Los resultados del pasado 30 de abril han fortalecido aún más la hegemonía del Partido Colorado, han debilitado como nunca al Partido Liberal, han hecho casi desaparecer a los pequeños partidos políticos y han sorprendido por el gran apoyo popular a un movimiento antisistema como el de Payo Cubas.
Esta combinación de una hegemonía cada vez más avasallante del partido Colorado, sumado a la creciente popularidad de un movimiento autoritario, no permiten augurar un futuro auspicioso para nuestra joven democracia.
Para las ciencias políticas, uno de los pilares sobre los que se apoya una democracia sostenible es la realización de elecciones competitivas, donde dos o más contendientes tengan reales posibilidades de ganar y consecuentemente la alternancia pacífica en el ejercicio del poder sea una realidad.
En este punto, la palabra “alternancia” tiene varias interpretaciones: Para algunos la alternancia significa que diferentes partidos políticos puedan alternarse en el poder, pero para otros, ante la existencia de un partido hegemónico –como es el caso paraguayo– la alternancia puede darse dentro de dicho partido.
Esto último es lo que ha ocurrido a lo largo de estos 35 años de democracia, donde el Partido Colorado ha sido gobierno y feroz oposición al mismo tiempo.
Recordemos que el principal opositor de Wasmosy fue Argaña y a su vez el de este fue Oviedo, el de Nicanor fue Castiglioni, el de Cartes fue Marito y el de Marito fue Cartes.
Esta dinámica dentro del Partido Colorado de ser gobierno y oposición ha dejado muy poco espacio a los partidos de la oposición, que han deambulado entre el colaboracionismo con el gobierno de turno o entre una tibia oposición al mismo.
Los intentos de la oposición de crear alianzas o concertaciones para poder ganar las elecciones presidenciales han fracasado rotundamente y en la única oportunidad en que pudieron llegar al poder, hubo enfrentamientos fratricidas e ingobernabilidad.
Después de las últimas elecciones, la oposición ha quedado disminuida y con dos grandes amenazas: Por un lado, un Partido Colorado hegemónico y fortalecido y por el otro, un movimiento autoritario y antisistema cada vez más popular.
En esta nueva etapa que se inicia el 15 de agosto, los partidos de la oposición, si quieren seguir existiendo deberían refundarse, para recuperar su identidad, sus principios y sus valores.
En los próximos años deberían dejar de lado las alianzas y las concertaciones que con el objetivo de ganar la presidencia al Partido Colorado, a lo único que los ha llevado es a desdibujarse totalmente.
Con esta nueva estrategia posiblemente no podrían ganar las elecciones presidenciales, pero a cambio podrían tener buenos resultados en el Congreso… que con la Constitución de 1992 es claramente el principal poder de la República.
Para que esto sea posible deberían renovar totalmente su oferta electoral, con propuestas concretas de políticas públicas en los temas que afectan y preocupan a la ciudadanía, y al mismo tiempo deberían renovar los candidatos a los diferentes cargos electivos, con una nueva generación de líderes, intelectual y éticamente intachables.
Nuestra democracia no necesita de partidos políticos hegemónicos y mucho menos de movimientos políticos autoritarios. Nuestro país necesita de un Partido Colorado fuerte pero no hegemónico y de partidos de la oposición también fuertes y democráticos.
Ambos con propuestas concretas para enfrentar los grandes y verdaderos enemigos de nuestra patria, el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la inseguridad.