego del triunfo de Chávez en las elecciones del año 1998, con asesoramiento cubano fue creando un sistema de control social y de las fuerzas armadas, basada en inteligencia y miedo.
Recordemos también que, durante sus años en el poder, Chávez tuvo relaciones muy estrechas con Fidel Castro, con el presidente iraní Ahmadinejad y con los gobiernos de Rusia y de China. Gracias a estas relaciones, es información pública que hoy opera en territorio venezolano una organización terrorista como Hezbollah, una organización de mercenarios como el Grupo Wagner de Rusia y una poderosa organización del narcotráfico como el Cartel de los Soles.
Durante la presidencia de Chávez desde 1999 hasta su muerte en el 2013 Venezuela disfrutó del boom de los commodities que multiplicó los precios del petróleo de unos 14 a unos 140 dólares el barril, generando una gigantesca renta petrolera. Esta renta fue dilapidada para potenciar el liderazgo antiimperialista de Chávez, apoyando a partidos políticos del Foro de San Pablo y a gobiernos de izquierda de la región.
La muerte de Chávez y el ascenso de Maduro al poder en el 2013 coincidió con el fin del boom de los commodities, con la reducción del precio del petróleo y con la necesidad de pagar enormes deudas especialmente a China y a Rusia.
A partir de ahí la crisis económica y social se profundizó en Venezuela y comenzó el éxodo masivo de venezolanos que hizo que desde el 2014 hasta la fecha cerca de 8 millones de personas hayan abandonado el país, huyendo de la falta de trabajo, del hambre y de la represión de un régimen cada vez más autoritario y déspota.
Hoy existe un gran descontento popular, pero un régimen dictatorial que controla totalmente a las fuerzas armadas, que abiertamente tiene el apoyo de asesores cubanos, rusos e iraníes y vinculaciones ligadas al terrorismo y al narcotráfico, para nada está dispuesto a entregar el poder.
Para empeorar aún más la situación, el papel que ha desempeñado la comunidad internacional y muy especialmente los dos países más grandes de América Latina como son México y el Brasil, ha sido realmente lamentable.
Por su importancia el Brasil tendría que haber sido el líder de la región, pero su política exterior, que antes definía Itamaraty, hoy ha sido secuestrada por la ideología de los sectores más radicales del Partido de los Trabajadores que apoyan a la dictadura de Maduro.
El Paraguay también tuvo una posición bastante tibia, pero nuestra influencia es mucho menor. Lo que sí debemos aprender del desastre venezolano es a cuidar nuestras instituciones, a evitar la concentración de poder y el avance del autoritarismo.
Venezuela es un claro ejemplo de lo que debemos evitar.